Lucía Lourido
Humanización, deshumanización
Hoy me pasó un detalle de cada situación, humanización y deshumanización.
Asisto a un cursillo del centro de Modernización Tecnológica de Galicia. Y claro, como son tan modernos, dan las clases a distancia. Te ponen una pantalla y ves en Vigo al profesor que imparte clases desde Santiago para toda Galicia, en un aula que ya parecía el Parlamento de Galicia (aunque no sé para qué tan grande si allí no había nadie).
Por un lado está bien, se llega a sitios a los que de otro modo quizás no se llegaría. Por otro lado, es un ejemplo de deshumanización total. ¿Dónde quedan las lecciones interactivas, las interrupciones, las bromas con el profesor, la profundización, la improvisación sobre un punto concreto de la conversación?
Llega el descanso. Salgo a tomar el aire un rato.
Me cojo una tableta de chocolate en el súper de enfrente y me siento en un banquito que había en la acera. A los pocos minutos se sienta una señora mayor. Mantiene con los vecinos que pasan la típica conversación:
-¿Sabes qué le paso a Florita? Yo cuando me enteré... ¡Pobrecita!
Se van los vecinos. Saca un envase y me pregunta muy amablemente:
-¿Tú tendrías la habilidad de abrirme estos pastelitos?
Se lo abro, y claro, me ofrece. Le digo que no, pero me insiste, así que cojo uno. Le ofrezco chocolate del mío también.
Desde luego, da gusto compartir la merienda con una señoriña así.
Decidí quedarme un rato con ella.
Viendo la gente pasar, tan fugaz, te pones a pensar dónde queda esa humanidad, acompañar a una ancianita en su soledad, compartir un poco de tu tiempo, escuchar sus historias, y disfrutar...
Al poco rato pasa un chico todo apurado, no sé qué le había pasado con un tal "Tonín".
El chico era nieto de la ancianita y Tonín, su perro. Resulta que el chico fue al súper, se lo dejó atado en la puerta y una pareja se lo llevó, pensando que estaba abandonado.
-¡Ay qué disgusto! exclamaba la ancianita ¡con el cariño que le tienen a ese perro! ¡que sacan a pasear a la hija que tiene cuatro meses y lo sacan a él también! Si yo vi que la mujer se lo llevaba y se parecía a Tonín, pero me dije "¡no puede ser él!"
Entonces la señora se empieza a culpabilizar:
-Y ahora me van a decir que cómo lo dejé marchar, ay ay ay
Y yo:
-No se preocupe mujer. Qué culpa va a tener usted, si le echan la culpa de haberlo dejado marchar es porque pensar en su propio olvido no lo pueden soportar.
-Pues tienes razón, él olvido al perro, y yo olvidé a un hijo (y me cuenta la historia de una vez en la farmacia, que fue con una amiga y se olvidó al hijo, pero que no era su hijo, era el de la amiga).
-¿Abuela y no lo paraste! ¡No lo sabes llamar! insistía el nieto cuando vuelve después de buscar y buscar.
-¡Es que no estaba segura de si era Tonín!
-Pues para la próxima lo llamas igual
Y yo, que a estas alturas ya era medio de la familia, le digo al nieto:
-Sí, y después va tu abuela hablándole a los perros por ahí y la toman por loca por culpa tuya.
No volví a la charla. Me pareció mucho más interesante la señora y el rato compartido, que lo que me pudieran dar una pantalla de plasma y un equipo de sonido.