Marisa Lozano Fuego
Fuera máscaras
Se abrió la veda. Tenemos permiso para quitarnos la máscara, la terrible y asfixiante enemiga que cubre nuestras vías respiratorias. La salvadora frente a los contagios. El no pocas veces complemento estético, formando parte del fondo de armario. Quirúrgicas, a colorines, homologadas, clandestinas, sujetaorejas, odiosas, necesarias, adictivas, va llegando el momento de cortar ese cordón umbilical.
Digo yo que quitar un esparadrapo o una máscara siempre duele, se acaba por pegar a la piel y confundirse con la carne, como en el Fantasma de la Ópera puede ocultar la parte de nuestro rostro que no queremos enseñar al mundo. Porque algo o alguien ha dicho que las cicatrices son feas, y que lo correcto es entregar una imagen inmaculada.
Fíjense que no estoy de acuerdo. Me encantan las taras de la madera, los rostros arrugados y bellos donde cada línea cuenta una historia, la debilidad de carácter en forma de sensiblería.
La torpeza, la tartamudez,la cojera, los ojos mal maquillados, la cara recién levantada.
Fuera máscaras, me gusta lo real. Tapamos cuidadosamente nuestros orificios , todos ellos, y en este caso fue una medida de prudencia (no soy negacionista, he cumplido el protocolo, lo que no impidió que el virus en su momento me atacara) y reconozco lo difícil de todos para contener esta pandemia vírica y la importancia de la responsabilidad individual y colectiva.
Pero sabéis lo mucho que gusto de las metáforas y analogías, y conocéis también esa otra máscara, la que llevamos cada día y nos supone una enorme presión social: sonreír sin ganas, contenerse y apretar los dientes cuando algo no es de nuestro agrado, maquillar la realidad para que parezca utopía…las máscaras que nos ponemos en los diferentes roles, ejecutivo agresivo, tunante, amante , amante glamourosa, desfacedor de entuertos…todo ello, personajes interpretados por imperativo social, que no dejan paso al yo auténtico, ese Augusto Pérez vulgar que diría Unamuno en Niebla y que pugna por no morir.. Esa persona que va al WC, llora con una peli sentimental, se suena los mocos con servilleta (de papel preferiblemente) y usa siempre las mismas zapatillas viejas,dos números más, porque aunque medio mordidas por el perro resultan confortables.
Sí, fuera máscaras, dentro democracia y concilio, cuánto me gustaría que pudiésemos ver lo real, la importancia de desnudar pieles y angustias en esta situación tan perra. Que nos hace vislumbrar vida y muerte de la mano, que pone en perspectiva lo importante.
Fuera máscaras, tenemos miedo, nos aterra no superar esta crisis sanitaria, social y financiera, por eso vamos a las terrazas a por esa clarita de la suerte, por eso deseamos abrazar más que nunca a los nuestros,por eso vamos a vacunarnos como cuando niños íbamos al pediatra, un poco asustados pero sabiendo que es imperativo y necesario.
Sí, fuera máscaras, hemos sufrido un horror, parece que cuando el bicho se va aparece por otra parte y nosotros solo deseamos ser felices, falibles, humanos , como era todo antes de declararse este estado de excepción nacional, europeo, mundial.
Con las máscaras nos protegemos, sin ellas quedamos al descubierto. Las ternuras, las locuras, el cariño, las taras, el silencio, los miedos, todos delante unos de otros para elegir qué hacer y cómo hacer para en vez de atacar el punto débil del otro, ayudarle con su llaga.
Pensando, acetadamente, que ahora nos toca lamernos las heridas juntos y al descubierto y para eso hace falta mucha limpieza, desinfección de manos y un alma aséptica para no juzgar, teniendo en cuenta que cada vez que arrancamos una máscara en nuestra psicología estamos dándole al mundo lo más preciado que tenemos. Nuestra vulnerabilidad .Esperamos el mundo trate esta con cariño, igual que nosotros lo haremos.
Porque nunca fue un espectáculo más hermoso ver piel desnuda y corazones encendidos mostrando un camino real.