Valentín Tomé
Res publica: Otra partida más
Se apretaron las manos, se desearon suerte y su rival pulsó el reloj. Comenzaba la partida.
La sala de juego estaba, una vez más, como era ya habitual en aquel histórico enfrentamiento, llena de gente. Lo que más le había sorprendido desde siempre era la enorme cantidad de personas allí presentes que apenas sabían sobre el juego algo más que las reglas, algunas ni eso. Claro que estas personas no permanecían durante mucho tiempo en la sala. Entraban y salían continuamente. Se aproximaban a alguno de los periodistas especialistas en el tema y le preguntaban por su valoración de la partida: "¿quién va ganando?, ¿falta mucho para que termine?..." Para al poco rato volver a abandonar la sala, sabedores por experiencia de que los misterios de aquel juego hacen que este se puede prolongar eternamente. Incapaces de apreciar la belleza del camino, lo único importante era alcanzar la meta.
Pero también había personas realmente interesadas en el desarrollo de la partida, capaces de apreciar toda la sutil belleza que encerraba ese juego milenario. En primer lugar, estaba su pequeño grupo de fieles seguidores, grandes aficionados todos ellos a aquel juego-ciencia y alguno, incluso, reconocido profesional del mismo. Aquel grupo, con ligeras variaciones en su número, le había acompañado siempre a lo largo de su carrera, y allí estaban, otra vez, presentes en aquella sala. Incluso, pudo ver entre ellos viejas caras de sus primeros tiempos y que casi no recordaba. Se sintió feliz de verlos allí, y también un poco más nervioso todavía, ante la responsabilidad por no defraudarles.
Y por supuesto, allí estaba también el mucho más numeroso grupo de seguidores de su rival. Pudo reconocer a muchos de ellos, algunos formaban parte de su viejo séquito desde los viejos tiempos, pero la gran mayoría se fue incorporando a medida que los éxitos de su rival aumentaban. Su impresionante palmarés le hacía receptor de las simpatías de la mayor parte de los aficionados y neófitos del juego. Al lado de ellos, se encontraban también los periodistas de los principales medios de comunicación que cubrían aquel evento. Ávidos por informar de una victoria aplastante más de aquel gigante del tablero.
La verdad es que aquella lucha, a pesar de la incontestable neutralidad del juego, desde sus inicios, se había presentado siempre muy desigual. De orígenes humildes, a pesar de su indiscutible pasión por aquel juego del que su padre le había enseñado las reglas a muy temprana edad, la práctica del mismo, siempre de manera autodidacta y echando manos de los libros sobre aquel deporte que podía encontrar en la biblioteca pública, tuvo siempre que hacerla compatible con su educación académica, que su familia y él mismo desde que tuvo uso de razón consideraban prioritaria para lograr labrarse un futuro más próspero que el de sus progenitores. A pesar de ello, sus padres quisieron atender la pasión de su hijo en las medidas de sus posibilidades, y lo inscribieron en algunos de los torneos más importantes, donde daba muestras de un enorme talento que sorprendía a sus más veteranos rivales, que se preguntaban de donde había salido aquel joven, desconocido en los siempre reducidos círculos de aquella élite deportiva. Solo cuando finalizó su formación universitaria, decidió dar un salto al vacío y dedicarse profesionalmente a lo que siempre le había apasionado desde niño, sabedor de que llegaba un poco tarde cronológicamente hablando pues la mayor parte de sus rivales se habían dedicado desde su infancia al cultivo exclusivo de sus habilidades en aquel noble juego.
Entre ellos, por supuesto, se encontraba su rival. Sus padres, de orígenes aristocráticos que aún conservaban una considerable fortuna heredada de los tiempos del Antiguo Régimen, obsesionados desde el primer momento en convertir a su hijo en el mejor jugador de la historia y recuperar así, de alguna manera, la gloria perdida por el advenimiento de la modernidad, contrataron a los mejores entrenadores para que lo formaran y le revelaran todos los secretos del juego que como jugadores experimentados habían acumulado en el pasado. Incluso, con el desarrollo de las nuevas tecnologías, se hicieron con los servicios de prestigiosos programadores que, apoyados en los principios de la inteligencia artificial, descubrían nuevos principios teóricos estratégicos del juego que ponían en conocimiento exclusivo de su ahora contrincante. Era muy probable incluso que, para aquella partida, como para todas las anteriores, aquel ejército de colaboradores hubiese puesto todos sus algoritmos a trabajar para encontrar los puntos débiles en su juego, y aconsejar así a su rival sobre la estrategia a seguir durante la partida para aplastarle sin compasión.
Desde el primer momento también, la prensa había acompañado a su émulo en su trayectoria deportiva. Cada éxito, cada victoria era prolijamente relatada, logrando que multitud de personas desinteresadas o desconocedoras de todo lo relacionado con aquel juego, fijaran su atención en su ahora máximo rival. Curiosamente, aquello no había logrado sin embargo aumentar el numero de aficionados al deporte de las 64 casillas, pues aquellas crónicas no se centraban en narrar o analizar objetivamente el desarrollo de aquellas partidas sino en laurear con los epítetos más épicos las aplastantes victorias de su ahora oponente.
El caso es que allí estaban de nuevo, frente a frente. No lograba recordar cuantas veces exactamente se habían enfrentado con anterioridad, sin duda en gran número, pero lo que sí tenía grabado a fuego en su mente es que nunca había logrado vencerle; si acaso, algunas tablas, pocas, que la prensa consideró que no eran merecedoras de ningún titular. Aquel palmarés personal frente a su contrario resultaba realmente misterioso para muchos de los aficionados, aquellos que sí eran conocedores de su enorme talento y habían podido reproducir en sus tableros, gracias a un reducido grupo de publicaciones conocidas solo entre los especialistas, las partidas que había disputado contra los jugadores más importantes de la élite, a los que había vencido magistralmente. A todos, menos aquel que ahora tenía delante.
En esta ocasión, confiaba en revertir su suerte. Además, por primera vez en mucho tiempo en aquel duelo particular, el sorteo le había deparado las piezas blancas, lo que según todas las estadísticas históricas del juego le otorgaba una ligera ventaja.
Ya desde los primeros movimientos de la apertura, para la cual eligió una de las más agresivas para las blancas, el gambito de Rey, comenzaron a reproducirse los habituales rituales de anteriores enfrentamientos. Cada vez que le tocaba mover, el silencio en la sala se veía continuamente interrumpido por una secuencia de toses, carraspeos, expectoraciones… cada vez más ostentosos procedentes del lado en el que se encontraban los aficionados de su rival. A todo ello, se unían los periódicos puntapiés, aparentemente involuntarios, a las espinillas que su oponente le propinaba por debajo de la mesa de juego. Pero sin duda, lo que más perturbaba su concentración eran los focos de todas las cámaras de los periodistas apuntando a su persona, tomando nota de cada microgesto, de cada agitación motora de su cuerpo mientras su oponente permanecía en la penumbra. Era tal la intensidad de aquellas luces que en muchas ocasiones se podía decir que en realidad jugaba a la ciega pues a duras penas podía visualizar el tablero.
Cuando era el turno de rival, aquellos ruidos y gestos molestos desaparecían, reinando en la sala un escrupuloso silencio, el ambiente propio que se espera para la práctica de aquel noble deporte.
A pesar de ello, haciendo gala de una cuasi sobrehumana concentración, había logrado alcanzar el medio juego con una posición en el tablero claramente favorable para sus intereses. Los primeros en darse cuenta fueron sus propios seguidores, emocionados asentían con la cabeza mirándose entre ellos. En el lado contrario, entre los miembros del séquito de incondicionales de su rival que conocían los secretos del juego, se adivinaban rostros serios de preocupación. El resto, la amplia mayoría de los presentes, no entendía casi nada de lo que estaba pasando y solo esperaba el momento en el que alguien anunciara la victoria del de siempre.
Pero de repente, en aquella posición crítica en la que su oponente estaba contra las cuerdas, este realizó una jugada ilegal que lejos de reequilibrar la posición la decantaba claramente a su favor. No se lo podía creer. Levantó la mirada y vio gestos cómplices y sonrisas cínicas de satisfacción entre algunos de los seguidores de su rival. Echó la mirada atrás, y observó entre los suyos expresiones de sorpresa e indignación. Algunos le hacían señales con las manos para que se levantara y abandonara la sala. El resto, la inmensa mayoría de los presentes, se mostraba impasible ante lo que acababa de acontecer. Para ellos aquello era una jugada más sobre el tablero, tan válida como cualquier otra, y, además, aquella partida ya se estaba prologando demasiado y solo deseaban que terminase cuanto antes, y como siempre habían terminado estas cosas, con el profetizado triunfo del de siempre
Si hubiese habido un árbitro en la sala, tendría claro lo que tendría qué hacer ante esa situación. Pararía el reloj y llamaría al árbitro para denunciar la jugada ilegal de su oponente. Ante esto, este no tendría más remedio que proclamarle como vencedor de aquella partida. Pero hacía tiempo que en los enfrentamientos entre profesionales no había presencia de juez alguno. Se consideraba innecesario. Al fin y al cabo, este siempre había sido un deporte noble del que se esperaba por principios el respeto escrupuloso de las reglas por parte de los participantes.
Lo primero que consideró es que continuar la partida como si nada hubiese sucedido carecía de sentido. La posición generada por su rival tras la jugada ilegal estaba claramente perdida, sería prolongar una agonía inútil. Es cierto, que posteriormente, podría denunciar ante la prensa la ilegalidad del movimiento en la jugada 36, y explicar por ello la razón de su derrota, pero le resultaba evidente que, entre los principales medios de comunicación, que siempre habían acompañado a su rival, tal manifestación se hubiese recogido como una falsa excusa para su derrota. Solo en los escasos medios especialistas en el tema y con escaso tirón mediático, pues aquello no dejaba de ser un deporte minoritario del que la mayoría de la ciudadanía apenas nada sabía gracias sobre todo al tratamiento superficial y grandilocuente que le daban los grandes medios, se reconocería la verdad de lo sucedido.
Algo similar ocurriría, si como le pedían en aquel momento algunos de sus seguidores, abandonara la sala en señal de desaprobación por lo ocurrido. Ese gesto sería interpretado por la mayoría de los presentes, recordemos, inexpertos en aquel deporte, así como por los principales medios presentes en la sala, como una inexcusable derrota. Incluso le acusarían de no saber perder, por siquiera estrechar la mano de su rival en reconocimiento de su victoria.
Así que, yendo contra su propia naturaleza, sabedor de que acababa de infringir la regla más sagrada de aquel deporte, que no es más que el respeto a las propias reglas, decidió realizar él también otra jugada ilegal que devolviese la partida a una situación similar a la que se encontraba antes de aquella jugada 36 de su oponente. Mientras la ejecutaba sobre el tablero, era plenamente consciente de que aquella maniobra tendría un enorme coste. Muchos seguidores suyos, que esperaban de su figura un comportamiento ejemplar, acorde a los cánones que impone este noble deporte, le abandonarían, desilusionados, para siempre. Algo que jamás le ocurrirá a su rival, para cuyos adeptos lo único realmente importante será siempre la victoria de su ídolo, y en ese camino, el fin siempre justificará los medios.
Y, sobre todo, tenía la certeza de que después de aquella jugada solo habría conseguido ganar tiempo, pues tarde o temprano, fiel a su naturaleza, su rival volvería a repetir la misma estrategia en cuanto se volviese a encontrar en apuros. Nunca ha sido fácil la vida para un ajedrecista sin recursos.
(El lector, a través de las oportunas metáforas, hallará en este brevo relato las claves de lo acontecido en los recientes nombramientos del Tribunal Constitucional, aunque consideramos que también es extrapolable a multitud de conflictos que se han dado a lo largo de la Historia entre la Izquierda y la Derecha política en el juego de la Democracia).