Manuel Pérez Lourido
Somos otros al volante
¿Por qué uno se vuelve un jenízaro al volante de un coche? Si me van a llamar xenófobo o racista o algo, que me llamen también cultureta.
Cuando uno se sienta a conducir, que no hay más remedio que sentarse tal y como se han diseñado los automóviles, se produce una transformación en su organismo. Concretamente en córtex cerebral. No vamos ahora a precisar los detalles, usted hágame caso que sé lo que me digo. Uno se pone a conducir, pues, ajeno a esos cambios que experimenta simplemente por ocupar un habitáculo concreto de su auto y por ponerlo en marcha. Si se sienta y le da al starter pero lo deja al ralentí, sin desplazar el vehículo, los cambios son abortados por el mismo cerebro, que se da cuenta de que usted simplemente está haciendo el bobo y consumiendo la batería. Su propio cerebro, mejor que nadie, sabe si usted hace el bobo de modo habitual o solamente está probando nuevas sensaciones. En el momento que usted decida arrancar, la maquinaria encefálica hará lo propio y los cambios operados serán notorios en cuestión de segundos.
Algunas personas notan una cierta irritabilidad que sustituye al anterior y natural estado de relajación. En cambio, quienes son tensos e intensos por naturaleza, perciben en su interior un nerviosismo exacerbado. De pronto los claxons, el ruido de los frenazos, el runrún de los motores, se convierten en una sinfonía insoportable y desearían estar sachando patacas en una leira en lugar de en medio de un atasco. Lo de reclinarse en el asiento y poner una música agradable ni se les ocurre, ya que están atentos a todas las transgresiones de la normativa de tráfico que observan a su alrededor y que privan a su vehículo de avanzar entre el tráfico. A la que un miserable despojo de ser humano (por decirlo suavemente) se le quiere plantar delante procedente de su derecha, los cambios que hemos mencionado más arriba hacen que usted reaccione apretando la bocina varias veces y dirigiendo su mejor cara de pocos amigos hacia el conductor de dicho vehículo, al que según la reacción que tenga, dirigirá palabras y gestos obscenos o le perdonará la vida durante un rato.
Nuestra forma de conducir refleja nuestra conducta en la vida: agresividad, lentitud, ingenio, pereza, agilidad, pasividad, impulsividad, prudencia... y nuestra forma de reaccionar ante los inconvenientes de la conducción, también. Si te descubres gritando como un energúmeno aunque no se te oiga fuera del coche, es que llevas un energúmeno dentro de ti que solo espera su oportunidad para salir a escena. Yo, por ejemplo, he descubierto que llevo un par de ellos, gemelos. Y, con todo, soy de la opinión de que es posible librarse de ellos. Poco a poco, como con un veneno de lento recorrido. La repetición de actos genera un hábito. Si algo tenemos que modificar, hagámoslo. Solo el hecho de intentarlo nos hace mejores personas, o al menos más optimistas.