Valentín Tomé
Res publica: El patriota (neo)liberal
Proletarier aller Länder vereinigt Euch!, "¡Proletarios del mundo, uníos!" es una frase de la socialista Flora Tristán, posteriormente popularizada como uno de los gritos de movilización de El Manifiesto Comunista (1848) de Karl Marx y Fiedrich Engels. Desde los inicios del siglo XIX, ante la internacionalización acelerada de la economía, la Izquierda política lo tenía claro: la clase obrera solo podía ser internacionalista si realmente no deseaba ser oprimida. Lo local debía dejar paso a lo global. La universalidad predicada por la Ilustración debía ser el principio rector de cualquier praxis política emancipadora.
Esta internacionalización de la economía resultaba, sin embargo, perfectamente compatible con los principios del patriotismo, pues la estrategia fundamental para ejecutarla consistía en la conquista de nuevos territorios sometiéndolos al dominio de cada una de las principales naciones de Occidente, creando así nuevos mercados para el Capital. Los Gobiernos de aquellas potencias se mostraban, según una frase afortunada del propio Marx, como "los Consejos de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa". Se trataba de liberar el Capital de sus fronteras nacionales para que circulara libremente por el planeta, aunque a veces para imponer su magisterio debiera recurrir a la violencia y a la muerte (véanse las guerras coloniales), pero siempre bajo el dominio político-jurídico-militar de la nación colonizadora.
Era perfectamente compatible entonces declararse liberal y patriota. Serían los ejércitos de las potencias imperiales quienes obligaran a la mayor parte de la población humana a "proletarizarse" (los más afortunados, otros serían simplemente esclavos), y que estos trabajaran para los intereses de los capitalistas de cada imperio. Gobiernos y burgueses trabajaban de esta manera en perfecta simbiosis. Se daba así carta de naturaleza, tras millones de litros de sangre derramada, al principio liberal de la división internacional del trabajo. Los obreros transformaban en las factorías del centro imperial las materias primas extraídas por los proletarios de la periferia.
Afortunadamente, gracias a los procesos de descolonización no exentos de toneladas de sufrimiento llevados a cabo durante todo el siglo XX, esta dinámica centro-periferia, al menos en el plano formal político-jurídico, ha prácticamente desaparecido, lo que no ha evitado, sino todo lo contrario, ha exacerbado aún más, el carácter internacional de la economía. Vivimos, como ya sabemos, en la era de la globalización. Lo que paradójicamente no ha desaparecido, al menos en nuestro país, es la posibilidad de encontrarnos con personas que continúan expresando comportamientos, muchas veces de manera inconsciente, al mismo tiempo patrióticos y (neo)liberales.
En el patriota (neo)liberal conviven dos almas antagónicas, y esta tensión interna se resuelve en función de las circunstancias dominantes o del contexto. Así, si estamos tratando temas de economía, y el sujeto en cuestión, además de patriota (neo)liberal, es político, hará llamamientos a la necesidad de vender su país en el mercado internacional como si de una marca comercial más se tratara (marca España), o a incentivar las inversiones extranjeras dentro de sus fronteras sin tener en cuenta los daños que esto pueda ocasionar en la economía nacional, o incluso a privatizar las grandes empresas públicas para aumentar la eficiencia de los mercados aunque eso pueda suponer venderlas al capital extranjero. Si se trata de un patriota (neo)liberal empresario podrá deslocalizar la producción a aquellos lugares del planeta donde los costes laborales sean ínfimos, o contratar los servicios de una asesoría fiscal para tratar de pagar los menos impuestos posibles en su país, aunque ello pueda suponer derivar activos a paraísos fiscales del exterior. Sin embargo, si tratamos temas migratorios, el patriota (neo)liberal acentuará la necesidad de controlar fuertemente nuestras fronteras para evitar la inmigración ilegal, o nos advertirá sobre los peligros del multiculturalismo para la pervivencia de nuestros valores y de las costumbres y tradiciones patrias.
A través de este patrón, nos atrevemos a enunciar una ley que nos puede ayudar a predecir el comportamiento de esta clase de individuos: su grado de patriotismo es inversamente proporcional al grado de (neo)liberalismo que esté presente en el asunto en cuestión, siendo este último factor determinante para decidir cuál de las dos almas se impondrá en esa tensión psicológica interna. Como decía el astrofísico Carl Sagan: afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias. Así que para aceptar la anterior ley necesitamos aportar un ejemplo ilustrativo contundente que la refrende.
Creo que todos podríamos estar de acuerdo en que el valor fundamental para cualquier Estado nación es tratar de definir qué características debe reunir una persona cualquiera para poder ser declarada ciudadana del mismo, es decir, qué circunstancias hacen que una persona forme parte a todos los efectos de un Estado nación. En esas características o circunstancias deben quedar definidos cuáles son los valores patrióticos esenciales.
La ciudadanía española se obtiene fundamentalmente, como en todos los países del mundo, por dos vías: o por origen, o por residencia, la única opción disponible para la mayoría de los nacidos en el extranjero. Para obtenerla, es condición necesaria haber residido en España de manera legal, es decir, con una visa o permiso de residencia, durante un tiempo, dependiendo de diferentes circunstancias, que va desde los dos hasta los diez años, continua e inmediatamente anterior a la petición.
Esto es un escollo insalvable para la mayor parte de los trabajadores inmigrantes. Para obtener ese visado de residencia el candidato debe solicitarlo previamente en su país de origen presentando una oferta para un contrato de trabajo en España, y por si fuera insuficiente, este solo será vigente por el periodo de duración de dicho contrato. Disponer de un visado de residencia durante un periodo tan largo de tiempo como el necesario para obtener la nacionalidad significa haber sido contratado de manera legal y continuada todo ese tiempo. Una quimera. Al final, lo que termina ocurriendo es que en su desesperación la mayor parte de la inmigración proveniente de África intenta alcanzar nuestras costas por los métodos más precarios imaginables, lo que desemboca en muchas ocasiones en trágicos desenlaces (solo desde el 2014 el número de migrantes muertos en el Mediterráneo supera ampliamente las 20.000 personas).
Sin embargo, nuestro Gobierno formado por patriotas (neo)liberales aprobó en el Congreso en el año 2013 una ley, la llamada Ley de apoyo a los emprendedores y su internacionalización, que permite obtener un permiso de residencia para extranjeros por inversión, conocida popularmente como Golden Visa. Para poder optar a ella solo es necesario cumplir una de las siguientes condiciones: comprar bienes inmuebles por un mínimo de 500.000 euros; realizar un depósito bancario en la cuenta de un inversionista en España por un monto mínimo de un millón de euros; o ejecutar un proyecto empresarial en el país considerado de interés general. Esta residencia por inversión se concede inicialmente por dos años y es posible renovarla por periodos sucesivos de cinco años siempre que se mantenga la inversión y se realice al menos una visita anual a España.
Así que, disponiendo de capital suficiente, y sin importar la religión, etnia o color de piel del sujeto en cuestión, este puede obtener, si así lo desea, la ciudadanía española sin grandes dificultades (a día de hoy, desde 2013, la administración ha concedido más de 50.000 Golden Visa). Nadie además preguntará jamás por el origen de ese dinero que ha decidido invertir en nuestro país. Y por supuesto, ninguno de nuestros patriotas (neo)liberales cuestionará nunca el grado de integración de este ciudadano en nuestra cultura patria. Por este motivo, a nuestro patriota (neo)liberal no se le puede acusar de xenófobo, en todo caso se trataría de un aporófobo (condición esta compartida, por otra parte, con multitud de individuos a los que erróneamente se les tacha de racistas). Como decía el dramaturgo George Bernard Shaw: "El dinero no es nada. Pero mucho dinero… ¡eso ya es otra cosa!".
Es por ello que el patriota (neo)liberal no tiene nada que objetar a la celebración de nuestra Supercopa de fútbol en una dictadura teocrática de origen musulmán regida por la ley islámica (la Sharia) y el Corán, conocida, además, por su continua violación de los derechos humanos. Según su visión, lo único a resaltar del asunto son los millones de euros que se endosarán a cambio los grandes clubes españoles, además de la posibilidad de que nuestro país pueda vender su "marca" en un Estado regado de petrodólares.
Por el contrario, sí puede mostrarse tremendamente interesado con la situación del tenista serbio Novak Djokovic en Australia y celebrar que el Ministro de Inmigración de ese país le niegue el visado, pues su deportación (ya ratificada por el Tribunal Federal) facilitará las cosas para que nuestro mejor tenista patrio pudiese ganar el torneo. No busquemos motivaciones morales, esta es la única razón para su satisfacción, ya que si el evento se hubiese celebrado en nuestro país este se hubiese regido por la más pura lógica economicista, pues, aunque según se registró en el BOE en septiembre de 2021, "solo se permitirá entrar en España a aquellos residentes en Serbia que dispongan del certificado de vacunación completo o autorización especial", esta norma posee varias excepciones, como la de "trabajadores altamente cualificados cuya labor sea necesaria y no pueda ser pospuesta o realizada a distancia, incluyendo los participantes en pruebas deportivas de alto nivel que tengan lugar en España". Caso cerrado.
Podríamos seguir exponiendo multitud de ejemplos sobre el paradójico comportamiento del patriota (neo)liberal, y todos ellos seguirían cumpliendo la ley anteriormente anunciada. No se deje impresionar entonces por los discursos cargados de patriotismo de estos sujetos. Si el político conservador Antonio Cánovas del Castillo ya resumió en su día la ontología hispana en su famosa frase "son españoles los que no pueden ser otra cosa", nosotros podríamos añadir que si aun así alguien que ya es otra cosa desease también ser español solo tiene que tener el dinero suficiente para poder comprarlo.