David Darriba Pérez
Otra generación
Caray con la mierda de los críos. Mira ése de los pantalones que bajan del culo. ¿Qué hará merodeando por aquí? Muchas veces me pregunto cómo son capaces de andar. Bueno, no hay más que verlos: parece que se van cagando por el camino. ¿No tendrán sentido del ridículo? Pues a lo que iba… El otro día uno de estos criajos, mientras daba el paseo correspondiente que me aconseja el médico, va, me para, y me suelta: «Oye, viejo, ¿me das uno de esos cigarrillos?». ¡Lo que me faltaba, después de llamarme viejo, me pide tabaco! Ya me lo quiere quitar el médico para que ahora lo haga un niñato de apenas dieciséis años. ¿Pues sabes lo que te digo?, que se lo di… En el momento que lo encendió empezó a toser como un cabrón. Se creen que son más machotes por fumar esos porros y luego no aguantan un pitillo negro. Lo que me pude reír cuando lo vi todo rojo y echando la lagrimilla.
En otra ocasión me llega uno que tendría un par de años más que el raperito y, adivina… Coge y me saca una navaja. Luego me dice: «Dame todo el dinero que lleves». El jodío estaba más blanco que el encalado de mi casa del pueblo; de los sacrificios que por cierto me costó levantarla. Le temblaba la voz y sudaba a pesar del frío de esa noche. El dinero… ¡Y una leche! Le pegué tal patada en los huevos que paró de echar vaho por la boca. Ahí lo dejé tirado en el suelo, casi sin poder respirar, a la vez que se agarraba sus partes a dos manos. Menudo mierda… Pero a mí no me asustan, no señor. Nosotros hemos pasado mucho en esta vida y estamos lo suficientemente curtidos para que unos imberbes nos hagan temblar las canillas. Que hemos pasado una posguerra y más hambre que el perro de un ciego. De las veces que les llevaba a mis padres las mondas de las patatas que encontraba en la basura. Las metían en la olla y, chico, aquello era gloria bendita; porque al menos engañábamos el hambre sólo con el olorcillo al calor del agua hirviendo. Sé que tú no has pasado tantas penurias. Tal vez porque bien que subía tu madre (que en paz descanse) al cuarto izquierda donde vivía el panadero. Le fiaba sabiendo que no lo llegaría a cobrar. Pero eran tiempos jodidos y ese hombre era un buenazo. No se cansaba de decir que ahora únicamente hacía pan para su familia, pero nada, que el panadero se ablandaba y ayudaba a la mitad del vecindario. Eso me contabas, ¿recuerdas? Ya nos hubiera gustado a nosotros vivir en tu edificio. Algunas veces me traías a escondidas tu trozo de pan y ya sabes cómo se me ponían los ojillos. La gente de ahora no hace este tipo de cosas, imagino, aunque tal vez esté equivocado porque mi nieto no para de decirme que soy un exagerado y sigue habiendo personas buenas y fieles. Yo, sin embargo, creo que ahora van a lo suyo. No les preguntes qué es la generosidad, pues no sabrán responderte. En fin, en todas las épocas ha habido gilipollas, pero ahora… No, ahora no vendrían una vez a la semana al cementerio como hago yo. Y hace ya más de veinticinco años que acudo, regularmente, a no ser por una causa mayor. Sé que el venir aquí no vale para nada, que lo importante es que no me olvide de ti. Pero siempre has sido mi mejor amigo y, al fin y al cabo, somos de otra generación. Lo que hemos pasado tú y yo, compañero, nada más lo sabemos nosotros.