Milagros Domínguez García
La Igualdad no da igual
Hace unos días hablando con mi hija de trece años sobre su atuendo y sus gustos en cuestión de moda, aludía yo a ese hábito que la lleva a usar cuatro tallas más escudándose en la tendencia 'oversize', y aventurándome con una opinión de sobre si le gustaría una falda o no, obtuve una respuesta que me demostró que ella lo entiende todo… "Ahora no me la pondría, más adelante puede que sí".
La escuché y además la observé, y lo que ví y escuché me confirmó lo mucho que hemos cambiado como sociedad y que a pesar de su corta edad y por consiguiente poca experiencia, respondía educadamente pero con contundencia, sin altanería pero con confianza en sí misma, y eso vino a demostrarme que es posible el entendimiento y la convivencia de ideas y posturas, además que la coherencia de su respuesta me mostró la reflexión, ya que ella misma se abre a otras posibilidades y no excluye un cambio.
La vida en general no puede verse como un catálogo estandarizado y si me lo permiten recogeré en la moda el ejemplo; a veces nos compramos una prenda de ropa verde porque nos gusta ese color, la vestimos encantados y llega alguien que nos dice que, que bonito es eso azul que llevas, y otros en cambio les horroriza el color verde azulado que ven en ella, y los hay a los que le encanta el azul verdoso de esa prenda que llevamos puesta, e incluso podemos toparnos con quien coincide en verla verde y al igual que nosotros la compraría.
La pregunta es, ¿podríamos después de escuchar tantas opiniones ser tajantes en cuanto al color de la prenda que llevamos?, o quizá debamos entender que todos tienen razón, y que posiblemente lo más importante no sea quien la tiene y por el contrario lo que debe prevalecer es la convivencia entre las opiniones, respeto al fin y al cabo.
Así de esa forma debería entenderse el feminismo, como una corriente en la que todos estamos incluidos aunque tengamos diferentes opiniones y necesidades, y que ello, no sea óbice para que el conjunto se mantenga compacto y unido, iguales por defecto y que el exceso sea encarado con esa unión y esa igualdad que nos pondera como ciudadanos y que excluye tajantemente a quienes no respeten las diferencias y no las entiendan como enriquecedoras, a los que intenten imponernos un pensamiento único, a los que gritan para acallar razones u opiniones, a los que ignoran nuestras vivencias y no comprenden que la experiencia es una grado que no ha de invalidarse porque haya sido ganada con el paso de los años, a los que en definitiva vienen a crear un conflicto en algo tan sumamente importante como son los derechos.
El diálogo, el respeto, y la tolerancia, deben ser más que palabras impresas en carteles, son valores de los que deberíamos procurar rodearnos y apostar por ellos si lo que queremos es progreso, porque avanzar es tan necesario como inevitable, pero para ello no necesitamos dejar a nuestro paso un paisaje desolador como si fuésemos jinetes del apocalipsis podemos y debemos hacerlo con congruencia y asentando los pilares sobre los que se construirá el futuro, incluso con el aprovechamiento de lo que aún pueda conservarse del pasado y no desdeñarlo por el simple hecho de que es antiguo y que lo actual es mejor.
Educar y reeducarnos, no dejar de aprender, no perder la ilusión por una sociedad más justa, más igualitaria, no dejar pasar la oportunidad de hacer algo que pueda mejorar el mañana de nuestros hijos, porque yo, al igual que muchos, queremos que nuestros jóvenes sigan ostentando en sus manos el relevo que tomamos nosotros y que cedemos a ellos, para que un día se mantenga eso que un día fuimos con los añadidos que la sociedad demande.
La igualdad no nos puede dar igual, es la base de una mejor sociedad.