Marisa Lozano Fuego
Engañar al tiempo
Siempre buscamos formas de engañar al Tiempo. A lo largo de la Historia de la Humanidad, Cronos nos marca de forma despiadada los compases, sin que el reloj de arena se detenga.
Pequeños grandes fragmentos de vida, todos sujetos a su paso. Minutos, horas, días, noches, hora de levantarse, acostarse, comer, trabajar, descansar, todo ello marcado por el compás de espera que nos fija, siempre esclavos de su reinado, nunca pudiendo detener su paso ni ser dueños de los instantes.
A veces intentamos atraparlo, en fotografías. Inmortalizamos instantes con fecha, imágenes y colorido, para atrapar un Carnaval, un cumpleaños, un beso. Esto nos permite que años o generaciones más tarde podamos recordar un trocito de Tiempo entre las manos y saborear de nuevo las sensaciones de aquel momento. Eso le da matiz de eternidad, congelamos pequeños carámbanos de Tiempo para poder inmortalizar rostros y colores, paisajes. Lo mismo sucede con la pintura, un lienzo retrata expresiones faciales, ropas, estancias y Naturaleza con la ternura de óleo o la acuarela, de forma que podemos embellecer y colorear cada segundo en una estampa imperecedera que luego será exhibida para uso y disfrute del primero de los sentidos.
El Tiempo se resiste a ser detenido. Fueron muchos los retos que la Humanidad afrontó para ello, se habla de la eterna juventud o de una máquina que nos llevara de vuelta al pasado, por ello la Historia trata de ser testimonio tangible de otras épocas, para poder recordar el pasado y explicarlos nuestro presente.
Otra de las formas de inmortalizarlos es escribir. Narrando se deja testimonio de gestas, batallas, amores, pasiones, muertes, conquistas y toda una pléyade de situaciones que quedan plasmadas en el papel. El relato varía según quién lo narre, el tiempo tiene entonces mil y un caras, y se dibuja según el matiz que le otorgue la persona del narrador o narradora. Respecto a las huellas del tiempo en el cuerpo, existen multitud de cremas y potingues antiarrugas, antimanchas, antiestrías, antiTiempo, que pretenden frenar el paso de la edad y las pisadas de ella en nuestra piel.
Ahí entran también las operaciones de cirugía estética, los bisturíes: cortar, alargar, estirar, suelen ser los métodos quirúrgicos para eliminar las huellas propias del paso de Cronos, como si se pudieran borrar sus pisadas con un chuchillo carnicero y como si la arruga no fuera digna.
Cada época de la vida posee su encanto especial. Su legado. Pero seguimos usando potingues, tiñéndonos las canas y tratando de ocultar lo inevitable: la fecha de nuestro nacimiento en el DNI es inamovible y no miente. Cada trozo de tiempo lleva por delante un aprendizaje, y nos ha aportado risas y lágrimas, sucesos familiares y personales, momentos que se acumulan en nuestro ser y nos hacen parte de la Historia.
Cada marca temporal surca un camino, escribe en nuestro rostro y ser renglones de nuestra vida, da un mensaje de cómo sonreímos o de cuál ha sido nuestra última fiesta, dolor, emoción o duelo. El Tiempo escribe en nuestra piel, en los pergaminos, en los lienzos. Escribe en las pizarras, en los ordenadores, en los edificios, en los paisajes. Inmortaliza hojas de los árboles para que sean verdes por siempre y podamos colgar el óleo en la pared, las montañas, los ríos, imperecederos, perenne primavera, dulce Otoño, helado Invierno, cálido Verano. La mano humana detiene las estaciones en esta batalla que libra con Cronos, para que no vuelva a ganarla, y en parte lo logra, en estas ráfagas de arte, en los escritos, en los libros, se capturan historias que suponen un paréntesis en la continuidad del ser.
Corremos raudos y veloces para engañar al reloj, para que la Parca o la vejez no nos sorprendan en la próxima rotonda. Intentamos tener eterna juventud, eternos instantes, eterno retorno, como decía Nietzsche. Siempre volvemos a nuestros orígenes, recordamos la Prehistoria y la invención del fuego, recordamos cómo fueron los primeros cantares medievales, quién inventó la imprenta y el teléfono, quién el primer coche y avión, quién el Amor y la Esperanza, que parecen intemporales y propios de todos los siglos.
Hay realidades que no tienen una época definida, por eso las seguimos usando por y para siempre, continuamente. Los sentimientos y las puntas de la vida, como el Eros y el Tánatos, no tienen una época determinada, son patrimonio de la realidad inmensa y finita del ser humano. Podemos encontrar la misma lágrima en un hombre medieval, renacentista contemporáneo. El enamoramiento lo sienten y les duele igual a través de los siglos, el dolor de una pérdida también. Por ello vemos que muchas veces Tiempo hace cambios más externos que internos, porque existen imponderables psicológicos que no responden a una época determinada, sino que son iguales e intercambiables a través de las eras. Igual duele la lágrima de una niña que de una anciana, igual siente felicidad una persona de veinte años que de sesenta. Cronos simplemente cambia el envase, el envoltorio, la carcasa, y establece matices, desgasta venas y arterias, de forma que el cuerpo se agota conforme avanzan los años, pero no cambia el color de los ojos ni puede apagar su llama interna cuando una persona es auténtica.
Sí, difícil batalla entre Tiempo y Ser Humano, complicado juego de espejos, este último nos relata a menudo, como la madrastra de Blanca Nieves, cómo es nuestro presente y cómo cambiamos. Sin embargo, si nos leemos por dentro, podemos sentir exactamente igual el sabor de una gota de agua, un helado, una despedida, un saludo, podemos recordar la ilusión con la que aguardábamos los regalos de Navidad cuando niños y evocarlo ahora, si tenemos hijos o sobrinos. Podemos sentir la ilusión de una velada en la Naturaleza y el frescor del viento en la cara, exactamente igual que cuando éramos adolescentes.
En resumen, si bien Cronos corre implacable por las agujas del reloj, existen varias formas en que podemos engañarle, o al menos jugar a tomarle ventaja siempre y cuando recordemos que nosotros fabricamos nuestros recuerdos y que muchos de ellos, en la retina de nuestra alma, pueden inmortalizarse por siempre y dar testimonio a la vida de que no nos hemos rendido.