Marisa Lozano Fuego
Chichiño
De aquel colegio recuerdo muchas cosas. El olor a pan del bocadillo que nos daban al ponernos en fila, los cuadros de la falda del uniforme, los ventanales grandes y las puertas azules, la clase de inglés avanzado… nos ponían en filas y en grupos como mesnadas, como rebaños, todo caras limpias y perfectas estéticas, tratando de elevar el glamour a máximo grado en unas edades en que deberíamos ignorar lo que era llevar minifalda y corbata.
Porque sí, la llevaban hasta los peques, unas corbatas muy monas de rayas, que al final del recreo acababan como es lógico y esperable enroscadas encima de la cabeza, a lo indio.
Yo tenía unos trece años y venía de otro colegio, uno de monjitas, allí aprendí mis primeras oraciones, que perduran hasta el presente, el reino de las letras y unas cuantas nociones de urbanidad, amén de correr en pantalones cortos diez minutos enteros cada día en clase de gimnasia.
Se me cambió de colegio porque mi madre consideraba que el nivel de inglés en este cole era mejor, y porque tenía comedor, además de por consejo de una amistad que tenía los hijos allí y estaba muy contenta.
Recuerdo mi primer día y las ganas que tenía de encajar. Con mi falda larga casi hasta los pies, mi coleta y mi piel un poco grasienta, los granitos en la frente y una actitud de ratita de biblioteca que estaba deseando desbrozar los nuevos conocimientos.
Salvo con G...alo, yo no hablaba con niños, el anterior cole era eminentemente de chicas, y aquí había un montón de ellos. En mi clase, de treinta y pico alumnos los chicos eran mayoría, y solo había cinco niñas, todas ellas muy monas y con las faldas muy cortas (más adelante me explicaron que esa era la política personal suya, que no del colegio, y que debía atajarla si quería encajar).Yo no entendía cómo podían ayudarme dos piernas a integrarme, si bien las tenía, como me dijo una al hacerme levantar los faldones "ben feitiñas".
Para mí lo importante era estudiar, y a eso había ido allí.
Muy pronto el apelativo de "chapona" se convirtió en mi apócope. Ignoraba a qué se referían y por qué estudiar "no molaba" y sacar un "insuperable" te hacía más interesante a los ojos de la gamberrada popular. No, allí ser buena rapaza no se estilaba. Chapar, qué dicen, yo no tengo nada que ver con chapas. Los niños eran más abiertos, me dejaban participar en sus juegos, el lobo, el tú la llevas, yo con la cuerda y con la goma nunca me había llevado bien. Ignoraba qué era "enrollarse" (me sonaba a papel higiénico) y nunca había dicho un taco.
Es decir, cumplía todas las premisas para ser la clásica marginada.
Llevar un corsé ortopédico debido a mi escoliosis, gafas y más tarde aparato dental no ayudó.
Parecía Robocop, y en los vestuarios había mofa constante de aquella serie de armatoste que tenía debajo de la ropa. Una vez recuerdo que se me preguntó:" ¿Por qué te duchas aquí, no tienes agua en tu casa?" y yo respondí que para no pasar el resto de la tarde sudada. "Pues eres una guarra". Y yo pensando, guarra será la que no se lava, teniendo en cuenta que estas señoritas hacen gimnasia con las medias puestas y se las dejan todo el día.
Días después me encontré la maravillosa sorpresa de una bomba fétida en mi cartera, una ampolla que reventó y llenó todo el vestuario con olor a huevos podridos, mientras la autora del crimen era jaleada por haber conseguido liar a "la chapona", "Mari Puri" y otros apelativos cariñosos con los que me habían bautizado. Alguien me ayudó a salir de allí y limpiar mi cartera, que no mi desasosiego. Los libros habían quedado impregnados. Al igual que el día que estaba en la cola del comedor y me dijeron, "uy, qué pelo más bonito, deja que te lo peine"…y me pegaron un chicle de menta, teniendo luego que cortar la susodicha parte de mechón.
Una vez narradas estas anécdotas (hay más) pudiera parecer que en aquel cole yo no estaba siendo demasiado feliz, pero no era del todo así: tenía la literatura, y una excelente profesora en tal materia. Mis redacciones empezaron a leerse en clase, y me incluyeron en la revista del cole algunas de ellas. Eso hizo que sintiera que había algo en mí que valiera la pena, en medio de toda esta publicidad negativa en una edad en que la opinión del grupo importa mucho, y puede marcar para siempre. Otro punto positivo fue que tenía algunos compañeros leales, a quienes no importaba mi aspecto ni la opinión ajena, y pasaba con ellos los recreos, amén de con alguna otra chica que era relegada por el delito de a) llevar gafas y tener orejas grandes b) ser, como yo, una chapona c) tener las caderas más anchas del prototipo admitido por las top del momento.
Aún recuerdo el día en que un compañero, mediante mensajeros o emisarios, me pidió para salir.
Era un niño de mi clase, su nombre real no revelaré, pero su apellido era algo así como "Chichiño". "¿Mari Puri, sabes que Chichiño quiere salir contigo? dice que en gimnasia eres la que más corre, casi como él, y le pareces la más guapa."
Yo me quedé descolocada. Jamás hubiera pensado que Chichiño ni espécimen alguno se fijara en mí, y mucho menos para salir a Dios sabe dónde. Le pregunté a la alcahueta- alcahuete (no me acuerdo mucho porque venían en hordas, tan pronto marchaba un recadero como venía otro, y todo el patio pendiente de mi respuesta) "¿Que a dónde dice que quiere salir Chichiño? Que si eso nos vamos viendo en el patio…" Yo, de verdad, no entendía la ecuación. (Apunte: Las Matemáticas nunca han sido mi fuerte).
Como sabéis, mi primera declaración la hice con una carta de amor a un muchacho que aún no sabía leer, y la segunda la recibo de un chiquillo que, ni me dirige la palabra, ni sé a dónde quiere llevarme a una edad en que no se nos presupone vehículo ni facultades para conducir.
Chichiño seguía pensando en su banco, y me dispuse a hablar con él…"Hola… ¿qué querían decir esos? Mírame y dime lo que quieras, no lo entendí muy bien". Entonces posó su mirada en Levante y suspiró. No parecía mal muchacho. Entendí que le habían seducido mis pantalones cortos azules corriendo como gamo por la explanada, porque él era corredor y aunque bajito, de los más rápidos de clase. Quesiquieresalirconmigo. Murmuró todo de corrido.
"Bueno…no sé, no nos conocemos mucho. ¿Te vale si somos amigos"? Le ofrecí la mano, para estrechársela como cerrando un acuerdo comercial. Maldita yo, no esperaría un beso en la boca.
Creo que si se lo doy sale huyendo, a pesar de las muchas bravuconadas que contaban en aquel colegio. Me la estrechó y salió huyendo como alma que lleva el diablo.
Aquella negativa puso la losa final a mi impopularidad. Las niñatas me preguntaban cómo era posible que hubiera rechazado a Chichiño, y una no tardó en pedírselo para ella, como si del monigote de una feria se tratase. Dijeron que tenía ojillos de rana, pero que era muy riquiño, Chichiño, cómo pude hacerle eso, que además era broma, cómo iba a querer salir conmigo con todas las que tenía detrás. De pronto pude comprobar otra vez la solidaridad femenina en casos de amores: empatizan, te empujan hacia el galán, cotillean y luego te lo quitan. Lo siento, es mi experiencia de infancia. Los amigos de él, por supuesto, no se quedaron a la zaga. Cambiaron Mari Puri por Mari Puti, suponiendo que yo tenía un fardel de amantes pequeñitos con cara de rana que me sacaban a pasear.
La negativa a salir con el corredor de la clase (más tarde averigüé que salir consistía en estar uno a cada extremo del patio, sin hablarse, pero asimismo sin hablar con otros) puso otro clavo en el ataúd de mi impopularidad.
Incluso recibí alguna hostia en el vestuario, que a la sazón no estaba bendita.
Todo habría sido menos insoportable si al menos tuviera apoyo en las figuras de autoridad, mas si bien muchos profesores y profesoras eran fantásticos y no consentían el abuso escolar, la Jefa de Estudios de entonces tuvo el valor de llamar a mi madre preguntando "qué hacía yo con sus niños, qué me creía yo, a ver si pensaba que era la doble de Claudia Schiffer" .De aquella existía una anuncio de Fanta y una camiseta que la escultural rubia, nada parecida a mí, portaba en él.
Recuerdo un viaje a Cabeza de Manzaneda, todo el curso junto, cuando me hicieron la cama registrando mi maleta y poniendo allí un jersey de otra, diciendo a la Jefa que yo se lo había cogido. Me quedé una noche entera sola en la cabaña nevada mientras todos iban a discoteca, y nadie me pasó los deberes. Pequeñas anécdotas que cada vez me hacían encerrarme más en mí misma y en los libros. Mis primeros y mejores amigos, los que nunca fallaban. La mayor parte de la gente adora la hora del recreo. Pues yo estaba esperando que acabara, para volver a la seguridad de las clases. Donde podía concentrarme en el gallego, la lengua, el inglés…y olvidar que existen los grupos y la presión social.
Me las arreglé para montar como digo mi pequeño grupito de outsiders y al menos nos hacíamos compañía. Hubo un par de amistades que conservé en el tiempo de aquella época, el resto de los rostros quedó desdibujado hasta que años más tarde, ya adultos, organizaron una cena de confraternidad y me pidieron por favor que asistiera y me prometieron que todo iría bien.
Contra mi propio instinto, acepté y allí recibí disculpas de varios, pero los recuerdos seguían indelebles. En BUP me cambié al Instituto público y me quité el corsé, el uniforme y el dolor de ser Mari Puri. Nadie se metió conmigo en esos años, hice amigas, vestí como quise y seguí sacando buenas notas, si bien aprendí a pasar de la opinión ajena cuando está masificada y sobre todo a no creer lo que me cuentan de alguien en primera instancia. Aprendí a defender a la gente que se encuentra en estado de exclusión o marginación, y lo tuve muy en cuenta años más tarde, cuando ejercí la docencia en una academia privada. Recuerdo aquellos años preadolescentes, y fueron bastante crueles.
Académicamente fui feliz y el colegio no tenía un pero, mas a nivel afectivo y de conducta, aquello parecían los arrabales, ni sé cómo los profes tenían tanta paciencia.
Hoy en día me queda el recuerdo de algunas fotografías desvaídas, yo con flequillo y falda mediana, intentando no salir en la foto para que nadie me viera. Ahora, cada vez que no encajo en un grupito de pijería o en cualquier ámbito social, viene a mí el latiguillo de "te lo dije" y me siento como entonces.
Y supongo que de esos años he sacado el miedo a no encajar, y la certeza de que si no lo hago, algo estoy haciendo mal. Se me ocurre decirle a todos los niños y niñas que sufran acoso escolar por la razón que sea, que no se callen, que no sufran en silencio y sobre todo que no se dejen vencer por la opinión pública: lo que los demás dicen de ti no define tu personalidad. La define y la defiendes, solo y únicamente, tú.