Marisa Lozano Fuego
Los rostros de la Primavera
Parece que estamos en Primavera. Una Primavera nublada, coronada a ratos por chaparrones varios, inmersa en noticias non gratas como la guerra de Ucrania, el desabastecimiento de alimentos, el aún no fin de la pandemia…parece que estamos en una Primavera imposible, estación del amor y de la floración, de las alergias y los virus, esas épocas donde todo explota y todo eclosiona porque el calendario lo marca y obedecemos ciegamente sus designios, estación por estación…
Resulta una época confusa, si bien este año lo es y el pasado lo ha sido, porque nada parece evidente ni predecible con una linealidad lógica, y se desatan catástrofes y acontecimientos inesperados, robándonos momentos y amenazando con romper nuestra ilusión.
Resulta una Primavera asustada, asustada por la amenaza de no paz en el mundo, por las consecuencias del virus, por la carestía de alimentos, por el futuro.
Aunque en las tiendas sigan colgando vestidos de flores primaverales, y las terrazas sigan llenas de personas tomándose su Coca Cola light o su vermouth mañanero.
Resulta una Primavera huérfana de buenas noticias, al encender el telediario nos encontramos con belicismo y miedo, noticias de éxodos y de hambre, tanto que parece inadecuado mostrar o sentirse felices presenciando todo ese dolor.
La Primavera siempre ha sido una estación de renovación, los árboles mudan sus flores y asoman nuevas frutas y colores, estallando los capullos en una sinfonía de aromas y pétalos nuevos.
Siempre ha sido, también, la estación de los enamorados, donde florecen romances puros, nuevas ilusiones y deseos, momento propicio para dejar fluir la energía y sentirse más renovado.
Parece una estación paradójica, puesto que también es un momento donde las depresiones y alergias predominan, haciendo a los seres humanos y sus cuerpos esclavos de los estornudos y las caídas anímicas.
Sí, resulta una época con doble rasero, por un lado nos invita a renacer y por otro nos hunde en su loco festival de hormonas y alergias, siendo cada una de sus dos caras manifiesta.
Igual de paradójico y contradictorio resulta el carácter de las personas, cuando son capaces de lo peor y de lo mejor, empleando su esencia tanto para desatar guerras frías como para crear cadenas de solidaridad y fraternidad para ayudar a los más desfavorecidos.
Así, podría decirse que tanto un sistema complejo humano como una estación pueden ocultar en su esencia el germen de la belleza y el horror, de la locura y la cordura, de la salud y de la insania.
Todas las realidades muestran un haz y un envés, como el ying y el yang, la luz y la oscuridad.
Hemos pasado por muchas Primaveras, y pasaremos otras tantas, esquivando las erupciones y las toses, floreciendo con los besos apasionados y pasando por los momentos de bajón anímico que también caracterizan estas fechas.
Quizá nunca nos acostumbremos a vivir en el alambre, a oscilar siendo conscientes de la doble Naturaleza de las estaciones y el ser humano, que puede presentarse a ratos maravilloso y a ratos terrible, como las dos caras de una moneda, indivisibles y auténticas.
Queda esperar que la estación presente florezca trayéndonos su parte de ilusión, y que nuestra sangre se vea inflamada por ese vaivén romántico y loco de los árboles en floración y de las emociones suaves.
Si antes de la presente hubo cientos miles de Primaveras distintas y a todas ha sobrevivido la especie humana, esperemos que haya muchas otras a las que pueda sobreponerse y con las cuales crecer y madurar, esperando que los inviernos vuelvan y se cierre el ciclo estacional de una manera tranquila, sosegada y armónica.
No perdemos la esperanza de que en estas estaciones venideras las personas encuentren la manera de potenciar la floración del ser, la parte hermosa de sí mismas, de forma que cada vez sea menor el sufrimiento y el dolor, o que sepamos sobrellevarlo con entereza, refugiándonos en la hermosura de esa danza multicolor que nos ofrece la Naturaleza.