Milagros Domínguez García
Mamá, ¿puedo cortarme el pelo?
En muchas ocasiones viene a mi mente mi infancia, mi adolescencia, mi juventud. Sucede cuando me siento a tomar un café mirando hacia la nada, buscando en esos recuerdos explicaciones a algunas cuestiones, la compañía de los que ya no están, la sonrisa de la nostalgica añoranza... Pero también sucede cuando surge en mi vida doméstica, sobre todo en la parte que se refiere a mis hijos, al comparar sus etapas y las mías, dándome cuenta de que son muy distintas.
A mi edad ya soy consciente de cómo las "limitaciones" que debido al desarrollo social de entonces "sufrí", pero no me malinterpreten, no desdeño ni rechazo nada de aquel pasado, seguramente haya situaciones vividas en primera persona que de verlas hoy, me causarían asombro, pero que son parte del mecanismo que me hace entender la vida actual, y como no, me hace ver que se puede mejorar evolucionando sin perder la esencia de la educación en valores. Sí, estoy convencida de que la educación ha de ser la base de la sociedad, y que no está reñida con la modernidad.
Ser modernos no significa olvidarse de donde venimos ni educar ha de hacerse con el ordeno y mando, se puede hacer entendiendo que las restricciones son los límites necesarios para mantener la coherencia de la que los más jóvenes carecen a causa de su edad, pero que al mismo tiempo han de ser lo suficientemente flexibles para permitir que ellos forjen su carácter y su identidad. Es más, creo que debemos fomentar la autenticidad del individuo, porque ello los alejará de la soflama fácil y buscarán en ellos mismos y no en "líderes" la libertad de pensamiento. No es tarea fácil encontrar un lugar en el mundo que se adapte a nuestros pensamientos, yo misma sigo en esa búsqueda con mis casi cincuenta y tres años, y quizá podría haber sido de otra forma si me hubiesen permitido ser un poco yo, si hubiesen confiado en mí un poco más, pero también tengo claro que de haberme dado el libre albedrío me habría perdido en un mundo que se mostraba apetecible y al que yo pretendía comerme, pero que me habría engullido inevitablemente.
Entre tocar la trompeta y estar en silencio se encuentra el punto de la mesura que predispone el diálogo y los acuerdos, y para ello no es necesario que los adultos bajemos escalones, ni tampoco pretender que ellos los suban porque no entenderían nada ya que les falta la experiencia de los años y nuestras vivencias.
Hay que dejarles atreverse, que rompan los moldes es necesario para que evolucionen y para que nosotros también lo hagamos, ir de su mano nos mostrará nuevas posibilidades, y a ellos ir de la nuestra les dará seguridad para cuando se equivoquen, porque lo harán, se equivocarán como lo hicimos nosotros, y no debemos impedirlo porque necesitan experiencias y aprendizaje.
"Mamá, ¿puedo cortarme el pelo?" fue la lapidaria frase y la inquietante pregunta que escuché hace unos días de mi pequeña de trece años. Al escucharla viajé en el tiempo y me vi con las mismas inquietudes que ella hoy, pero en mi caso siempre había alguien que decidía por mí si el pelo era largo o si era corto, si llevaba coleta o diadema, en definitiva, recordé como alguien aplicaba sus gustos sobre mi cabellera, sobre mi ropa…
La miré, a ella, cuya larga melena rubia era sagrada, porque ya antes su mamá le preguntó cómo quería llevarlo, y vi en sus ojos el deseo de dar un paso más en ese desarrollo personal y romper con una ligadura de la preadolescencia que de alguna forma la ataba a un pasado, que aunque reciente, ya es algo caduco en quien está viviendo rápido.
Le pregunté el por qué, siempre lo hago, me gusta escuchar sus reflexiones que siempre portan sabiduría, y me explicó que ya su estilo no encajaba en lo que ella pretendía ser.
Y así fue, una tarde, previa cita con nuestra peluquería habitual, se cortó el pelo y cuando la miré mis ojos apreciaron la misma belleza, su mirada limpia y sincera, su sonrisa y, al cabo de unos minutos las lágrimas que se le escaparon al verse tan cambiada, pero no me quedé parada, hice lo que nadie hizo antes conmigo, de su mano di ese paso con ella y juntas seguiremos avanzando, marcando las pautas entre ambas, pero dejándola apoderarse de la seguridad que necesitará un día para lo más importante en cualquier ser humano, SER.