Marisa Lozano Fuego
Ese café
No sé si algunos de vosotros se ha tomado ese café. Ese café misterioso y solemne digno de un expediente X, puesto en busca y captura, ansiado por los poetas y los parias, por los ejecutivos y las adolescentes, por lo divino y lo humano. Ese café prometido en ascensores, cruzando la calle, en el coche, en la puerta de casa, con los libros en la mano, con una sonrisa, apartando un mechón de pelo…al amigo de años ha, al compañero, a la colega que nos cae bien pero nuestras vidas son tan distintas como el agua y el barro, a la parienta que vemos por Navidades…
-"Oye, tenemos que tomarnos un día un café, y nos ponemos al día….¿vale?"
-"Claro que sí, ya te llamo un día o te mensajeo y quedamos."
Y ahí queda el cuento, la promesa, la magia suspendida en el aire, juramento no escrito, ilusión perlada de esperanza. A veces intercambiamos los móviles. Otras veces ni eso, pareciera que después de diez años o incluso después de haber cambiado el terminal el teléfono permaneciera grabado en alguna dimensión mágica donde se oculta el pocillo sagrado de ese prometido café.
Ah, otras veces ocurre que el café no apetece igual a las dos partes. Ahí viene lo incómodo de cumplir juramento, vuelta encontrarnos en salvo sea el lugar, vuelta a prometer como Don Juan Tenorio a Inés amor eternos, pues café eterno, sí, qué despiste el mío, pero yo te llamo, te llamo un día y concretamos (rostro sonrojado, buscando un boli en el bolso para anotar en un Kleenex, modelo Cro Magnon, así puede que se pierda al sonarnos los mocos). Claro, entonces no figura en nuestra agenda, y la tercera vez podemos decir sin pudor que el número lo hemos perdido.
Corremos entonces el riesgo de que nuestro interlocutor/a nos coja en ese momento por banda para tomar "ese café" y nos hallemos frente a frente, un cortado y un descafeinado, sin mucho que decir y llegando muy tarde a la cita con el dentista.
Otras veces el café prometido tiene posos de romanticismo y nostalgia, porque viene de aquella persona que no pudiste olvidar, aquella amiga antigua, a aquel compañero de academia que estudió contigo unas opos y realmente sí quieres oír y ver, para recordar anécdotas varias y acumular unos pocos recuerdos más. A veces, este café no llega .Es cuando lo colocamos en el reino perdido del Unicornio Azul de Silvio, del Ratón Pérez y la senda de los Reyes Magos, esperando que se materialice con su olor fuerte y suave y la compañía deseada, frente a nuestros ojos. Que nos llamen, que nos escriban para ese café. Las horas pueden ser eternas. La esperanza, también.
¿Tomamos un café?
Realmente y estrictamente muchas de las veces que decimos eso nos referimos a un rato de ocio compartido, confidencias mimadas una frente a otra, embalse de recuerdos y anécdotas, si no cotilleo puro y duro, y a veces ni siquiera pedimos café, sino Cola Cao o una tónica.
Entonces la figura café pasa a ser metáfora, como cuando un inglés te invita a tomar té en su apartamento y no quiere solamente un refrigerio de las cinco (no experimentado en persona, solo hablo por referencias).
El mítico café puede ser una cena, también, puede ser un agua mineral, no importa, el significante va cambiando según el lugar, la hora, las preferencias del dueto (porque suele darse entre dos) pero el significado es el mismo: compartir un ratito de agradable conversación.
Personalmente, no tomo café. Me pone nerviosa la cafeína. Es tal vez que por eso he olvidado algunos, sin recordar que los puedo sustituir por otra pócima tan inofensiva como el Cola Cao.
Algunos se me han olvidado, y de veras me gustaría tener un ratito para tomarlos. (Si se quiere se puede, el no tener tiempo es una excusa manida, media hora tenemos todos hoy día, con 24 que el día tiene). Otros no me han apetecido. Otros, hasta es hermoso tenerlos en ese terreno mágico de lo ansiado, y sé que algún día llegarán.
Otros, los he propuesto yo, y sigo a la espera de que contesten. Amigas del pasado, que quieren anunciarte una noticia, pedir un consejo o intercambiar un poco de autobiografías.
En resumen, todos, todas alguna vez sabemos qué fue de ese café.
Ese café que no nos hemos tomado aún, que quizá nunca nos tomemos, pero que existe en el imaginario propio de nuestra mente como aquellas deudas de fe que cumpliremos, sin ninguna duda, en este breve espacio de tiempo que nos da Cronos y que sirve, dulce y nostálgico, sencillamente para recordar.