Marisa Lozano Fuego
Dualidad humana
Cuando hablamos de los instintos humanos, innumerables veces nos planteamos qué lleva a los grupos a pelearse entre ellos, a tener interacciones negativas. Puede tratarse de la lucha por el poder y la ambición, los instintos de querer cada vez más y más, el hecho de acumular propiedades y conquistar regiones sin medida, en virtud de una autocracia que anula la voluntad de altruismo y conduce al corazón humano al despotismo, un "todo por el pueblo pero sin el pueblo". En nombre de una supuesta conquista se produce derramamiento de sangre, sangre de inocentes, civiles, mujeres y niños que nunca han tenido intención ni opinión en esta cruenta batalla por el poder. Resulta increíblemente doloroso e injusto que un pueblo entero se vea arrasado y otro dominado por un régimen autoritario y violento.
Nos preguntamos cuáles son los mecanismos de la dominación grupal, cómo puede una sola persona ejercer un mando sobre tantos ejércitos y doblegar tantas voluntades. Le Bon, psicólogo francés, elaboró hace años su tesis de la mente grupal, donde decía que el pensamiento grupal operaba distinto al individual, aseverando que en un grupo se producían tres mecanismos: desindividuación, contagio y sugestión. Así, aplicado a una situación bélica, mediante la desindividuación el ser humano pierde criterio propio y asume el del grupo, así como ve al "enemigo" como un ente impersonal , despojándolo de sus características personales, deshumanizándose y deshumanizando al "rival", lo que le resta sensibilidad a la hora de atacarle. Mediante el contagio, los miembros de un grupo se transmiten unos a otros las sensaciones y sentimientos, y en dicha tesitura hay un sentimiento generalizado de hostilidad ante lo que se supone foráneo, externo, de forma que es sencillo manejar estos sentimientos hacia la hostilidad extrema. La sugestión obra el resto, el grupo es convencido del discurso del líder, de manera que sus intenciones y emociones se transmiten a través de la "mente grupal", y ya no se piensa individualmente, sino como todo un grupo que en caso de ser inducido a la violencia, es convencido para ejercerla.
Así pues, esta teoría podría explicar cómo funcionan los pensamientos y acciones de un grupo y cómo es posible manejarlas de manera que anulen su criterio personal y asuman el grupal. Esto, aplicado a una guerra, o a una situación de dictadura, explica de forma clara cómo es posible que se anule la voluntad de tantas personas que son conducidas al pensamiento violento, en virtud de la hegemonía de uno solo.
Nos sigue resultando increíble cómo las personas pueden elegir acciones tan tremendas, más allá del raciocinio y la sensibilidad. Pareciera que solo importan los instintos, eligiendo los peores, en este caso podríamos evocar la teoría de los instintos de Sigmund Freud, donde la mente se divide en tres estratos: el Ello, depositario de las pulsiones agresivas y sexuales, el Superyó, donde se reflejan las normas morales y sociales, y el Yo, que refleja una síntesis de ambos y supone el reflejo de la realidad. En este caso, Freud se referiría también a la teoría del Eros (pulsiones de vida) y el Tánatos (pulsiones de Muerte). Cuando se desarrolla una situación violenta, si nos remitimos a su teoría, el ser humano se vería dominado por el Ello y por las pulsiones de Muerte, el Yo estaría totalmente invadido por él, y el Superyó o el raciocinio, así como las normas morales, pasarían a segundo plano. En absoluto esto justifica ningún acto violento o destructor, pero sí lo explica de alguna manera desde la Psicología del instinto y la Psicología de masas, cuando buscamos una respuesta a cómo puede predominar el instinto destructor en la raza humana, que ha tardado tantos siglos en construirse y ha creado tantas maravillas, arte , tecnología, descubrimientos científicos y médicos . Las elecciones del ser humano le llevan por caminos diversos, y no deja de sorprender cómo puede, de un plumazo, destruir todo lo que ha construido en pro de un instinto destructor gratuito, porque no se basa en necesidades básicas de hambre o sed, y tampoco en defensa de la vida, sino en ambición y poder.
En este caso el instinto humano es diferente al animal. Los animales luchan por comida, autodefensa, por defender a su manada, estas pueden ser las causas, son instintos primarios de supervivencia. El ser humano lucha, además de por estas causas, por motivos de ego, autoritarismo, y por acumular riquezas. Se trataría de unas motivaciones externas, unas pulsiones diferentes y artificiales, no meramente puras, sino basadas en el poder y la dominación, forjadas en la sed de sangre e intereses creados en pro del dinero.
Somos conscientes de que el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, puede construir catedrales y pintar belleza, escribir obras maestras, dar vida a nuevos seres, y también construir bombas nucleares, asesinar a sus semejantes, sembrar el pánico y la muerte. Resulta casi psicótica esta disociación tan grande de una psique humana escindida en dos polos, lo positivo y lo negativo, la luz y la oscuridad contenidas en el mismo cuerpo y la misma mente.
Puede sembrar la paz y la guerra, tender puentes y también destruirlos, alumbrar vida y devastarla.
Cuando se produce una guerra quedan de manifiesto los peores instintos del ser humano, y asimismo se desatan cadenas de solidaridad hacia las personas sufrientes de tal situación. De nuevo afloran los peores y los mejores instintos, los de ayuda y altruismo, por un lado, los de destrucción y dominio, por el otro.
Cabría plantearnos la dualidad de las personas cuando hablamos de la mente y el corazón humanos, cuando exploramos nuestras motivaciones e inquietudes, y cómo es posible que nos dejemos llevar, teniendo tantas potencialidades positivas, a situaciones negativas y de exterminio de la propia raza humana.
La respuesta es compleja y aunque las teorías expuestas pueden explicar, desde la Psicología, una parte, nos quedan múltiples interrogantes a la hora de dar respuesta a las acciones negativas que nuestra especie lleva a cabo, llevando la lucha a unos límites muchas veces infrahumanos.
Las personas de a pie seguimos doliéndonos y sintiendo en carne propia el dolor de otros seres humanos, las ciudades devastadas, las vidas segadas, la injusticia latente. No parece imperar el sentido común ni el instinto de vida en situaciones como la presente, y se hace necesario recordar que aún late en nosotros ese germen creador y unitivo, por encima del Tánatos y de los instintos destructores primarios.
Tan solo cabe esperar y desear, esperemos que no sin esperanza, que en algún momento la parte positiva de nuestra psique, el espíritu crítico y la constructividad triunfe y aniquile a esa parte autoritaria, destructiva y manipulable que constituye el germen de la violencia.