Manuel Pérez Lourido
El fin del verano
Llega un momento en el verano, un instante que podemos calificar de culminante puesto que somos muy dueños de hacerlo, en el que te das cuenta de que el verano se va a acabar. Ya se sabe que no hace falta ser muy espabilado para llegar a esa conclusión, pero hablamos del punto crucial en que te dices: ya está, esto se acaba.
Lo curioso es que ese momento suele coincidir con asuntos de verano. Por ejemplo, te acabas de comprar un helado y lo estás degustando cuando de pronto te asalta un pensamiento: este podría ser el último helado de este verano. Lo normal es pasar por la quilla inmediatamente este tipo de pensamientos cenizos pero este se queda colgando en tu mente como el windows en sus mejores años. Y algo dentro de ti abraza el contenido de esa frase porque sabe que es verdad, que ya estás saboreando los últimos días del verano. A veces ocurre que tan solo acaba de empezar, en esos casos no queda sino asimilar el espíritu de las cosas. Y el espíritu veraniego es tan frágil y quebradizo que en cualquier ocasión se te anuncia su finalización y solo te queda aguantarte.
También puede tratarse de un día de playa. Sales del agua tiritando y te tiras en la toalla, literalmente; te secas, te das un par de paseos, recoges las cosas, te metes en el coche y para casa. Te das una ducha y para cuando te secas y sales del cuarto de baño, ya estamos en Septiembre.
O te estás acabando una caña en uno de los dos millones de terrazas que han puesto en tu pueblo y con el último sorbo te asalta la certeza: esto es el fin del verano, lo tomas o lo tomas.
Es indudable que hay una tristeza, aunque sea embrionaria, que carga el aire en esas situaciones. Aunque nadie puede pretender que el verano adopte forma perpetua, no por esperado su fin resulta menos decepcionante. Y cuando se anuncia así, de sopetón, la decepción está casi vestida de traición. "No somos nadie" puedes pensar, dándole a la ocasión carácter funerario. Y luego "esto es lo que hay", vistiéndolo de resignación. Y después te quedas contemplando a la gente que tienes alrededor, enfrascada en sus distintas formas de paladear el verano, ajenos totalmente a su fin. Porque, esto es lo maravilloso, solo a ti se ha revelado, solo eres tú el portador del grito y lo llevas en la piel.
Bueno, tampoco me hagan mucho caso que soy muy de exagerar.