Marisa Lozano Fuego
Reflexiones pre-Navidad
Se acerca cada vez más esa época blanca, llena de turrones y villancicos, repleta de promesas de paz y amor y conmemoradora de un Nacimiento. Navidad, etimológicamente Natividad. En los ánimos populares están los reencuentros con la familia, reuniones en torno a una mesa llena de manjares, regalos para los más pequeños y también para los adultos, nostalgia por los que no están y una pléyade de sentimientos encontrados.
Ante un escaparate, nos corroe la duda entre regalar un jamón o una colonia, el espìritu de la Sociedad de Consumo nos posee poquito a poco y entra raudo por nuestras aortas, y nos planteamos arrasar con todas las tiendas de la zona en busca del presente más adecuado para nuestra familia y amigos. También nos deslumbra , valga la redundancia, el alumbrado navideño, lucecitas de múltiples colores en las farolas, árboles llenos de bombillas mínimas y coloreadas con cúpulas que semejan las de una catedral gótica. Sí, Navidad, blanca y hermosa Navidad.
Una suerte de diferentes estímulos nos golpea los sentidos y nos hace tomar conciencia de esta época festiva, en la que se celebra para los cristianos el Nacimiento de Jesús, la fiesta de los Reyes Magos, y para los no creyentes es simplemente una manera de homenajear el final del año y los encuentros con familia y amigos.
Personalmente , siempre me ha producido ternura y melancolía celebrar estas fechas.
Ternura, porque me recuerdan la infancia, abuelos, abuelas alrededor del Belén, todos tomando turrón en grupo y cantando villancicos. Emoción ante la llegada de los Reyes Magos y el cumpleaños del Niño Jesús, un año más, naciendo en un portal entre una mula y un buey,, historia que nos contaban una y mil veces en el colegio y siempre parecía la primera.
Nostalgia, porque siempre nos recuerdan ese tiempo pretérito, y Cronos pasa despiadado y cada vez tenemos la cabeza más nevada, los recuerdos más borrosos y en la mesa hay menos platos en la mesa y menos villancicos en el aire.
Cada Navidad hacemos balance de los años anteriores, inevitablemente nos proponemos que este sea nuevo, más fulgurante y más hermoso, dejar atrás todo lo negativo y proponernos nuevas metas suele ser un propósito corriente. Poco a poco la ilusión nos traspasa los poros y nos dejamos arrastrar por ese maremágnum de luces y sonidos, de infantil espera y de dulce llegada. La Navidad ha venido, nadie sabe cómo ha sido, y esta es la segunda que vamos a acoger en tiempos de pandemia , esperando poder reunirnos con los seres queridos, cosa que el año anterior fue imposible debido a la situación sanitaria. Sobre los párpados se desliza la lluvia dulcemente, como llamando a la buena nueva de que serán días de gloria y no derramaremos lágrimas. El cielo se presenta grisáceo y lleno de gotas de agua, las mismas que envolverán nuestras noches y el envoltorio de nuestras colonias, pañuelos, cochecitos de niño, o cualquiera de esos presentes que consideramos aptos para intercambiar buenos deseos en estas fechas.
No tenemos oro, incienso o mirra, pero tenemos para regalar las más esperanzadoras sonrisas y los más tiernos abrazos, esos que nunca caducan con el tiempo y que nos reconcilian con la Humanidad.
Nos visita la Navidad un año más, y un año más nos proponemos vivirla con fraternidad y la mayor alegría posible, así como deseando que las venideras también podamos hacerlo. La esperanza nunca muere y menos en fechas señaladas, el calendario dicta paz y amor al menos en estas fechas, y nosotros obedecemos, deseosos de sentir esa sensación en el alma, tras un año tan complicado y lleno de dudas y dolor.
Nuevos tiempos se presentan ante nosotros, y la manera de cerrar el año con más o menos optimismo determinará cómo afrontemos el futuro, con actitud lo más positiva posible ante las cosas, lo que determinará si bien no algunos factores incontrolables, sí nuestra salud emocional y el arranque ante las adversidades.
La Navidad viene a arroparnos con la emoción del deseo, con la inocencia de la infancia y el clamor de las canciones, con pastorcillos y galletas, con Santa Claus y chimeneas, con recuerdos que se fabrican para que en un futuro podamos contarlos como aquella Navidad en la que venció el espíritu de la esperanza.
La Navidad acude sin permiso para rompernos los esquemas y traernos los de siempre , en un deseo impetuoso de detener el tiempo y fijar cada uno de los afectos y cada uno de los rostros en nuestra retina para siempre, en forma de postal o de de luz.
Y nos dejamos, cómo no. Nos dejamos abrazar por las luces, los sonidos y el olor a cirio e incienso, a nostalgia y abrazo, de manera que nunca más tengamos miedo a perdernos entre la multitud. De manera que nos permitamos una y otra vez, nacer a una nueva ilusión que aguarda dentro, muy dentro del pecho.