Valentín Tomé
Res publica: El fractal del 36
Los fractales surgen de los estudios en torno a las matemáticas del caos. Sin entrar en muchos detalles, podemos definirlo como una figura geométrica que a partir de un patrón básico se va construyendo infinitamente a través de la recursividad. Es decir, un fractal no tiene una escala característica o lo que es lo mismo todas las escalas son "buenas" para representarlo.
Si enfocáramos una porción cualquiera de un objeto fractal (imaginemos que utilizamos hasta un microscopio para ello), notaremos que tal sección resulta ser una réplica a menor escala de la figura principal. De una forma más rigurosa, podríamos decir que en general, F es una estructura autosemejante si puede ser construida como una reunión de estructuras, cada una de las cuales es una copia de F a tamaño reducido (una imagen de F mediante una semejanza contractiva).
Aunque a primera vista pueda parecer un simple divertimento matemático, nada más lejos de la realidad. Toda la naturaleza que nos rodea está llena de objetos fractales. Cojamos por ejemplo un helecho, y observemos detenidamente una pequeña porción de una de sus ramas. Podrá comprobar como ese minúsculo tejido vegetal se repite recursivamente a lo largo de toda la estructura del helecho. Es decir, a partir de una pequeña parte, podemos también visualizar el todo. De hecho, podría afirmarse que no existe distinción alguna entre parte y todo más que una ligera variación de escala.
De la misma manera, esta forma de abordar el estudio de determinadas creaciones de la naturaleza, podríamos trasladarla al estudio de la Historia. Así, para estudiar la larga noche de la Dictadura franquista, uno podría echar mano de los grandes libros de Historia. Podría empezar por los pioneros, por ejemplo, los conocidos como hispanistas: Preston, Jackson, Thomas, Carr, Gibson… Aquellos que sin tener un dominio fluido del idioma ni una experiencia directa de lo acontecido, se atrevieron a mirar de frente la verdad, y contarles a los españoles qué había pasado en la historia reciente de su propio país. O podría echar mano de bibliografía más actualizada, con los últimos estudios académicos, que se adentran también en lo ocurrido en la Transición, sobreponiéndose a esa Ley franquista de Secretos Oficiales, que aún sigue vigente, e impide el acceso a los investigadores a multitud de documentos.
En todos ellos, hallará un gran cuadro, el fresco del horror en la frialdad de unas macro cifras. Un holocausto, el holocausto español como lo definió Paul Preston, descrito a partir de un amasijo de grandes hechos históricos, documentos oficiales, grandes testimonios, informes militares, decretos leyes, crónicas periodísticas, autobiografías, diarios… En definitiva, una reconstrucción del Infierno en la Tierra vivido en este país, pero a gran escala.
Pero también existe otra forma de aproximarse a este gigantesco lienzo del espanto y es a través de la historia local. Solo deberá para ello poner su lupa en lo que ocurrió en el lugar en el que habita desde aquel Golpe de Estado de 1936. Advertirá entonces, que escondido tras esa realidad cotidiana que empuja hacia el olvido y la desmemoria, se halla una figura geohistórica, de la que aún perviven múltiples vestigios en el espacio público, a través de la cual podrá visualizar el gran fractal de nuestra Historia Contemporánea. Un patrón elaborado a partir de las microhistorias del pueblo o ciudad donde desenvuelve su existencia cotidiana. A partir de ese diminuto modelo podrá reconstruir la Historia de un país entero mediante un proceso de recursividad infinita.
Para animarle a que emprenda esa labor reconstructiva, podría, por ejemplo, hablarle de como entraron las tropas de regulares del Regimiento de Argel-27 en Agosto de 1936 en Navalmoral de la Mata, Cáceres, y, repitiendo la misma estrategia que habían llevado a cabo en otros pueblos “conquistados”, asesinaron al azar al 1% de su población para dejar claro a los moralos quienes eran ahora los que mandaban. Para aquella caravana de la muerte eligieron en esta ocasión la actual calle Murillo. Como aquellos “moros” (curioso ejército para quien se autodefinía como un cruzado nacional católico que luchaba por la restauración de la cristiandad) saquearon la iglesia parroquial y profanaron su simbología cristiana. De cómo toda la Corporación municipal surgida de las elecciones de febrero de 1936, en diciembre de 1937 ya había sido ejecutada.
Podría hablarle de Ignacio Mateos Guija, gobernador civil de Cáceres, quien en el momento del asalto de las tropas africanistas a Navalmoral se encontraba en el pueblo, y logró escapar milagrosamente, mientras su único hijo, de dos años (su mujer había fallecido durante el parto), salvó su vida escondiéndolo en un carromato que lo llevaba a casa de sus suegros. Sin embargo, no pudo impedir que mataran a su padre, a sus dos tíos y a sus tres hermanos en represalia, todos de derechas. Su único delito: ser familiares de Ignacio. Logró huir a México en el último barco de refugiados republicanos que salía de Alicante. Jamás volvió a España ni a poder ver a su único familiar vivo, su hijo.
O de Ramón González Cid, presidente de la Diputación de Cáceres, quién encontrándose en Navalmoral, por ser su pueblo natal, cuando tiene noticia del avance de las tropas africanistas desde Badajoz, en lugar de huir, decide irse a la capital a “cumplir con su deber”. Allí será detenido, y fusilado junto con el alcalde de Cáceres, Antonio Canales, y otros 194 vecinos más durante las Navidades de 1937.
O de Victorio Casado Fernández, último alcalde republicano de Navalmoral, quien frente a nidos de ametralladoras que disparaban contra la fachada del edificio consistorial, logró escapar por las traseras del edificio, siendo escondido por un barrendero en uno de sus cubos y llevado a la estación de tren donde en uno de ellos logró llegar a la capital. Para una vez, allí, alistarse como miliciano en el frente de la Sierra Norte de Madrid. Y ser detenido, y finalmente fusilado en 1940.
O de Santiago González Martín, moralo que, como miliciano, lucha en su ciudad contra el avance de los rebeldes, y forma parte de la resistencia popular contra la toma de Madrid, para una vez terminada la guerra, huir a Francia y alistarse en la resistencia, siendo entonces detenido por la Gestapo y trasladado al campo de concentración de Mauthausen, donde convivió con otros 7200 presos republicanos españoles, para finalmente fallecer en el mismo en noviembre de 1941.
O de Eliseo de Buen, director del Hospital Antipalúdico de Navalmoral, quien, habiendo salvado miles de vidas de gentes de la comarca gracias a su labor científica, fue detenido nada más entrar los africanistas en el pueblo, pues, a pesar de no ser de izquierdas, se declaró ante las autoridades falangistas como demócrata. No fue puesto en libertad hasta 1942, exiliándose en México, donde es reconocido como uno de los más grandes parasitólogos de todos los tiempos. Tras el desmantelamiento del Hospital y la pérdida humana de todo su equipo científico, el paludismo volvió a repuntar en toda la comarca del Campo Arañuelo causando miles de muertes durante décadas, a pesar de que antes del Golpe de Estado, la enfermedad ya estaba prácticamente erradicada.
O de Eugenio Marcas Zambrano, o de Daniel Romero González, o de Álvaro Casas Marcos, o de Juan José Serrano de la Calle, o de Constancio López Vallejo, o de Urbano López Marcos, o de Jesús López Vicente («el Chuli»)… todos diferentes cargos públicos fusilados, o de tantos otros y otras, demócratas todos, cuyos nombres han sido borrados por los vientos de la barbarie.
Podría hablarle también de los múltiples sitios del pueblo y sus alrededores donde tenían lugar las principales ejecuciones. Si no interesaba realizarlo a la luz pública se elegían los puentes de Almaraz y Bohonal, y si deseaban que sirviera de lección moral se elegían lugares transitados: las tapias del cementerio, las traseras de la cárcel municipal, la fachada del Hospital Antipalúdico… Fue tan frenético el número de fusilamientos que los caídos desde el puente de Almaraz a la cuenca del Tajo acabaron formando un dique de cadáveres que interrumpió durante un tiempo el cauce del río. O de la cárcel municipal, con informes constantes del Jefe Local del Movimiento asegurando que «la Cárcel de Navalmoral está llena», donde no cabía un preso más, por eso era necesario hacer las tradicionales “sacas” y fusilar a los más peligrosos para el nuevo Régimen y fueran dejando sitio a los que iban llegando. Los más afortunados salían de prisión no para ser ejecutados sino para ser trasladados a alguno de los 200 campos de concentración que existieron durante la dictadura, y formar parte posteriormente, junto con otros 400.000 mil españoles, de batallones de trabajo como mano de obra esclava para la realización de diferentes obras públicas realizadas por intereses privados.
Podría hablarle de como aquellas familias más afectas a la República, sufrieron todo tipo de incautación de bienes, como la González Calle, a la que le arrebataron su fábrica de aceite, la farmacia o su propia vivienda para convertirla en cuartel de la Guardia Civil, y hoy, Casa de la Cultura. De como los principales funcionarios fueron depurados, incluidos los cuatro maestros que había en aquel momento en el pueblo, el juez, el fiscal, el personal investigador del Hospital…
Después, y abriendo ligeramente el foco, vendría la larga posguerra con sus eternas hambrunas (muchos moralos llegaron a tal grado de desesperación que "durante meses enteros solo comieron hierba cocinada con sal", o sufrieron de listeriosis, originada por la ingesta de harina de almortas, como se puede leer en los informes secretos de las comisiones médicas de la Dirección General de Sanidad referidos a Extremadura y publicados por el Foreign Office); el cierre de la Escuela Concha, fundada por un liberal ilustrado de la I República, Antonio Concha, cuyo uno de sus principales fines era becar a las niñas moralas para que pudiesen proseguir sus estudios como sus compañeros varones; los maquis o “señores de la sierra” que seguían luchando por la democracia en las cercanas sierras de Villuercas e Ibores que asistieron desencantados, tras la victoria sobre el fascismo en la II Guerra, al reconocimiento de Occidente al Régimen de Franco como dique de contención frente al comunismo, muchos de ellos y ellas fueron abatidos incluso tras haber declarado su rendición: Jabato, Chaquetalarga, Carrete, Quincoces, La Goyerías, Ino (quien fue enterrado tras ser ametrallado en una emboscada de la Guardia Civil bajo la puerta del cementerio de Roturas de Cabañas por decisión del cura para que todos pudieran "pisar la tumba del rojo") … fueron algunos de los apodos de guerra de aquellos héroes míticos; Gómez Cantos, el carnicero de Cáceres, y su masacre de Alía, donde 26 vecinos elegidos al azar fueron fusilados por este teniente coronel de la Guardia Civil en 1942 porque según su parecer el pueblo ayudaba al “maquis”; el terrorismo patronal durante la construcción de la presa de Torrejón el Rubio, en pleno hoy corazón del Parque Nacional de Monfragüe, donde un centenar de trabajadores perecieron durante la obra víctimas de las pésimas condiciones en las que realizaban su trabajo en 1965, y cuyo caso fue sobreseído por el Juzgado de Instrucción número 1 de Navalmoral de la Mata, ni la justicia actuó, ni hubo reparación para las víctimas, muchos cadáveres no llegaron nunca a recuperarse arrastrados por la fuerza del río Tajo…
Detengámonos aquí, no porque se haya terminado la secuencia de infamias e ignominias (solo tenemos espacio para relatar una minúscula parte), sino porque ya disponemos de información suficiente para trazar el fractal. Aunque pueda parecer lo contrario, no hay nada en Navalmoral y su entorno que lo haga singular con respecto a lo ocurrido en otros tantos lugares de este Reino, por lo tanto, para adivinar la forma que adquiere este lienzo del horror solo tenemos que reproducir recursivamente lo aquí relatado a nivel local a través de documentos de archivos locales y testimonios de los pocos familiares que aún pueden (y desean) recordar. Alcanzaremos entonces un estado final donde nuestro cuadro se convierte en una síntesis perfecta entre el infierno imaginado por el Bosco y la delirante multiplicidad autosemejante de Escher.
Le invito a usted a hacer lo mismo, a atreverse a conocer el más próximo pasado del lugar en el que habita. A adentrarse en un viaje por las cicatrices de la memoria perdida. Como podrá imaginar, no se trata de una incursión agradable. Experimentará los abismos del terror. Pero es lo menos que podemos hacer por todos aquellos y aquellas que entregaron lo mejor de sus vidas para que usted y yo podamos estar ahora mismo comunicándonos. Le ruego haga suyo aquel mandato de Julia Conesa, una de las Trece Rosas, a su madre poco antes de ser fusilada: «Que mi nombre no se borre en la historia». Atrévase a saber.