Milagros Domínguez García
Conducción y educación
Hace algunos años, bastantes, uno de mis profesores en el instituto durante una clase nos dijo a sus alumnos que padecíamos una enfermedad llamada juventud y que sólo el tiempo pondría remedio y cura.
Hoy, ya libre y curada de aquel mal que sufría intento buscar algún paralelismo entre lo que soy y lo que fui, y cierto es que si bien no me quedaron secuelas, sí alguna que otra cicatriz.
Y es que no nacimos adultos, fuimos jóvenes, lo que son hoy nuestros hijos, iguales, con las diferencias lógicas de los cambios socioculturales y por supuesto de los medios digitales que hoy poseen y que nosotros ni imaginábamos poseer. Pero igual de insolentes, atrevidos e insolventes, y no es malo, es lo natural.
Leía recientemente en un medio digital una larga lista de nombres de jóvenes fallecidos en accidentes de tráfico y mencionaban la impotencia de la DGT para lograr frenar ese trágico y terrorifico registro e, inevitablemente, si pienso en estos sucesos desde mi perspectiva de madre, se me hiela la sangre.
Los jóvenes por naturaleza poseen una necesidad imperiosa de vivir rápido, se les hace eterna la juventud, tanto como lo fue para nosotros que impacientemente quemábamos etapas en la ansiada búsqueda de la libertad y la independencia.
Sentarse al volante de un coche o una moto aporta una sensación de poder que hace que sintamos que nada está por encima de nuestras posibilidades y sí, es así en muchos casos para adultos ya curtidos, que no será entonces para ellos que poseedores del carnet han conquistado una parte de ese terreno que ansían, un paso más en el camino de hacerse mayores.
Pero todo gran poder conlleva una gran responsabilidad y a veces es difícil conjugar los verbos querer y poder, sobre todo si dependemos de una máquina, coche o moto, que nunca controlamos a pesar de creer que sí, y que una vez se adueña de la situación el final es incierto.
Quizá deberíamos incidir en la educación de nuestros hijos a este respecto, insistir sobre los riesgos, sobre las fatales consecuencias. Quizá es una asignatura pendiente de nuestro sistema educativo, deberían desde muy pequeños ser instruidos para el medio en el que se van a desenvolver, y teniendo en cuenta la falta de previsión y la temeridad que muestran, sin duda en gran medida a causa de su edad, mostrarles que los resultados de sus actos son tan reales como a veces irremediables.
Pero hay un hecho importantísimo que debemos los padres tener en cuenta y es predicar con el ejemplo porque pisarán donde pisamos y el hecho de que nosotros hayamos podido mantener el equilibrio, no significa que ellos podrán.
No beber y conducir, el respeto en la conducción, la precaución, la mesura, y la sensatez al volante podrían incidir positivamente en la conducción de ellos, si lo ven en nosotros.
A veces les transmitimos con nuestros comportamientos el miedo a que la Guardia Civil de Tráfico nos multe, porque el dinero que se va en multas es dinero tirado, pero la realidad es otra y sin darnos cuenta, estamos ocultándoles que lo cierto es que estamos incumpliendo la ley y eso tiene una consecuencia, que en cualquier caso, si se arregla con dinero, no es lo peor que nos puede suceder.
Y es curioso porque les hablamos a nuestros hijos de lo grave que es que cometan cualquier delito, pero no asumimos los de tráfico como tales, y si robar está mal y es reprochable, exceder el limite de velocidad es una conducta que ni siquiera tendremos en cuenta si el radar no nos detecta, entrar en una propiedad ajena es algo que no deben hacer bajo ninguna circunstancia pero saltarse un stop no es para tanto, y en cambio es sin duda un acto casi suicida u homicida.
Y es que parece que olvidamos que saltarse las normas de tráfico además de delito, les puede costar la vida, la suya y la de otros.
Soy madre y tengo miedo de que mis hijos sufran un accidente que trunque o acabe con sus vidas, pero más que eso temo que causen con sus actitudes uno en el que alguien que sin arte ni parte se lleve el peor resultado, porque me pesa la responsabilidad de lo que ellos hagan y de las fatales consecuencias de sus actos.
Los jóvenes no vienen de serie preparados para otra cosa que no sea vivir deprisa y divertirse, pero enseñarles que no puede ser a cualquier precio es cosa nuestra, en la que la DGT no influye, y en la que la Guardia Civil de Tráfico es simplemente el notario que levanta acta, y en el peor de los casos, quienes un día llaman a nuestra puerta para anunciarnos la peor de las noticias.
Y ojalá que nunca fuese así, pero sucede y no existe reparación posible, solo dolor.