Manuel Pérez Lourido
La silla de la playa
Como objeto fisico, una silla de playa ofrece pocas posibilidades, más allá de la comodidad que se pueda obtener de su estructura y materiales. En cambio, como concepto, ahí ya podemos hablar de asuntos más interesantes.
La silla de la playa marca la frontera entre la juventud y como sea que se llame lo que viene después, que yo ya me he perdido. Hablamos de cierta transformación en la psique de los individuos que les conduce a desplazarse hacia los arenales portando una silla de playa, cuando siempre se habían conformado con una simple toalla. Hablamos de ese día terrible en que sabes que la arena de la playa ya no es una opción para tus posaderas, sino un obstáculo a salvar. Como mucho, de ahora en adelante servirá para recoger ocasionalmente tu cuerpo cuando te prestes al cocinamiento solar de cuerpo entero, con aceite (también llamado crema protectora), vuelta y vuelta.
La silla de playa es también un ancla, pues te mantiene alejado de las frías aguas oceánicas (hablo siempre desde una perspectiva gallega) y varado en tierra, desde donde puedes observar con no poco regocijo toda la panoplia de saltitos, avances, retrocesos, frotamientos de brazos, tiritonas y demás parafernalia gestual que acompaña a quienes osan desafiar al mar y pretenden ingresar en él como si tal cosa.
También es la Ítaca a la que regresan, con la lengua fuera, los Ulises que se han puesto a recorrer el arenal de un lado a otro y, mientras se cuecen de forma deambulatoria, someten a una prueba de estrés cardiaco su maltrecho organismo (si no estuviese maltrecho, qué rayos hacen con una silla de playa).
Es también un trono, evidentemente, la silla de la playa. Sea rígida o de las que se reclinan, se trata de un asiento regio: el reino de la molicie veraniega se domina desde ella. Su elevación proporciona, de un vistazo, una referencia clara del territorio. Situada estratégicamente, toda la playa puede llegar a divisarse desde esa atalaya.
Señalar también que la silla convertible en tumbona es un claro ejemplo del maridaje entre el ingenio y el sibaritismo. Aunque en realidad el artilugio ha tardado demasiado en llegar a nuestras vidas. Todos aquellos veranos desperdiciados con el uso de sillas rígidas (y estamos hablando de fechas posteriores a la llegada del hombre a la luna). Resulta inexplicable que pudiésemos alucinar viendo alunizar al Apollo 11 mientras nos plantábamos en la arena con una silla que no servía para nada más que para estar sentado en ella. Hay logros del ser humano que te dejan boquiabierto porque te otorgan una calidad de vida no lograda antes y otros que aún no sabes a ciencia cierta para qué han servido, aunque se hayan llevado todos los honores La luna sigue ahí arriba, no ha cambiado mucho nuestra vida tras haberla visitado, en cambio hay un antes y un después de la silla convertible en tumbona. ¿Quién puede ser señalado por sentir devoción hacia un invento como este?