Rafael FJ Rios
Templo y capillas
Propongo trasladarla piedra a piedra y elevarla sobre un suave promontorio en la Isla de las Esculturas. No parece que soporte mucho tiempo más los muros altos y fachadas de los edificios que la rodean y que parecen venírsele encima. Hoy acoge el Archivo Histórico, pero era la Biblioteca cuando estaba terminando el bachillerato y he pasado allí tardes enteras, bajo el gran espacio central rodeado de muebles de madera con aquellos cajones alargados que guardaban las fichas catalográficas perfectamente clasificadas.
Las mejores puestas de sol las hemos visto allí, desde las escalinatas de la Biblioteca, mientras la plaza de toros se perfilaba contra el atardecer como si guardase aún al minotauro, a la vez que el carro del sol lanzaba aquellos últimos rayos dorados sobre el pórtico grecolatino de la fachada. Es verdad que en los primeros años del siglo XX había gente que era bautizada con el nombre de Viriato, y que en el círculo en el que se movía el propietario de la casa de baños de La Moureira estaba el primer Valle, los Muruais o el músico Manuel Quiroga. Pero más de un siglo después debemos declararnos en deuda con el señor Eulogio Fonseca por haber tomado la decisión de construir un edificio que parece una acrópolis nacida dos o tres mil años atrás. Mientras en la ciudad y a su alrededor se construían casas de piedra tradicionales, Eulogio Fonseca en 1910 encarga una construcción nacida del genio de la arquitectura clásica griega. Es una acción incomparable. No cabe debate sobre Madame Blavatsky ni Marco Aurelio ni la logia nº 8. Debemos corresponder a su genialidad y valentía.
A partir de los quince años se abrieron aquellas puertas para dar los primeros palos y pasos de ciego, una vez quedaron aparcadas las Hazañas Bélicas, Marcial Lafuente Estefanía, Roy Rogers, el Jabato y todo el elenco. No se sabe empezar, pero un tranco viene después de otro. Siguen en mi poder los resúmenes que hice a máquina de los libros que solicitaba en la Biblioteca. No solamente mecanografiaba, sino que copiaba breves dibujos a lápiz, como en la Carta y noticia arqueológica de las Islas Cíes con los tres perfiles, nombre de las islas y alturas de los montes de cada una. También un artículo sobre el dios Breoreo del Facho de Donón en el que reproducía un bifaz del santuario más espléndido. Con el tiempo visitaba las librerías de la ciudad y conseguía comprar algún libro de muy poco coste que inauguraban mi biblioteca.
Pero aquella que estaba acogida a lo que un día fue un hogar familiar -invitar a tus amigos, saludar al tren que pasaba enfrente de tu casa y acabar jugando encima de una esfinge era todo un plan- fue templo y fuente castalia, oráculo y laberinto de adolescentes imberbes saltando de rama en ramo cumpliendo ritos de iniciación, culto al conocimiento. Había otros mundos y estaban en éste, solo había que cruzar bajo las columnas dóricas. Llegué a tener en mis manos un ejemplar del Dioscórides del Doctor Andrés Laguna del XVII, se adivinaban los agujeros de la carcoma. ¿Qué será de…?
En las pocas veces que he ido a la nueva Biblioteca veo en los estantes la victoria de los saberes utilitarios y técnicos sobre el trívium y el cuadrivium. Los clásicos no abundan. En cambio, me encuentro con best-sellers. Más de lo recomendable para un lugar de estudio de estudiantes preuniversitarios. Ningún rastro de aquellos libros nacidos en la primera mitad y a lo largo del siglo XX, retirados de circulación. ¿Quién encuentra hoy en esta biblioteca una de las fichas copiadas que guardo?: Diccionario de argot español, o lenguaje jergal, delincuente profesional y popular. Luis Besses. Barcelona, 1905. Había espacio para los anales históricos de farmacia, para el simbolismo de Cirlot, para el léxico del marginalismo en el Siglo de Oro. Encontrabas perlas, zafiros, gemas, ópalos y al mismo San Eloy. En una celebrada escuela salernitana a los discípulos se les hacía tomar memoria de tal axioma: Si una mesita parca y chiquita cuando aparece con paz te ofrece cierto manjar, no solicites otros convites muy ostentosos más tan dañosos que sus cubiertos tienen más muertos que el Solimán. En latín.
En la planta baja las pocas exposiciones que vi versan todas ellas sobre una realidad parcial y mediante un solo idioma parcial. ¿Saben cuál? Tampoco he visto a Cervantes ni a Lope ni al Marqués de Santillana, a Valle ni a Cunqueiro.
Museo de Pontevedra. Tiene encerrada la biblioteca de Sánchez Cantón, la biblioteca de Filgueira Valverde, el fondo Baltar sobre la guerra de la independencia, la biblioteca de Said Armesto, la de Antonio Odriozola... Están dentro del cofre que solamente los eruditos especializados conocen. A lo largo de muchos años los polígrafos que han desentrañado el arte, la historia y la antigüa literatura han publicado cientos de artículos que podían estar digitalizados, que el Museo podría perfectamente cobrar por su descarga y utilización. Dinamizar el saber que encierra, una vez que los objetivos y las funciones a las que hoy se dedica vienen marcadas por pautas del tiempo actual pero que no son con las que nació ni prosperó en el siglo XX. Hoy el Museo realiza exposiciones y actos en los que parece alejado de lo que es su esencia cuando dicha esencia no se hace visible. Es seguro que los alumnos de los colegios lo sigan visitando como parte fundamental de su formación, pero todo el saber acumulado por nuestros sabios no está abierto al mundo, asequible, podría ser una fuente de ingresos. En su lugar el Museo parece dedicarse, más, a otra cosa.