Marisa Lozano Fuego
Nelly
Nelly era mimosa, con una curiosidad nata que la hacía explorar todos los rincones de la casa y un pelaje tricolor, entre gris, negro y blanco. Tenía ojos verde agua , que se abrían enormes cuando se acercaba a su plato de comida o cuando la acariciaban bajo el mentón. Comprendía su nombre y la palabra “ven” y “aquí”, y abría las puertas con su mano-pata para colarse en las habitaciones sin hacer ruido, suavecito. Parecía tener una personalidad definida, le gustaba el pienso mojado, el pollo, la pechuga de pavo y el agua bien fresca. Era fan del sofá y de las caricias.
Se adueñó pronto de mi corazón, y cuando cachorrita elegía mis brazos para dormirse, con un ronroneo cantarín que semejaba el motor de un coche. Luego fue creciendo y gustaba de dormirse en su cunita, tapada por un jersey viejo, o encima de un juguete de tres pisos, enroscada en el último y con las pupilas estrechas y el cuerpo flexionado hacia delante. Era muy cariñosa, muchas noches venía a mi cama y se enroscaba encima de mis pies o mi pecho, buscando el calor. Percibía mis estados de ánimo y cuando estaba triste me daba su afecto incondicional, como suelen dar todas las criaturas no humanas cuyo instinto les dota de una excepcional clarividencia en estos menesteres. Tenía las orejas muy grandes y cojeaba ligeramente, andaba como un conejito, probablemente fruto de un golpe sufrido o un atropello. Pero ella se defendía bien y corría por toda la casa, como un conejito o un canguro, explorando cada uno de los rincones.
Su voluntad era religión, nos acoplábamos a su capricho como si de una diosa se tratase: ella decidía cuándo iba y cuándo venía, marcaba las habitaciones como suyas, tenía preferencias de afecto y de comida…nunca podríamos pensar en adueñarnos de su voluntad o poseerla, puesto que ella lo hacía con nosotros: ella era mi dueña y yo le pertenecía por entero, era su humana, y me había elegido como objeto de amor, ante lo cual me sentía digna y honrada, puesto que conocía su carácter selectivo. Era difícil para mí ignorar su voz, así que cada vez que me llamaba, fuera de día o de noche, acudía a su reclamo, como si de un bebé exigente se tratase. A veces pedía agua y otras alimento, pero las más frecuentes se trataba de caricias. Estas nunca le cansaban, y arqueaba la espalda para recibirlas, al tiempo que los ojos se le entrecerraban y su garganta emitía un ronroneo duce y monocorde, paladeando el tacto de la piel como si fuera un helado de nata.
Su cariño era posesivo y celoso, así como protector: cuando se acercaba a mi regazo y descansaba en el mismo, me estaba poseyendo por entero, al tiempo que me transmitía su calor y empatía más profunda. Me sentía entonces querida y envuelta en su extraña magia, aquella que parecía dotarme de fuerza y bravura, la que me hacía sentir importante, pues para ella lo era, en virtud del cariño que sentía y transmitía a través de su pelaje a mi blanca epidermis.
Pocas veces he sentido un afecto tan auténtico, callado, casi devoto. Me contemplaba con su mirada intensa y en silencio, me pedía que me quedase con ella a dormir. Me agarraba con sus mano-patas y en ocasiones dejaba huellas en mi piel, como heridas dulces de guerra que no dolían, todas motivadas por el deseo de sujetarme fuerte y que no me fuera. Por las noches su voz era sentida en todo su volumen. Nunca le gustó dormir sola. Llamaba con toda su intensidad y entonces yo abría la puerta de su habitación y le dejaba venir a la mía, para que se acurrucase a los pies de mi cama y cogiera calor en el edredón y de mi cuerpo.
Era dulce, cariñosa, y también salvaje e independiente. Poseía personalidad definida y propia, no se parecía a ninguna otra criatura. No olvidaba las noches que me había pasado durmiéndola cuando cachorrita, y tampoco que era quien la alimentaba .Se enredaba en mi pelo suavemente, haciendo caracolas con mis ondas. Le gustaba que la bañara con ayuda de la ducha y un champú suave, acariciándola conforme el agua caía sobre su pelaje. Luego, envuelta en una toalla, se sacudía las gotas sobrantes con estilo y elegancia, e iba luciendo su palmito impecable por la habitación, derramando un olor a limpio y a misterio.
Su comida favorita era una mezcla de pollo y zanahoria, una especie de paté mojado con un aspecto delicioso, me lo hubiera comido en caso de hambre, porque tenía un aspecto al que no tenía nada que envidiar el paté para humanos. El pienso seco no le gustaba tanto, aunque también lo comía de vez en cuando, si se lo mezclaba con este primero. La entendía. Yo tampoco lo hubiera comido fácilmente, parecía una galleta seca. Era sibarita y elegante, infantil y sabia, todos los adjetivos antagónicos podían serle aplicados a la vez, porque contenía en su esencia muchas cualidades, todas ellas conciliables en aquel cuerpo tricolor y aquella mente mágica.
Me encantaba mirarla, era como contemplar un documental a cámara lenta, movimientos voluptuosos, flexibles y tiernos. Creo que a ella también le gustaba contemplarme, lo hacía en silencio, con aquel deje de madonna seria que hacía pensar en pintarla al óleo o erigirle una estatua.
Hubo un día en que el piso se le quedó pequeño, no se encontraba a gusto entre cuatro paredes, saltaba, corría y arañaba las puertas. Parecía que no era feliz como antes. Sacarla al pavimento no era una opción porque podría ser atacada por un coche, por uno de los muchos perros grandes de la zona.
Una amiga con una casa de campo y un gran terreno, con muchos animales, se ofreció a adoptarla y allí la llevamos. Ahora corretea por una explanada verde y fresca, junto con otros como ella, trepando y rascando los árboles. Echo de menos sus ojos agua mar y su pelaje, pero sé que está bien y que me recuerda. Las criaturas mágicas no están hechas para vivir encerradas, y ella necesitaba Naturaleza. Por las noches, miro mi cama y la recuerdo ahí, a mi lado, velando mi sueño y con su elegancia más pura, atrapando los malos sueños y haciendo florecer los buenos.
Toda la casa la recuerda, y hay fotografías donde se nos puede ver a las dos, sí, a las dos, sonriendo a la cámara como si fuésemos un solo ser.
Nelly me dio uno de los afectos más desinteresados y reales que he conocido y conoceré. Siempre la evocaré como una maga que vino a traer a mi vida el sentimiento de fidelidad, entrega y cariño más grandes de los que he sentido. Estoy feliz sabiendo que está bien y que goza de libertad. Gracias a ella siempre recordaré que hay seres que, a las buenas y a las malas, están en nuestro corazón.