Marisa Lozano Fuego
Escuchando el silencio
Son días, como otros en el calendario, donde se acercan fechas festivas y se alejan otras, donde amanecemos cada Lunes con la perspectiva de una nueva semana por delante, cargada de incertidumbre y noticias, de máscaras y porcentajes, de nostalgias presentes y futuras.
Todo transcurre muy rápido, muy ruidoso, este frenesí loco apenas nos da tiempo a respirar entre noticia y noticia, entre programa y programa de televisión.
Apenas nos da tiempo a escuchar ese pálpito interno, ese reloj de la piel y las vísceras que marca un compás silencioso, ese ronroneo suave que nos hace cosquillas en el corazón.
Existe una voz interior que entre todo este ruido no escuchamos, y tan solo cuando se silencia el exterior podemos alcanzar a sentir. Como decían Simon and Garfunkel, el sonido del silencio es clave. Es en este sonido sin voz, sin edulcorantes ni gritos donde nos reconocemos a nosotros mismos y a otros, donde podemos meditar con nuestra conciencia y poner nombre a las cosas, a las sensaciones y pensamientos. Es entonces cuando el ruido se detiene y comenzamos realmente a escuchar.
El sonido de las lágrimas es opaco, salado, suave. También es silencioso el de una sonrisa. Un abrazo no suena, tampoco un beso. El lenguaje de signos no necesita ruido, en general toda la comunicación no verbal, gestual, facial, se lleva a cabo sin sonido y expresa múltiples emociones y sentires. Da pistas, revela verdades. En investigaciones policiales lo analizan, en Psicología Social también. Los gestos de una cara nos pueden revelar si una persona está mintiendo, si está eufórica, enfadada o triste. La manera de estrechar la mano puede ser clave en una entrevista de trabajo, y la sonrisa social y la íntima hacen movilizarse diferentes músculos de la cara, siendo la última más beneficiosa para la salud que la otra, e implicándose más músculos faciales en su ejercicio.
Una mirada no tiene sonido y un cuadro, tampoco. Un atardecer no lleva pentagrama ni un crepúsculo resulta ruidoso. En medio de tantos y tantos sonidos ensordecedores, muchas de las cosas más bellas llevan consigo el silencio.
Entre nosotros no lo practicamos a menudo, me incluyo. Estamos demasiado ocupados pisándonos al hablar, interfiriendo en el discurso ajeno, mostrando nuestra opinión como la válida, haciendo que sea escuchada y cada uno defendiendo la suya a costa de la ajena.
El ruido nos ocupa por completo, de forma que parece que formamos parte de él y él parte de nosotros , como un maremágnum entero del cual no podemos disociarnos, un conjunto pegajoso y chillón de células que no puede pasar desapercibido, so pena de ser ignorado o lo que sería peor, silenciado.
El motivo de que el silencio no sea valorado es que pocas veces nos detenemos a escucharlo. En nuestra propia respiración, en la noche. En un parpadeo o una mirada. En la Naturaleza y en un beso. En la oscuridad y en el pálpito. Nos habla muy despacio, en parpadeos, en ráfagas y en suspiros. Muy tenue. O nos habla intenso y profundo, en una especie de mirada.
Nos grita y nos ocupa enteramente, como un milagro o una nada. Nos comunica sensaciones, las de una pupila o un vértigo. Nos confunde, como un abrazo.
Su lenguaje es universal y no precisa traducciones. Significa lo mismo en todas partes, a todas las edades. Es un óleo, es un abrazo, es una puesta de Sol, es un ruego. Una plegaria, un gozo.
Es una pausa entre dos gritos, que dice más que ellos.
Nosotros le pertenecemos. Él nos pertenece. Es frágil, es sencillo romperlo. Es fuerte.
Cuando se impone en una sala, en una multitud, puede ser poderoso.
Es ansioso, si precede a una declaración. Es tranquilo, si va tras el sueño de un niño.
Todo en él es contradictorio y hermoso, se viste de diferentes matices y sabe colorear los días a su antojo, una pincelada aquí, otra allá. A cuentagotas se hace más preciado. En exceso pesa cual losa.
Es valioso como una joya, ligero como una brisa.
Todas sus caras son su carta de presentación en este mundo de ruido y barbarie, donde no nos detenemos más que a ratos, donde no escuchamos más que a veces.
Un día en nuestras vidas se hará del todo el silencio. La incógnita de a dónde iremos se resuelve solo si alguna vez lo hemos escuchado, pues solo así comprenderemos a dónde vamos y de dónde vinimos.