Valentín Tomé
Res publica: Escala de graves
Daniel Kahneman fue el primer psicólogo en recibir un premio Nobel de Economía en 2001. Su trabajo de investigación se centraba en aplicar los conceptos propios de la piscología al campo de la economía, demostrando de manera irrefutable que el comportamiento humano se encontraba muy alejado de aquellos principios de racionalidad que le atribuían las principales escuelas económicas en sus modelos. Como ya saben nuestros lectores, por racionalidad debemos entender, cuando hablamos de Economía, un comportamiento destinado a maximizar la utilidad-beneficio y a reducir los costos o riesgos que, según estas escuelas, se da de manera natural en los seres humanos cuando tratan con problemas propios de la Economía del día a día (microeconomía).
Pero sin duda lo que nos interesa aquí, para el propósito de este artículo, es la "traducción" que hizo Daniel de los paradigmas dominantes en el campo de la neurociencia o la psicología evolutiva a un lenguaje comprensible por todo el mundo en su gran obra divulgativa y altamente recomendable "Pensar rápido, pensar despacio", para a partir de él mismo dar una explicación científica a los comportamientos aparentemente irracionales que se daban entre los sujetos de su estudio cuando eran sometidos a un experimento científico relacionado con la microeconomía.
En neurociencia es comúnmente aceptado por los científicos la existencia en el cerebro humano de al menos tres cerebros: reptiliano, cerebro límbico y neocórtex, fruto todos ellos de las diferentes etapas evolutivas por las que pasó nuestra especie hasta llegar a su estadio actual. Kahneman decidió para su programa de investigación simplificar el asunto, y habló fundamentalmente de dos tipos de pensamiento que se dan en todo ser humano, que para los propósitos que aquí siguen podríamos resumirlos así:
En primer lugar, se encuentra el Sistema 1 o implícito. Esta vía de pensamiento es rápida, automática, frecuente, emocional, estereotipada y fundamentalmente subconsciente. Esta parte del pensamiento estaría enmarcada en nuestro cerebro reptiliano y límbico y sería la consecuencia evolutiva de tener que resolver problemas esenciales para nuestra supervivencia en un entorno sin rastro de cultura humana. Por otra parte, se encuentra el Sistema 2 o explícito. Es lento, perezoso, poco frecuente, lógico, calculador y va acompañado por la consciencia de estar solucionando un problema. Sería este sistema el último en llegar en nuestro viaje evolutivo y tiene lugar en el neocórtex. Es el que nos diferencia del resto de animales y nos define fundamentalmente como especie.
Por supuesto ambos sistemas no se encuentran aislados uno del otro, están continuamente activos y en comunicación. Y en la mayor parte de las ocasiones, fruto de esas iteraciones, entran en conflicto, siendo, según las investigaciones de Kahnemann, el sistema 1 quien gana la batalla en la mayor parte de las situaciones. Al fin al cabo es el que lleva más tiempo entre nosotros y ha dado muestras sobradas de su eficacia (por algo estamos aquí para poder contarlo).
¿Bajo qué situaciones o contextos podemos sentir la presencia de estos sistemas en conflicto en el campo de lo político? A mi humilde entender, hay una parte de la realidad en la que estos se muestran en toda su crudeza cuando analizamos las reacciones que suscitan entre la ciudadanía diferentes hechos. Para ilustrarlo, y sin salirnos de la actualidad, expongamos cuatro hechos que ocurrieron a lo largo de la semana pasada:
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La comparecencia del excomisario Villarejo en el Congreso en la que aseguraba la existencia de una Sección Pi dedicada a eliminar a los elementos molestos para el sistema (político en este caso).
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La pérdida del escaño por parte del diputado Alberto Rodríguez después de la sentencia dictada por el Tribunal Supremo.
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El uso peyorativo del término "Galicia profunda" usado por una jueza para justificar su decisión en torno a un caso de separación y custodia de los hijos.
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La presencia de un bolso de Loius Vuitton valorado en más de dos mil euros en una Comisión de Igualdad en el Congreso cuya propiedad se atribuyó (falsamente como se supo después) a la Ministra Irene Montero.
Si tuviésemos que ordenar en el campo de lo político la gravedad de estos hechos, la mayor parte de los "expertos" en la materia, haciendo uso de su sistema 2, convendrían que, sin duda, el orden en el que estos han sido presentados corresponde con el de mayor a menor gravedad.
El primero de ellos socava nuestras bases del Estado de Derecho e institucionaliza el terrorismo de Estado (amén de otras cuestiones en las que Villarejo volvió a insistir durante su interrogatorio y que supondrían en cualquier país moderno la necesidad de conducirse hacia un nuevo proceso constituyente). Desde la teoría democrática, nada puede revestir más gravedad que comprobar que las instituciones que la posibilitan se hallan corrompidas hasta su médula.
El segundo hecho pone en entredicho aspectos clave de un Estado de Derecho, como es el de la presunción de inocencia y el de la separación de poderes. La única prueba que se ha tenido en cuenta para su condena en el más alto Tribunal Penal de nuestro Estado ha sido la declaración del agente, el cual entró en evidentes contradicciones durante la misma. Y lo que es más grave, sin que hubiese sido condenado expresamente el diputado de Podemos ni a la inhabilitación ni a la suspensión de su cargo, el juez exige a la presidenta del Congreso que ejecute la sentencia, retirándole esta su escaño al diputado, a pesar de que ella misma previamente le había manifestado al juez que no sabe lo que debe hacer para ejecutarla.
El tercero de ellos, si bien no podemos afirmar que se trata de una cuestión meramente privada pues estamos hablando de una sentencia judicial, se encuentra a una escala muy inferior de los dos anteriores. En todo caso, de una jueza se espera el suficiente rigor intelectual para no tener que hacer uso en su sentencia de términos peyorativos o despectivos para justificar las razones de la misma.
En cuanto al último de ellos, es un hecho que se limita estrictamente a la esfera de lo privado y ahí, sin importar quién fuera en realidad el propietario de ese bolso, la Ciencia Política nada tiene que decir.
El problema radica en que la clasificación anterior no debería hacerse a partir de los criterios de "experto" alguno. Cuando vivimos bajo un sistema democrático cualquier ciudadano debería tomar nota de las cosas que suceden en la esfera pública y usar su sistema 2 para hacer un análisis de la gravedad de los hechos referenciados. Sin embargo, aún dando por hecho que el ciudadano accede a esta información, cuando esto ocurre, en la mayor parte de las ocasiones activará de manera automática su sistema 1 para formarse un juicio rápido sobre la gravedad de los mismos. De ahí, las reacciones que despiertan este tipo de noticias en cualquier red social (buen medidor de nuestras verdaderas preocupaciones), las cuales son, en número y en intensidad, precisamente inversas al orden antes indicado.
En el caso del bolso de Louis Vuitton, nada más recibir esa información el ciudadano medio activa su sistema 1 el cual le indica de manera automática que nos encontramos ante una disonancia: la categoría persona de izquierdas y la categoría artículo de lujo son incompatibles (ver las características de este sistema enunciadas más arriba). El sistema razona de la siguiente manera: si alguien se dice de izquierdas, y por lo tanto defensor de las causas de los más desfavorecidos, y estos no pueden acceder al consumo de esos bienes, esa persona tampoco debería hacerlo. Nos encontramos ante un comportamiento evolutivo que asociamos al engaño, inmediatamente salta la indignación.
En lo referente a la no idoneidad de "la Galicia profunda" para la crianza de un hijo, cualquier persona que se haya criado en un ambiente rural o haya tenido una relación, por motivos familiares, estrecha con ese mundo durante su infancia, al oír el término se sentirá inmediatamente agraviada pues su sistema 1 le está alertando de que alguien ha puesto en duda lo más sagrado de su existencia: la felicidad de su infancia y todos sus recuerdos y aprendizajes asociados. La reacción defensiva y de enfado es por lo tanto automática.
Más compleja sin duda resulta la relación del sistema 1 con la pérdida del escaño del diputado. Si bien, este establecerá una asociación inmediata, fruto de la evolución, entre la presencia de un elemento novedoso, en este caso ver a una persona con rastas ocupar un escaño, y la sensación de alerta o peligro, lo cual le puede llevar a imaginarse al diputado como un potencial candidato a agredir a un policía, y por lo tanto dar por buena la sentencia, más difícil le resultará discernir desde ese sistema si su expulsión del Congreso responde a algún criterio de justicia. Al fin y al cabo, en nuestra etapa evolutiva en la que el sistema 1 llevaba las riendas en exclusiva, no existía nada similar o análogo a los complejos mecanismos técnico-jurídicos que rigen nuestras sociedades modernas. La burocracia no está entre las principales preocupaciones de nuestros primos los simios.
Finalmente, en cuanto a la sección Pi, si bien la contundencia con la que el excomisario afirmaba que se trataba de una organización criminal dispuesta a matar a gente, lo que dispara todas las alarmas de nuestro sistema 1 pues entra en juego nada más ni nada menos que nuestra propia supervivencia, este enseguida se desactiva pues no encuentra asociación o analogía con la que llevar a cabo su estrategia heurística. Es decir, cuando Villarejo añade que su único objetivo es eliminar a personas molestas para el sistema, es evidente que a esta categoría no pertenece la inmensa mayoría de los mortales, por lo tanto, sin posibilidad de verse incluido en esa definición, ni tampoco sus familiares más próximos o incluso amistades, el sistema se apaga.
Gracias al trabajo de Kahnemann podemos así comprender los diferentes grados de importancia que la ciudadanía le ha venido otorgando en los últimos tiempos a los múltiples problemas que asolan nuestro sistema democrático. Se entenderá entonces que la pérdida de 80.000 millones de euros públicos en el rescate bancario, los 90.000 millones de euros anuales que suponen el coste de la corrupción, el senicidio decretado en las residencias, la existencia de crímenes de Estado, la privatización de las grandes empresas públicas convertidas en carteles oligopólicos, la presencia de un Jefe de Estado autoexiliado, multimillonario y delincuente fiscal, la simbiosis entre poder político y económico, o que el principal partido de la oposición haya sido condenado en firme como persona jurídica hasta en dos ocasiones, se encuentren por debajo en interés mediático-popular que el chalet de Pablo Iglesias, el masajista de Pablo Echenique, la beca de Íñigo Errejón, o el móvil robado de Dina Bousselham.
Pero no se preocupe, a pesar de todo ello, algunos seguimos empeñados, en contra de los tiempos del neuromarketing, de la política de la emoción y del slogan político reduccionista, en tratarle como un mayor de edad y dirigirnos a su sistema 2, pues paradójicamente, ante los graves problemas estructurales que nos acechan en un mundo más cultural que natural, es en él donde reside ahora nuestra esperanza para la supervivencia como especie.