Valentín Tomé
Res publica: Los idiotas
Fue sin duda uno de los más grandes hitos de la historia de la Ciencia Política. Por primera vez en el seno de una sociedad compleja los ciudadanos se gobernarían a sí mismos sin reyes, oligarcas, timócratas, mitos, tradiciones o costumbres que dictasen las normas de convivencia. Solo la razón argumentada mediante el libre debate de ideas.
La Constitución redactada por Solón en el siglo VI a.C en Atenas establecía por primera vez la isonomía, es decir, la igualdad de derechos entre ciudadanos. Nacía así por primera vez en la Historia la democracia. Por supuesto, como toda creación humana, este estaba bastante lejos de ser un sistema perfecto, muchas de sus amplias problemáticas fueron expuestas brillantemente por Platón en sus escritos filosóficos, pero lo que nadie pone en duda es que aquello sentó las bases (en mi opinión, como veremos, en muchos aspectos podemos afirmar que fue incluso más allá) del concepto desarrollado más de dos milenios después por el pensamiento ilustrado de ciudadanía.
De todas las instituciones levantadas por la democracia ateniense, la Bulé, o Consejo de los 500 elegidos entre las diez tribus en las que estaba dividida la población de Atenas, la Heliea o tribunal de justicia, en la que participaban todos los ciudadanos, los Once, dedicada a mantener el imperio de la Ley, o la Helenotamía, encargada de las finanzas; sin duda, la que se erigía por encima del resto y sobre la que pivotaba toda la vida ciudadana era la Ekklesía o Asamblea. Entre otras cosas, la Asamblea tenía la última palabra en lo referente a la legislación ateniense, las declaraciones de guerra, la firma de la paz, la estrategia militar, la elección del strategos y otros oficiales. Poseía también la facultad de llamar a los magistrados a rendir cuentas ante ella al final del año de su mandato (los cuales, como todos los cargos públicos, eran elegidos por sorteo entre los ciudadanos de la Asamblea que manifestaran su intención de presentarse a ellos).
Para que nos hagamos una idea de las dimensiones colosales de aquel espacio, en tiempos de Pericles sus miembros ascendían a 43 000 personas, los cuales se reunían hasta tres o cuatro veces mensuales. El propio Pericles, consciente de que solo aquellos con riqueza suficiente como para poder pasar mucho tiempo lejos de casa podían participar en la Ekklesía de forma habitual, estableció un pago por desempeñar tareas públicas, facilitando así el acceso de todo ciudadano, independientemente de su nivel económico. Se trató, sin duda, del mayor experimento realizado hasta la fecha de democracia directa y participativa de manera ilimitada y periódica (siempre teniendo en cuenta, claro, que a los niños, las mujeres, los esclavos y los metecos les estaba vedada la categoría de ciudadano).
Si realizamos un largo viaje espacio-temporal, y nos trasladamos al régimen nacido de la restauración borbónica durante la Transición en el Reino de España, enseguida observamos que sus parámetros democráticos se encuentran bastante alejados de los diseñados por aquella democracia ateniense. Aquí, como en la mayor parte de los países de Occidente, disfrutamos como todo el mundo sabe de una democracia representativa, con escaso margen ciudadano para la democracia directa o participativa. Es decir, del ciudadano se espera un ejercicio político limitado a ejercer sus derechos democráticos en las periódicas convocatorias electorales para que elija a sus representantes durante cada legislatura, y confiar ciegamente en que estos sean fieles durante su mandato a los principios que decían defender. Probablemente, el hecho de que una gran parte de los protagonistas de la Dictadura que se intentaba dejar atrás fuesen agentes principales en ese proceso de reconstrucción democrática dejaba escaso margen de maniobra para diseñar un sistema más fiel al significado original de la palabra democracia. Aunque es bien cierto que nuestra Constitución en su artículo 92 plantea que las decisiones políticas de especial trascendencia podrán ser sometidas a referéndum consultivo ciudadano, como es bien sabido esta posibilidad apenas se ha materializado en la práctica.
Pero si hubo un momento histórico en nuestro Reino donde todo ello estuvo a punto de cambiar fue durante las manifestaciones de poder popular llevadas a cabo en torno al movimiento 15M. Jóvenes y no tan jóvenes, indignados por el escaso protagonismo que nuestro sistema democrático les reservaba, levantaron sus voces en las diferentes ágoras para exigir que sus derechos políticos fuesen tenidos en cuenta. Estaban deseosos, ardientes por participar en la gestión de la cosa pública. Sentían que nuestra Ekklesía se había convertido en un inmenso fraude, refractario a los intereses mayoritarios de la ciudadanía.
Así propusieron referéndums obligatorios y vinculantes para las cuestiones de gran calado que influyen significativamente en las condiciones de vida de los ciudadanos, la modificación de la ley electoral para garantizar un sistema representativo y proporcional que no discrimine a ninguna fuerza política ni voluntad social, la elaboración de listas electorales abiertas, la obligación periódica de los cargos electos de someterse a revocatoria de mandato mediante votación directa o recogida de firmas… En fin, las reivindicaciones fueron múltiples, y como se puede observar, al menos en el plano político, todas bajo la inspiración de los principios pioneros de la democracia ateniense.
Pero en seguida todos aquellos ciudadanos fueron conscientes de que no iba a resultar sencillo convertir nuestra Ekklesía siquiera en algo similar a lo levantado en tiempos de Pericles. El 25 de septiembre de 2012 se produjo la manifestación Rodea el Congreso en la que numerosos ciudadanos de la capital trataban de impedir que sus representantes políticos votasen a favor de unos recortes sociales que eran contrarios a los principios recogidos en nuestra propia Constitución. Se realizó entonces un gran despliegue policial entre los que se encontraban 1350 agentes antidisturbios. Además, en un gesto cargado de simbolismo, se valló y restringió el paso por la Carrera de San Jerónimo, donde se ubica el Congreso, así como numerosas calles adyacentes. Durante el desarrollo de la protesta varios miles de personas se concentraron en la plaza de Neptuno de forma pacífica, pero, aún así, la manifestación acabó siendo disuelta mediante cargas policiales que incluso se extendieron por toda la capital. El saldo final fue de 34 detenidos y 64 heridos. Algunos de los detenidos fueron juzgados y cumplieron finalmente penas de prisión.
A raíz de todo ello, podría pensarse que la presión social finalmente ha logrado convertir nuestra Ekklesía en un espacio abierto a la participación ciudadana. Nada más lejos de la realidad. Además de no haberse hecho efectivas prácticamente ninguna de las propuestas enunciadas más arriba por el movimiento 15M, hasta la fecha, tal y como expusimos en un anterior artículo, todas las iniciativas legislativas populares de importancia presentadas al Congreso en las últimas décadas fueron rechazadas por este, algunas de ellas con más de un millón de firmas ciudadanas detrás.
Pero sin duda, en mi opinión, hay una característica de nuestra Ekklesía desde la restauración borbónica que ha pasado prácticamente desapercibida y que supone una medida fundamental de cuán alejada se encuentra esta de su ideal democrático. Me refiero a la imposibilidad por parte de cualquier ciudadano de acceder, en directo o diferido, a lo que está transcurriendo entre sus muros de manera íntegra, sin filtros. Desde sus inicios como institución democrática, todo lo que en el Congreso de los Diputados se parlamenta, se debate, se discute durante horas y horas nos llega sintetizado en una breva crónica periodística, en un escueto boletín informativo radiofónico, o en una sucinta pieza televisiva, que, con el sesgo ideológico propio del medio en cuestión, recoge lo que considera los momentos reseñables de esa sesión. Parece ser que durante todo este tiempo de democracia nadie ha tenido la feliz idea de retransmitir para los ciudadanos que nos situamos fuera de esa honorable institución todo lo que en ella acontece.
La verdad es que en un sistema democrático cuesta imaginar un programa mediático que pudiese, al menos en teoría, levantar más expectación, y además más barato en su producción, que uno en lo que todo lo que en él se debate tiene una trascendencia fundamental para la ciudadanía, pues de él emanan las Leyes que rigen nuestras vidas. Pocos programas deberían, en principio, despertar más interés entre los ciudadanos que aquel donde uno de sus tertulianos es esa persona en la que ha depositado su confianza para que le represente en su visión de cómo debe ser la cosa pública, y en el que poder comprobar si sus actos y sus palabras están a la altura del cometido por el que resultó elegida. Lo realmente curioso es que más allá de algunas jornadas especiales como el debate de investidura o la sesión del control al Gobierno, e incluso en estos casos no de manera íntegra y sólo por medios muy concretos, apenas sabemos algo de lo que ocurre en el interior de la Ekklesía más allá de unos breves titulares seleccionados por el periodista de turno.
Sin embargo, gracias a la aparición de las nuevas tecnologías, lo dicho anteriormente no es del todo cierto. En la actualidad, concretamente desde el 6 de julio de 2015, disponemos de un canal en la plataforma Youtube, desde el que poder asistir tanto en directo como en diferido a todas las sesiones del Pleno del Congreso, así como a la celebración de sus múltiples Comisiones. En él, sin voz en off que condicione al espectador, se da fiel testimonio de toda la actividad parlamentaria. Desde el punto de vista de la transparencia informativa cumple al menos con el principio ideal de democracia.
Y es aquí donde nos topamos con la dura realidad, lejos de encontrarnos ante un programa que debería ser, o al menos eso nos dice la razón, líder de audiencia, nos encontramos con un canal oficial que apenas registra 50 000 suscriptores. Es decir, poco más del 0,1% de la población de nuestro Reino. Si el Congreso de los Diputados fuese un youtuber, sería uno de perfil medio-bajo, a una distancia sideral de nuestros principales youtubers residentes en Andorra: elrubiusOMG (39,6 millones de seguidores), VEGETTA777 (32,1 millones) o AuronPlay (27,2 millones). Un streaming de nuestra Ekklesía durante una sesión plenaria genera de media menos de 500 espectadores (se supone que entre ellos estarían periodistas de diferentes medios para tomar nota de lo que allí ocurre), sin embargo, un directo del Rubius echándose una partida al Fifa es seguido por cientos de miles de espectadores.
La verdad es que todo ello resultaba previsible si usted es un observador atento de la realidad. Durante estos últimos años, debido a mociones de censura, sesiones de investidura fallidas… hemos tenido que acudir a las urnas más veces de lo que resulta habitual. Entre muchos ciudadanos se repetía por ello una queja habitual, precisamente la de tener que ir votar. Parece ser que aquella tarea suponía un esfuerzo digno del mismísimo Hércules, de tal manera que aquella jornada que comúnmente se conocía como la fiesta de la democracia pareciera la condena de la democracia. Imagínese lo qué se diría entre ellos si finalmente hubiesen triunfado aquellos postulados de democracia directa y participativa del 15M, ya no digamos si nos tocase vivir en la Atenas de Pericles.
Aquellos griegos tenían una palabra propia para designar a aquel que se desentiende de los asuntos de la comunidad, bien porque no participa de la política o bien porque, desinteresado, vela por sus propios intereses. Esta era ιδιωτης, es decir, idiota.