JM Arceu
Quizás sean las criptomonedas
Voy de escritor maldito y llego sobrado a fin de mes. Hago ejercicio a menudo e intento comer saludable. Charles se estará removiendo entre los anélidos que custodian su tumba escuchando esto. Lo siento, amigo. Pido perdón por no estar a la altura. He tenido mis momentos, lo juro. Vagos intentos por establecer compromisos con compañeras graduadas, danzas seductoras con extractos prohibidos, paseos en círculo sobre penas enquistadas... Pero la responsabilidad me reclama, en forma de pueril infancia bien regada que germina en un verde intenso cuando la primavera media el mes de abril.
No es mi culpa.
Y tengo los recursos que a ti te faltaron, el trabajo del que quizás no te llegarías a quejar, la ropa que te sobraría, el techo bajo el cual no creerías vivir alguna vez. La estabilidad y su suerte. Por tener una humilde relativa fortuna. Cuál es el baremo establecido para evaluar la vida y su ventura, quién marca los límites de lo próspero y lo desgraciado. Dónde se estampa el punto de ambición que alimenta la sed de lo material.
En qué me he convertido.
La dicha se cierne, momentánea, como un cometa rondando la órbita del planeta por un tiempo limitado. El romanticismo es desvirgado por un cerdo con el buche lleno de capitalismo latente. La rutina ensombrece el espíritu errante, postergado de la luz tenue que le mantenía con vida. Las lágrimas no brotan de máquinas autómatas. La reflexión no visita mentes programadas. La alegría no está cómoda en un rostro infeliz, pero está.
No sé por qué será, si el dolor quemaba, y la melancolía escocía como un rayo solar a través de una lupa. Por qué ansiar el bache del camino en esta pradera de hermosa llanura.
Y el espejo desvela esa falsa sonrisa que me observa por las mañanas.
Ese oasis de bienestar superficial que no logro entender.
O quizás sí, los precios suben.