Valentín Tomé
Res publica: Los aguatenientes
Hasta el día de hoy, el agua es el principal componente de todas las formas de vida conocidas. Sólo se consideran zonas habitables del Cosmos aquellas capaces de albergar agua en estado líquido. La inmensidad del Cosmos contiene gran cantidad de agua. Se encuentra congelada en cometas, exoplanetas, o en algunas lunas del Sistema Solar como Europa. El agua se forma en las mismas reacciones que originan las estrellas. Cuando una estrella explota, libera al espacio todo ese agua en forma de vapor.
Pero, hasta ahora, la Tierra es el único lugar conocido que contiene agua en estado líquido. Desde hace 3.900 millones de años, el agua de la Tierra fluye en un ciclo que sustenta a todos y cada uno de los seres vivos. La cantidad de vida que el planeta puede mantener depende de manera proporcional de la cantidad de agua líquida disponible. Y esa cantidad es limitada. Se renueva constantemente mediante el ciclo del agua. Así, el agua de los océanos se evapora y pasa a la atmósfera. Los vientos distribuyen las nubes y el vapor de agua por todo el planeta. Cuando se condensa, cae en forma de lluvia, o bien de nieve, granizo... Los seres vivos se sirven de ella para subsistir, y la devuelven a la naturaleza en forma de desechos orgánicos o cuando mueren. Pero al final del proceso podemos decir que se trata de un juego de suma cero, donde la cantidad de agua disponible se mantiene más o menos constante.
Hace apenas unos meses supimos que el agua de California se ha convertido en un elemento más para invertir dentro de los mercados a futuros bursátiles. Este tipo de inversiones a futuro no suponen la necesidad de suministro de agua, sino que son contratos financieros que vendrán determinados por el precio medio semanal de las principales cuencas de California. De esta forma, el índice NQH20 marcará el precio de esta nueva mercancía y servirá de referencia mundial.
Como decíamos al inicio, el agua, al contrario que otras mercancías como el oro o el petróleo, es un requisito básico para la vida, pero eso no ha impedido que, en su afán depredador, el capitalismo la haya convertido en una mercancía más. Para intentar entender lo que esto puede suponer no hace falta irse muy lejos, basta ver lo que ocurrió en las crisis agroalimentarias de 2007 y 2008. La especulación en los mercados a futuros de los principales alimentos tuvo un papel fundamental en la subida de precios de los mismos. Todo ello, agravado por la coyuntura de cambio climático y su incidencia en determinados cultivos, así como la apuesta firme por los agrocombustibles, más rentables, frente a la producción de alimentos.
Pero como ya son conocedores los lectores habituales de esta columna, todas las dinámicas del capitalismo a nivel global adquieren características propias y singulares cuando son trasladadas a nuestro país, fruto todo ello de la pervivencia de estructuras económicas que cohabitan entre dos mundos aparentemente antagónicos: el neoliberalismo globalizador y los grandes oligopolios privados estatales surgidos a partir de la autarquía franquista.
Como todos ustedes saben, en nuestro país las cuencas de nuestros principales ríos son aprovechadas para la generación hidroeléctrica por grandes empresas privadas a través de los embalses; los cuales, en su amplia mayoría, fueron construidos durante el franquismo bajo el paraguas del Instituto Nacional de Industria, muchos de ellos con mano de obra esclava formada por presos políticos de la dictadura. Estos nuevos señores feudales, aguatenientes como Iberdrola, Endesa o Naturgy, disponen desde hace décadas de ese bien natural que es el agua de forma privativa, de tal manera que deciden, en función de sus intereses económicos (oligopólicos), el caudal de nuestras cuencas.
Este derecho privativo en el uso y abuso de un recurso natural ha provocado todas las dinámicas de desecación de embalses ocurridas a lo largo de este verano. Vaciamiento artificial e intencionado que no respondía a ninguna situación de sequía hidrológica. El principal objetivo de esta dinámica depredadora se encontraba en aprovechar las singulares ineficiencias de nuestro mercado eléctrico para usar el agua como principal generador de energía y terminar pagando esta al precio del gas, lo que ha desembocado en una larga secuencia de récords en el precio de la luz, otro bien básico, que de repente se había convertido en un lujo excesivo para muchas familias.
Quienes vivimos en el sur de España somos conocedores de la necesidad vital de disponer de aire acondicionado durante los días estivales en los que es habitual superar los 40º C. Mas aún en esos pueblos de la España vaciada donde reside la población más envejecida, normalmente con problemas serios de salud, siendo la dificultad respiratoria uno de los más frecuentes, potenciado por el hecho de haber padecido una pandemia que ha agravado aún más si cabe, entre los supervivientes, los problemas cardio respiratorios de los más mayores. Nadie a día de hoy sabe decir cuántas muertes se han producido en España en este verano como consecuencia directa de las altas temperaturas, y cuántas de estas víctimas se vieron limitadas en el uso de aparatos de refrigeración por el alto precio de la energía.
Además de todo esto, el vaciamiento de estos embalses ha tenido efectos "colaterales" no menos graves. Muchos agricultores y ganaderos de los municipios próximos a estas reservas de agua han visto como se perdían sus cultivos por falta de agua para el regadío o fallecían cabezas de ganado por no disponer de agua para sus abrevaderos. Otros municipios sufrieron desabastecimiento humano de agua durante la mayor parte del verano. Millones de ejemplares de la fauna ictícola han desaparecido como consecuencia de ese vaciamiento. Incluso todo un Parque Nacional como el de Monfragüe veía como el río Tajo a su paso por el mismo se convertía en una cloaca de aguas verdes sin rastro de vida animal con todo lo que esto supone para la cadena trófica de todas las especies que habitan en el parque. Todo ello con la complicidad de las correspondientes Confederaciones Hidrográficas que dejaron hacer a estos aguatenientes neofeudales cuando tenían el deber de velar por que estos embalses mantuvieran unos niveles mínimos de agua.
¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo es posible que bienes naturales como el agua o las semillas, cuya existencia es millones de años anterior a la del propio ser humano, y que por lo tanto no son fruto del trabajo humano, se hayan convertido en una mercancía con la que especular y enriquecerse a costa de poner en riesgo millones de vidas? Al contrario de lo que pueda parecer, este proceso es tan viejo como el propio capitalismo, de hecho, podríamos decir que es inherente al mismo.
En uno de los capítulos a mi juicio más brillantes de El Capital, Marx cambia de registro, y abandona su faceta de filósofo o economista político, y se pone los ropajes de historiador. En su capítulo XXIV del Tomo I, titulado La acumulación originaria, Marx nos señala el momento histórico en el que la humanidad dejó de trabajar para sí misma para empezar a trabajar para otros, es decir, para convertirse en proletario. El sentido de la acumulación primitiva es privatizar los medios de producción, de tal modo que sus propietarios puedan aprovecharse de la existencia de población sin medios que tiene que trabajar para ellos. Esa privatización afectó sobre todo a las grandes masas rurales, que fueron expulsadas del campo para ir a las fábricas de las ciudades. La privatización destruía decenas de formas tradicionales de definir los derechos de acceso de la población a los medios de producción y los recursos naturales: vinculación de los siervos a la tierra, derechos comunales, derechos de compascuo, derechos de campo abierto y otros. Por supuesto todo esto fue un proceso cargado de violencia (en palabras del propio Marx "el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo"); había que arrancarle a la ciudadanía sus propios medios de producción a la fuerza para que sólo tuviese una sola cosa que ofrecer al mercado: su fuerza de trabajo, es decir, su propio pellejo. Posteriormente toda la tradición liberal se pondría al servicio del mito del capitalismo como proceso pacífico haciendo entender que el trabajador ponía libremente precio a su fuerza de trabajo en el mercado, cuando en realidad, al haber sido desposeído de cualquier medio de subsistencia, su única libertad era la de morirse de hambre.
Si durante el siglo XVIII en Inglaterra, uno de los métodos para lograr convertir a los campesinos en proletarios fueron las leyes de cercamiento o "enclosures" de las tierras comunales, que privaron a los agricultores tradicionales de su acceso a la producción agrícola autónoma, y propiciaron así el enriquecimiento de los grandes tenedores de tierra, es decir los terratenientes, que acumularían entonces, como rentistas, el suficiente capital para después poner en marcha sus fábricas en las grandes ciudades, a donde acudirían en masa los propios campesinos desposeídos; en el siglo XXI las leyes decretadas para la creación de un mercado financiero del agua profundizan aún más en este proceso de "proletarización" de la ciudadanía. Si bien, actualmente, ya no es necesario que nos transformen violentamente en obreros, nacemos ya obreros desprovistos de toda condición de producción, no por ello el capitalismo ha dejado de insistir en nuestra "proletarización" por otras vías. Y sin duda una de las más efectivas es convertir todos los recursos esenciales (y escasos) para la vida en una mercancía más. De esta manera el mercado, con todas sus asimetrías y aberrantes desigualdades asociadas a un sistema capitalista de producción, se convierte así en un absoluto, en la fuerza motriz de toda sociedad, pues la propia naturaleza y todas sus creaciones forman parte del mismo.
Pero frente al pesimismo del intelecto, ejerzamos el optimismo de la voluntad. A la par que se expande la mercantilización de la vida, aumentan también las protestas populares para recuperar el agua y la energía como un Derecho Humano y asegurar el ciclo vital del agua como un Derecho de la naturaleza. Esta lucha por evitar la total mercantilización de lo existente es un frente más en la gran tarea de nuestros tiempos: rescatar a la vida de las garras del capital.