Marica Adrio
Sin odio, sin rencor, pero el recuerdo vivo
Escribo este artículo en nombre de mi querido padre, como haría él tal día como hoy, y acudiría al cementerio como todos los años, a depositar un ramo en la tumba de su querido hermano Pepe, y como todos los años yo haré lo mismo y también asistiré al homenaje que años tras año organiza el Concello de Pontevedra, y al que siempre tienen la deferencia de invitarme.
Hoy 12 de noviembre hace 85 años de los fusilamientos de 10 hombres "bos e xenerosos", su único delito fue defender de manera pacífica el Gobierno legalmente instituido, curiosamente, como causa de la muerte ponía en unos casos hemorragia interna y en otros, colapso cardíaco. Es decir, no habían sido asesinados. José Adrio Barreiro, abogado que había sido gobernador civil, asesinado el 12 de noviembre de 1936 a los 26 años de edad, junto a su tío, Germán Adrio Mañá, maestro; su cuñado, Luis Poza, médico, de 27 años; los médicos Amancio Caamaño y Telmo Bernárdez; los maestros Paulo Novás y Benigno Rey, de 27 años; Víctor Casas, periodista; Ramiro Paz, impresor; y Juan Rico, militar capitán de la guardia de asalto. Hombres como otros muchos hombres y mujeres, entre ellos Alexandre Bóveda, asesinado el 17 de agosto del 36; su delito: ser galleguista y redactor del Estatuto de Autonomía de Galicia, en el que también había intervenido Enrique Rajoy Leloup, abuelo del expresidente del Gobierno Mariano Rajoy Brey. Y tantos otros y otras anónimos que están en cunetas, fondeados en la ría, en el cementerio de Pontevedra, sin tumba ni nada, y por toda España; hombres y mujeres que dieron la vida por España, lema del que después se adueñaron los vencedores, como si los demás no amaran a España. Mi abuela María, la noche del 11 al 12 de noviembre, en compañía de otras mujeres de la familia, rezó para que no amaneciera. Al poco tiempo enfermó y murió. No superó la pérdida de su hijo. Y, como ella, todas las madres, los padres, esposas, esposos, hermanos, hijos, etcétera, que vivieron ese horror. Incluso por venganzas personales se mataba. Las guerras civiles son terribles. Hubo víctimas en un bando y otro, y desde aquí mi reconocimiento a todas ellas. Y tal día como hoy, recuerdo en espacial a los familiares de estos diez hombres, de los que aun viven hijos de Ramiro Paz, mis primos Choni y José Luis, los nietos de German Adrio y primos mios, nietas de Amancio Caamaño, algún hijo de Telmo Bernardez y sobrinos de Benigno Rey y de Luis Poza, el hijo de Víctor Casas, hijos y nietos de Juan Rico y descendientes o famiiares de Paulo Novás.
En la guerra civil se vio lo mejor y peor de las personas. Yo creo en la bondad de la gente y, de hecho, sé que en Pontevedra, como en casi todos los lugares de España, gente que era partidaria del golpe de Estado no entendió ni aprobó los crímenes que se cometieron e intercedió para que les conmutaran las penas de muerte. En algunos casos con resultado positivo, como en el de mi querido abuelo materno, Arturo Taracido, teniente de alcalde de A Coruña en el 36, que cumplió prisión y fue condenado a doce años y un día de confinamiento en Fuerteventura.
Pero en otros muchos, no. Tal como relataba mi padre en su libro, dos de los fusilados el 12 de noviembre del 36, Luis Poza y Benigno Rey, eran miembros de la Sociedad Gimnástica de Pontevedra, y nombraron defensor al capitán don Leonardo Enríquez, profesor de gimnasia de dicha sociedad. Este, al saber sin duda que no iba a lograr nada y que iba a tener el amargo sabor de compartir con dos personas que él quería los momentos que estuviesen en capilla, pidió irse voluntario al frente. Lo enviaron a Asturias y murió en combate, una gran persona.
El 29 de octubre de este año asistí telemáticamente, a un acto organizado en el Ayuntamiento del Puerto de Santa María (Cádiz) , en el que homenajeaban, a toda la corporación municipal, el alcalde y 16 ediles, asesinados por defender sus ideas. Me enteré por mi amiga Cristina Bonaque, pues el teniente alcalde, Manuel Belizón Castillo, era su abuelo materno. Fue un acto de un homenaje merecido y emotivo. Entré en el chat y vi mensajes de una persona, que descalificaba a la alcaldesa y el acto y faltaba al respeto a los familiares de los homenajeados, lo de descalificar a la alcaldesa, como a todo político va en nuestro cargo, pero creo que hay que respetar a las familias, su ideología lo delataba, hablaba de abrir heridas, y yo le respondí, con correción , "no se abren heridas, se cierran, las personas tienen derecho a enterrar a sus muertos con dignidad y hacerle actos de reconocimiento", el respeto y la tolerancia es lo que falta, y las redes , como digo yo, "las carga el diablo".
Recuerdo que en el despacho de mi padre se tramitaron las pensiones gratuitamente, como no podía ser de otro modo, a las viudas y a las personas que estuvieran presas, con los testimonios de muchos de ellos, gente de gran dignidad y con ningún sentimiento de venganza. Mi padre era de los que deseaba la nulidad de las sentencias, y tengo un amigo y compañero de la abogacía, militante del PP, que fue concejal de su pueblo, a cuyo abuelo le fusilaron, que siempre ha reivindicado que se declarara nula la sentencia de su abuelo. Como decía mi padre, y así nos educó a mí y a mis hermanas, sin odio, sin rencor, pero el recuerdo vivo, título de su libro de memorias.
En una carta de la nieta de Largo Caballero afirmaba que, por muy dolorosa que sea la memoria, más doloroso era el olvido. En su despedida de la política, pudimos escuchar hace un año el que fue presidente de Uruguay, José Mujica, que manifestó "que en su jardín hacía décadas que no cultivaba el odio porque había aprendido una dura lección que le dio la vida: que el odio termina estupidizando porque nos hace perder objetividad frente a las cosas". Como dijo mi compañero del senado Josele Aguilar, (en Comisión de Constitucional en intervención Proyecto de Ley de Memoria democrática) "Señorías, seamos capaces entre todos y todas de cuidar nuestro jardín de la memoria, tan necesario para no repetir errores del pasado, sin cultivar en él ningún tipo de odio".