JM Arceu
Suben y bajan
Un día de olas me di cuenta. Pasión enfermiza entre sal y plantas marinas. Seguimos siendo niños. Niños que creen haber crecido.
Alguien dio la salida, y la carrera nos trasladó al pasado. La arena zozobraba en cada paso hacia el desahogo de una vida y sus responsabilidades. Era como una acción suicida, controlada por el germen instintivo de quien huye del peligro ansiando la seguridad del libre albedrío. Llegamos con rapidez y pronto nos asentamos cómodamente, con vistas hacia lo indefinido, allá donde agua y cielo se funden.
Los grandes azotes acechaban a lo lejos, pero no habíamos perdido la maestría ni el miedo.
Con la inmersión astuta que eludía los fuertes golpes de espuma, nos reíamos de la naturaleza y su bravura. En su contra, el desafío de plantarle cara, exigía una humilde cabriola para reducir su fiereza o una poderosa estabilidad con la que sentirnos a su altura. A veces una, a veces otra; sin tiempo para un respiro. En la gloria placentera de la sencillez que luce una sonrisa infantil cuando la diversión es pura, el estatuto de las agujas del reloj prescribe por un momento.
El ardor de sentirse vivo regurgitaba en cada gota salina que recorría nuestra piel.
Los problemas se habían ido. Los enigmas, soluciones sencillas que nunca habíamos imaginado.
Las nubes empañaban el manto celeste permitiendo la apertura de nuestros ojos y el despertar de la emoción.
Por un instante, las idas y vueltas se sorteaban con saltos y devoción, sin más preocupaciones que levantarse y pensar rápidamente cómo afrontar el siguiente oleaje.