Marisa Lozano Fuego
El primer amor
Muchos mitos y matices existen acerca que eso que llaman primer amor. El objeto de tal etiqueta puede tener múltiples fisonomías, edades, razas, ser pasional o platónico, vivido en el instituto o de una ventana hacia otra. Muchas veces no es correspondido, y muchas otras nos hace experimentar ese primer latido ufano de la inocencia en materia de Cupido. Angelillo que por cierto se representa con ojos vendados, al igual que la Justicia, esto hace que no seamos culpables de de quién nos enamoramos. Y luego, reclamaciones no valen, la flecha se ha clavado y venga un herrero a quitarla, porque está honda y no se puede, tendrían que hacer una cardiotomía.
¿Recordáis a vuestro primer amor?
Yo, sí. Corría el año taitantos, yo llevaba mandilón de cuadros, plastilina en las manos y pintaba las nubes de naranja. Él llevaba la nariz mocosa (fuentes maternas aseguran que yo le ayudaba a sonarse, pero mis archivos-recuerdo no han constatado tal información), gafas culo de vaso y una gran afición por jugar a los vaqueros. Teníamos cinco y cuatro años.
Se trataba de mi mejor amigo en el parvulario. Qué precoz, dirán algunos, qué absurdo, dirán otras. Por favor, antes de acusarme de algo que acabe en idia déjenme contarles la historia completa.
Mi primer amor tenía un nombre, para mí el más hermoso, empezaba por G y terminaba por –alo, y en el recreo siempre compartíamos el bocadillo. Mi madre me compraba bolsitas de esas de chuches de corazones y en ellas venían unos sobres con muñequitos vaquero de plástico. Como eran de su gusto, yo se los regalaba y pasábamos las horas inventando historias de Oeste con ellos.
Más bien golpeándolos en un cachito de tierra de un macetero, y después él se los guardaba, triunfante de haber vencido. Yo siempre dejaba ganar a mi amor. Un día no le pude llevar muñecos, la economía familiar no estaba boyante, y se negó a hablarme (fue la primera vez que entendí el significado que "te quiero por el interés…") que fui constatando con otras parejas a lo largo de mi vida. Luego dicen que solo somos interesadas las mujeres .Ja. Si no hay caballito, o bocadillo, o finca a las afueras, me pongo a buscarme otro amor.
Pero dejemos mis diatribas con el sexo opuesto, estamos en que mi amor era un poco materialista, pero enormemente bello. Sus rizos rubios se enredaban por encima de su coronilla, su sonrisa plácida mostraba un hoyuelo y yo siempre le esperaba en los recreos para diseccionar el mundo, que más allá de las verjas del patio, se nos antojaba extraño y tal vez un poco pazguato.
Era hombre de humor mi amorcillo, siempre haciendo piruetas desde un banco con el mandilón puesto a modo de Superman, y yo vigilando porque no se hiciera daño.
Cuidar a los hombres fue otra de mis facetas, algún día os contaré una historia de un melón llevado en un autobús a la playa, el melón de la reconciliación, que me hace tener manía a tal fruta, y con el cual fui cargada hasta Marín para lograr que mi noviete de turno me perdonase por no sé el qué. Melón que se comió entero sin darme ni un pedacito. Si lo sé llevo una uva, cavilé después, entre hambrienta y llena de agujetas.
Pero dejemos el patetismo Bridget Jones, por favor, hablaba de mi amado G. El primero que me hizo sentir que el sentimiento de amor existía, porque eso era lo que decía el cine que éramos.
Por fin lo entendí. Yo lo consideraba mi mejor amigo. De hecho siempre se me dio mejor jugar con los niños que con las niñas, porque yo a la cuerda no me manejaba, tenía miedo de entrar, y eso de saltar a la goma me hacía enredarme los pies con serio riesgo de caerme.
Con los niños era más fácil, tú la llevas o el lobo, y todos entendíamos eso de agarrar mandilón y correr en pos de la próxima víctima.
Resúltese que una tarde vi una peli en blanco y negro sobre dos chavales como nosotros, tal vez con un poco más de edad, diez o doce años. También pura inocencia, paseos hasta el colegio y miradas furtivas en el autobús. Él se llamaba Eustaquio y ella, como la destinataria de unos versos de Darío, Margarita. Él no se dio cuenta de que aquello era amor hasta que en el bus observó sin desmayo la pelambrera en una axila de ella. Aquello le pareció de tal belleza y clase; ninguna otra muchacha podía ser tan natural y hermosa.
Así que le escribió una carta, para confesarle su amor. Y después no recuerdo más, porque como he dicho se trataba de una peli y como he seguido era totalmente inocente, pero algo me suena de una cucurbitácea, no melón, en los brazos del galán Eustaquio. Aun así, y como no me asustaban las calabazas, me dispuse a hacer lo propio.
Recordé la última fiesta del cole. Yo había ido disfrazada de dama antigua, todo encajes y ribetes rosados, y él de pastorcillo. Existen testimonios gráficos, aún presentes, acerca de tales atuendos. Nos pusimos muy sonrientes a posar en el salón del cole. Aquel día fue divertido, y quedó claro que el amor traspasa toda clase social o barrera. Yo prefería a mi pastorcito que a cualquiera de los donceles de aquella sala, aunque llevaran corona de rey. Le quería y él me quería a mí, por eso nos habíamos hecho la foto.
Otra prueba de su amor me la mostró cuando, con otras seis o siete niñas, vino a mi casa para celebrar un cumpleaños, trayéndome como regalo unos gatitos rosas de porcelana. Estaban en una cestita y eran harto empalagosos, pero como venían de my love, les di sitio de honor en la estantería. Ese día comimos gusanitos, tarta, y nos manchamos los morros en grupo mientras jugábamos al escondite inglés. Él se escondió acertadamente en una casita de cartón que mi padre había construido, tamaño pitufo, con las ventanas verdes y el techo rojo, y allí lo encontré cuando buscaba su rastro, henchido de huellas de chocolate.
Así que ya tenía cuatro pruebas de su amor: me pedía figuritas de vaqueros, posaba conmigo, vino a mi cumpleaños y me había regalado gatitos.
Era hora de escribirle la susodicha carta, ya que él no se decidía. El para qué lo ignoro, pero en la peli decía que eso era lo que había que hacer si alguien era tu amor platónico.
Yo que de Platón de aquella no sabía un pimiento y de poéticas formas aún menos, eché mano de la línea pictórica para ilustrar la cuestión.
Dibujé una cara así como triangular, unos rizos que pinté con cera amarilla y unsa gafas redondas y azules (¿tenía ojos y eran azules, true?) el arte puede ser impresionista, una pajarita verde y dos coloretes rojos en sus mejillas. Lo rodeé de corazones, a saber, tres, uno naranja, otro verde, otro violeta.
Puse abajo , costándome, la frase "yo estoy enamorada de G…alo". (Sí, sabía escribir. Siempre fui una niña precoz. No, no tuve faltas. Los cuentos de Perrault leídos a diario con mis padres se encargaban de ello). Mensaje claro, certero, no podía fallar. Por detrás algún añadido de cortesía:
"Espero que tus padres y familia bien, los míos bien. Adiós." Firmado, María Luisa.
Y con este documento histórico, nacido en una hoja de bloc, me dispuse a ver a mi amado en el recreo.
Se lo di, camuflado entre unas golosinas de esas de botella de Coca Cola y corazones.
Casi va, y lo mastica.
-No es que…es algo para ti. Para ti solo. Para que leas y me dices qué te parece.
-Vale, me dice el galán...pues luego, hale, vamos a jugar.
Y allá fuimos, yo con el corazón a tope y esperando que llegara a casa y me diera alguna respuesta. ¿Me amaría el también? ¿Estaría conmigo solo por las golosinas?
Días más tarde tuve la respuesta.
Tenía el susodicho dos hermanas, Dios confunda, rubia una y ojoacielada, y la otra grandota de tipo y voz, que me resultaban solo medio simpáticas. Eran "de las mayores". Tenían doce y quince años, o yo no sé cuántos exactamente, pero de mi quinta no eran.
Me asaltaron al ir a coger la ruta, o sea el autobús. "Aaay María Luisa, leímos una cosa tuyaaaa" (sonrisa socarrona y dientes, muchos dientes, muchísimos dientes, no sabía que tantos podían caber en boca humana). "Así que estás enamoradaaaa de nuestro hermano, qué ricaaa. ¿Qué pasa? ¿Te parece guapo?" (nosotras también somos guapas, es cosa de familia); melena echada para atrás.
Y que no me dejaban paso, las alcahuetas estas. A él, valientemente, no se le veía por parte alguna. Está claro que las había enviado de emisarias. Pues qué corte. No entendí qué parte de léelo a solas no había comprendido, aunque el caso es que se le pudo caer del mandilón….
¡Cáspita! En ese momento me di cuenta de que probablemente sus conocimientos de literatura no eran iguales que los míos (no me enamoré de su parte intelectual) y había necesitado ayuda para leerla. Hasta aquí, comprensible. Mi amor no sabía leer, y las gigantas se la habían leído.
"Era muy bonitaaa tu cartaaaaa."
Yo cogí la directa con las mejillas como tomates, sentándome lo más atrás del autobús que pude...y las gigantas me perseguían amigablemente y anunciando a voz en grito" ¡está enamorada de nuestro hermano!"
La siguiente escena, lamentablemente vergonzosa, se produjo en el patio del colegio, cuando él me preguntó pasados unos días…
-Eso que me escribiste es una tontería… ¿no?
-Pues no, pues no, era….lo que sentía yo. Ah.
Se da la vuelta y me pregunta interesado
-¿Y hoy me trajiste muñecos vaqueros?
-Pues hoy no traje, mi madre no compró, lo siento…
Nuestra relación quedó herida de muerte desde mi epistolar declaración.
Lo siguiente que recuerdo fue un encuentro casual en Campolongo, donde jugábamos a veces, y un intento cerril de levantarme la falda del vestido. Supuse que él había visto una peli distinta a la mía. Yo me enfadé sobremanera y le dije que mi amor era de los serios, no de esos para jugar. Se marchó el galán cabizbajo y empoderado de que si yo me había declarado, debía haber muchas más por ahí deseando escribirle cartas de colorines.
Los gatitos de porcelana se rompieron, así como nuestro platónico noviazgo. A partir de entonces cuando me lo cruzaba en la calle ya no le saludaba, a pesar de la insistencia de sus hermanas en que nos hiciéramos una foto. O en que volviéramos a ser amigos.
En la adultez, observé la evolución de ese niño y le vi siempre saltando de una novia a otra, todas preciosas. Supuse que ninguna le escribía cartas ni le regalaba vaqueros.
Yo había sido la primera, y seguramente por aquello lo convertí en leyenda viva. Años más tarde, escribí más cartas y regalé más golosinas, pero nunca fue igual.
Desde muy pequeña aprendí que el amor puede ser no correspondido, interesado, doloroso y que los intermediarios no siempre llevan sino mensajes envenenados. Y esto lo digo muy en serio.
Una relación es de dos. No se debe querer a alguien por las golosinas. Si te escriben una carta de amor y no sabes leer, espera a aprender o consulta a alguien de confianza. Si un adulto conoce que dos niños son amigos, no se meta a empañar esa inocencia con presupuestos propios de la adultez. El primer amor es limpio, es suave y está perlado de inocencia. Y otra cosa, chicos: si os escribimos no queremos que miréis bajo nuestra falda. Queremos ir vestidas de dama antigua y que vosotros vayáis de pastorcitos en la fiesta del colegio y compartamos una bolsa de gusanitos.
Así, mi primer amor tuvo un final doloroso, como algún otro que vendría en la posteridad.
Ahora sigo escribiendo cartas, sin remitente ni destinatario. Les llamo poemas. Y espero que nadie se burle del sentimiento expresado en ellos. Porque yo no lo hago cuando leo obras que nacen del corazón. El primer amor duele. Y los siguientes, también. Pero sigue siendo a todas luces una sensación muy hermosa. Sentir. Pensar. Amar. Y plasmarlo en un papel. Lea quien lea. Feliz Lunes.