Marisa Lozano Fuego
La depresión, a examen
Depresión es invisible. No podemos palparla, olerla o masticarla. No deja huellas en el rostro o arrugas en la frente. No sangra y no duele físicamente. Nos muerde los pulsos vitales, succionando nuestra energía hasta el punto en que nos creemos incapaces de vestirnos, levantarnos, hacer actividades varias, sonreír. Es el lobo de Caperucita Roja, la Nada de la Historia Interminable, el Infierno de Dante, el agujero negro del espacio. Toda la negrura del abismo psíquico se encuentra contenida en su rostro y nos llama, como si de la fuerza de la gravedad se tratase, a hundirnos con ella en un pozo sin fondo ni color. Muchas veces entra debido a un suceso triste o precipitante, otras veces se presenta sin llamar, mero desequilibrio químico o inercia de las estaciones.
Lo letal de su presencia radica en que anula nuestra voluntad y nuestra capacidad de disfrute. Ya no nos sabe a dulce el chocolate ni a salada la sopa, ya no gozamos de un beso o un abrazo. Nos dedicamos a mirar al techo y dejar que pasen las horas hasta que llegue la ansiada hora de dormir.
Depresión nos coge las manos y las inmoviliza, tiñe nuestro cabello de ceniza y nuestras mentes de nostalgia, y nos subsume en un estado similar a la catatonia emocional, donde no somos capaces de movernos ni sentir nada que no sea anhedonia o tristeza. No gozamos del placer, ni del sexo, no paladeamos igual la comida y cada vez que nos dicen "anímate, que no es nada", tenemos ganas de mesarnos los cabellos porque verdaderamente, sí es algo, algo que no podemos evitar y que paraliza nuestras funciones vitales.
La sociedad escucha poco a los trastornos emocionales. Básicamente los tiene invisibilizados por no sé qué absurdo tabú que coloca a las enfermedades físicas en primera línea y a las psíquicas en última. La proporción de profesionales de la salud mental por paciente en el sistema público es baja, las listas de espera son grandes, e incluso cuando hay riesgo para la propia vida del paciente no siempre se aceleran estos trámites. Si alguien desea atención psicológica o psiquiátrica, tiene que esperar u optar por la vía privada, y no todo el mundo se lo puede permitir.
Depresión es cara y elitista, no se deja pillar tan fácilmente y es uno de los motivos por los que a primera vista se escapa, se disuelve en el sistema de salud pública. Es más tabú de lo que ha sido la masturbación femenina, en su día el período, es la eterna olvidada de los vademécum y la más silenciosa fiera.
Nadie habla de ella sino como una especie de capricho, una enfermedad "de mujeres" relacionada con la histeria o incluso con la vagancia. Y en absoluto se plantean que es una bestia silenciosa que puede afectar a ambos géneros, a gente de diferentes edades y que puede paralizar por completo una vida. O incluso terminarla. Vivir con Depresión es una de las maldiciones peores que pueden existir a nivel anímico, puesto que paraliza y ralentiza todas las actividades de la vida diaria, y todas las relaciones sociales se ven condicionadas asimismo por ella. Es lenta, oscura, impía. Fagocita todos los placeres y actividades cotidianas, y como no es visible, muchas veces no recibe el tratamiento adecuado ni la persona el apoyo terapéutico o social necesario.
Simplemente se percibe un "bajón" en general, un ánimo más apagado, una negación a la mayoría de situaciones que antes producían placer. También son frecuentes las rumiaciones o la memoria espesa, la sensación de no importar al resto del mundo o el descuido en la propia imagen.
Si, Depresión cuando viene ataca por todos los flancos, y para vencerla se hace necesario un correcto abordaje terapéutico, mucho apoyo del entorno y en ocasiones, farmacología, ISRS, para recuperar la serotonina necesaria, ya que en las depresiones endógenas el cerebro produce poca. En las depresiones exógenas suele haber un factor precipitante, de fuera, sea este un duelo, una situación de estrés den el trabajo, familia, o cualquier otra que lleve a la persona a un estado de incapacidad anímica como antes se describe.
Uno de los principales mecanismos que explican la depresión es la indefensión aprendida, mediante la cual creemos que no tenemos medios para salir de la situación, y nos ahogamos en vasos de agua del día a día, no intentamos hacer fuerza para sacar los brazos o las piernas y patalear, y nos dejamos vencer por la tristeza y la sensación de "no soy capaz". Nuestro cerebro interioriza este mensaje y esto provoca cada vez más desesperación, es una retroalimentación negativa que nace de la nula gestión de las emociones en este estado anímico.
Dicho todo esto, pareciera que Depresión siempre nos lleva una calle de ventaja, y que es imposible salir de la misma a no ser que seamos muy fuertes o nos encontremos muy apoyados.
Depresión puede cronificarse hasta llegar a durar años, entonces se denomina distimia, y si dura mínimo dos semanas se diagnostica como un episodio depresivo mayor. Cuando inunda todos los espectros de nuestra vida es hora de ponerle remedio y buscar una terapia adecuada y un tratamiento, además de buscar actividades que nos motiven, aunque al principio sea difícil arrancar. Es importante concienciar al entorno de lo que está sucediendo, pues la persona deprimida no puede evitar estar en ese estado. No es a propósito, no es banal, es una dolencia que está provocando ese comportamiento negativista y se necesita mucho amor, esfuerzo y respeto para que sane verdaderamente.
Es importante no banalizar los sentimientos del o de la paciente, cuando hablamos con una persona deprimida no decirle "no es nada, alégrate ya te pasará" porque eso hace que todavía se sienta más impotente, es como decirle a alguien con una pierna rota que camine…verdaderamente no es capaz sin un talón, necesita soldar sus huesos y mucho reposo.
En el caso de Depresión, se necesita tiempo, comprensión y una terapia estructurada con un o una profesional de la salud mental, que pueda conducir bien los síntomas e identificarlos. No hay que temer pedir ayuda o recurrir a un apoyo exterior. La estigmatización de las dolencias mentales o emocionales hace que muchas veces la persona no se atreva a ir al psicólogo o psiquiatra por el "qué dirán", o porque cree que simplemente se trata de tristeza y pasará sola.
En algunos casos es posible que pase esto, pero en la mayoría se hace necesario un marco terapéutico que englobe la psicoeducación y la farmacología en grado necesario para que la serotonina y las endorfinas cerebrales se equilibren, por supuesto todo ello controlado por una o un profesional. Si existieran más psicólogos por ratio de pacientes en la seguridad social, el tratamiento de la depresión sería mayor, y muchos casos infradiagnosticados se recuperarían antes.
Si existieran más personas en el entorno social que comprendieran esta situación, los y las pacientes que padecen depresión se sentirían más comprendidos.
Urge concienciar a a la sociedad de la gravedad de las cuestiones de salud emocional y mental, y verlas con naturalidad además de delicadeza, para que estas dolencias encuentren su tratamiento adecuado y no constituyan las grandes olvidadas, ni sea visto como algo extraordinario acudir a profesionales para tratarlas.
Urge más corazón, mente y voluntad de ayuda para las personas que sufren emocionalmente, porque podemos ser todos y cada uno de nosotros los que mañana nos encontremos en esa situación, y nos gustaría que alguien nos apoyara sin juzgar y desde la comprensión.
La pandemia ha aumentado los casos de ansiedad y depresión, hay más demanda de profesionales y más pacientes en esta campo y lo mejor que podemos hacer es unirnos como sociedad y brindar el apoyo necesario a la salud mental, al igual que lo hacemos con la física, pues somos un todo de cuerpo y mente, y alguien dijo una vez eso de "mens sana in corpore sano", así pues necesitamos estar fuertes también anímicamente para sobrellevar esta situación desconcertante y dura para todos.
Depresión no vencerá si nosotros no la dejamos, y si positivizamos en la medida de lo posible nuestros pensamientos y acciones, aprendiendo a pedir ayuda cuando sea necesario y reconociendo las aristas de la tristeza cuando esta se asome a nuestros ojos.
Podemos vencer a Depresión, es posible, pero necesitamos un sistema de salud unido y una red de apoyo psicosocial sólida, para que unos a otros nos cuidemos de este virus, el virus de la melancolía y la honda tristeza que en ocasiones, también puede ser letal. Para evitarlo precisamos mucha información, mucha paciencia con los nuestros y fomentar el diálogo aunque no siempre podamos reunirnos con los seres queridos. A veces, sentir que una persona no está sola y que posee una mano amiga puede suponer la brutal diferencia entre continuar o no hacerlo.