David Darriba Pérez
Una mañana en el mercado
‒Pues me va a poner dos manzanas... No, de las otras, de las rojitas; cuatro kilos de patatas; tres cebollas; Un kilo de limones... Bueno, quite dos y así me llevo un tomate. ¿Cuánto le debo?
‒Un ojo de la cara ‒dice la frutera.
‒¿Así? ¿Directamente?
‒Yo no tengo la culpa. Dígaselo usted a los mandamases. Si fuese a la pescadería le podrían llegar a cobrar un riñón; con los posibles problemas de diálisis que luego conlleva, claro, si tiene tocado el otro.
‒En fin, qué le vamos a hacer...
El cliente se intenta arrancar un ojo entre unos alaridos feroces.
‒No, así no ‒le aconseja la frutera‒. Si gira un poquito a la vez que tira... Pero hágame caso, hombre de Dios; que he visto a mucha gente hacerlo antes que a usted... Así. Venga que ya casi lo tiene...
‒¡Buf, lo que me ha costado! Es que usted no me creerá pero duele lo que no está escrito. Ande, cóbreme.
‒Coja las bolsas.
‒¿Y el cambio?
‒No, no, si va justo... Tome una servilleta que está poniendo todo perdido de sangre. Cortesía de la casa.
‒¡Leche! ‒exclama el cliente.
‒No, de eso no tenemos.
‒No, que no digo eso; que no veo, que me he quedado ciego.
‒Quite, quite, que aún le queda el otro ojo. Lo que ocurre es que ha habido un apagón. Menos mal que siempre llevo el móvil en el mandil. Para algo han de servir estos trastos ahora que le ponen una linterna. ¿Sabe que mi hijo se pasa el día enganchado al móvil? Pues con sólo quince años ahí lo tienes, día y noche, dale que te pego y sin apenas salir de su cuarto. Vale, ya lo tengo... A ver... me parece que hay que darle aquí. ¡Bingo!
‒Oiga, ¿y no hay luces de emergencia?
‒Qué va. Nos la retiró la compañía eléctrica. Dicen que hubo casos de otros comercios que no pagaban el recibo y, con esa pequeña claridad, se iban apañando. Ante semejante pillería decidieron cortar por lo sano. Al principio la empresa de seguridad estaba que trinaba; después agacharon las orejas dejándolo pasar. A mí nadie me saca de la cabeza que los untaron, fíjese en lo que le digo.
‒¿Y las cámaras frigoríficas?
‒¿Pero en qué mundo vive usted? Ésas no se utilizan desde años. Ahora se va a la fábrica de hielo como antiguamente y sanseacabó. Se han vuelto a poner de moda y créame que están haciendo su agosto.
Los dependientes de varios puestos comienzan a llamar a gritos al responsable del mercado. "¡Bueno! ¿Dan la luz ya?", pregunta uno. "Lo que sucede es que no se paga. ¡Como si lo estuviese viendo!", dice otro. "¡Que baje ese chupatintas!", rebuzna el carnicero mientras se le oye afilar un cuchillo.
‒Paz, paz, señores ‒dice el responsable del mercado‒. Hago un llamamiento a la tranquilidad. Este mes, efectivamente, no se ha podido pagar el recibo. No se imaginan el facturón... Sin embargo prometo que ahora mismo salgo sin más demora y...
"¿En qué te habrás gastado el dinero, cantamañanas?", pregunta uno. "¡Finolis, seguro que al salir te lo gastas en una mordaga! ¡Así te pongan las cañas calientes y eches espumarajos por la boca!", dice otro. "¡Pasa primero por aquí que se me ha terminado el cerdo!", rebuzna el carnicero que sigue afilando el cuchillo.
‒¿No se estará asustando, verdad? ‒pregunta la frutera a su cliente‒. En el fondo todos nos llevamos bien pero, ya se sabe, al igual que en cualquier sitio hay rencillas ocasionales. Nada serio que no pueda resolverse tomando un par de cervezas.
‒¿Asustado? No, en absoluto. En cambio estoy preocupado por la hora. Vienen a comer unos familiares y aún no tengo nada preparado. Y encima son de los que no terminan de darte la barrila hasta que se marchan. ¿Podría hacerme el favor de guiarme con su linterna hasta la salida?
‒Por supuesto, hombre. Seguro que esto aún va para largo y no me gustaría que esos familiares le criticasen por no tener lista la comida.
‒Un último favor... No gozo de mucha soltura en la cocina y temo sufrir un accidente por culpa de mi visión limitada. ¿Podría dejar la compra y devolverme el ojo?
‒¡Ay, cómo lo siento! No se admiten devoluciones. Pero venga conmigo que el pescadero no tendrá inconveniente en regalarle el de una merluza... Creo que los peces no ven mucho aunque menos da una piedra, ¿verdad?