Antón Cruces
La puta y la SGAE
ÿrase una vez que se era una entidad llamada la SGAE en la que una opaca maraña de cargos con nombres impronunciables velaban por los intereses de algunos autores. La asociación disponía de un buen número de oficinas repartidas a lo ancho y largo del reino de España que hacían las delicias (y eran el orgullo) de los señores gestores. Una de estas sucursales se hallaba en una céntrica calle de Pontevedra y ofrecía sus servicios en el extenuante horario de 11:30 a 13:00, aproximadamente. Media hora para el café, aparte.
Y aquí comienza nuestra historia.
Tras buscar en Internet, el autor averigua el emplazamiento de la oficina. Nuestro amigo escruta el telefonillo y se da cuenta de que ningún cartel marca el piso de la oficina. Tras peguntar a un amable vecino, el autor (muerto de miedo) consigue plantarse delante de una puerta en la que tampoco figura por ningún lado que aquello pertenece a la SGAE. Tembloroso, nuestro héroe martillea un improvisado tresillo con sus nudillos; las bisagras chillan y la puerta se abre lentamente. En el interior de la habitación dos oriundas de la SGAE intentan solventar las dudas de los pequeños y sagaces autores que han conseguido dar con el paradero de la oficina. Una de las doncellas ofrece alguna respuesta, pero la otra parece que se ha pinchado con una rueca, parece totalmente inútil y fuera de lugar.
En Santiago de Compostela pasa lo contrario y no ver el majestuoso edificio que la SGAE ocupa es casi imposible. La atención al autor es algo mejor, pero basta una simple visita para darse cuenta de que a la famosa entidad le preocupan cierto tipo de autores, no todos; solo algunos, aquellos que tienen más repercusión. Lo cual está bien, pero que no vendan lo otro. La señora, muy agradable, atiende con profesionalidad las reclamaciones del autor:
Esto no lo puede cobrar ya que la radio no paga.
Esta tampoco.
Esta sí, pero me hace falta la colilla del porro de Miley Cyrus, la sangre de una virgen zurda y dos gotas de Kas Manzana.
El autor intenta juntar toda la documentación que le piden mientras la buena mujer le informa de que el Rey actual de la SGAE ha iniciado una campaña para identificar a los autores de ciertas obras. El objetivo es hacerles llegar el dinero que les corresponde y que flota en el limbo de los derechos de autor. La trabajadora cita una cantidad de muchos ceros. Millones de euros sin dueño.
El autor traga saliva. ¿Cómo es posible que haya tanto dinero y tan poco ayuda real para los autores con poca repercusión (el 95%)?. Mareado por los números, nuestro protagonista baja las escaleras, cambia de departamento y pide información sobre el estudio de grabación y la sala de conciertos del edificio. A los grupos les cobran por tocar.
El autor no puede creer que una entidad que abandera la causa del compositor/creador le quiera clavar sobre 200 euros por exponer su obra. En el piso de arriba sobra mucha pasta, dinero sin dueño, y en el piso de abajo se trafica con actuaciones. Los autores, los socios deberían disponer de ese local GRATIS (sí, sí, gratis) para compartir sus proyectos con aquellos que quieran verlos . El perro de presa encargado de enseñarle el lugar al autor le dice que es un negocio, y que hay que pagar los gastos.
Usureros.
Sois la SGAE no una sala de conciertos.
La música es para todos, no solo para los que pueden permitirse pagar 200 euros ( o lo que sea) para tocar.
El autor se da cuenta que la SGAE es otra carallada con buena intención, pero mal gestionada por chorizos, sin transparencia de ningún tipo. Una piara chapucera dedicado a gestionar los derechos de unos pocos. Pero hay más: el autor que compone, crea, busca el dinero, graba, produce, diseña, edita y promociona...tiene que pagarle a la SGAE un dinero X según la tirada. Y al carallo. ¿Te han ayudado? No. ¿Te ayudan después? No. Pero hay que pagar.
Mientras todo esto ocurría un tal Pedro Farre que ostenta el cargo de (¡atención por favor!): director del Gabinete de la Presidencia de la SGAE se iba de putas y pasaba facturas de casi 40.000 euros a la entidad. Con 40.000 euros se puede echar una mano a muchos autores que empiezan, a muchos. También se podría pagar la sala de marras a 200 grupos...pero claro, las putas molan más.
Ahora el fiscal pide cuatro años de cárcel para este desgraciado. Poco me parece. Tal y cómo están las cosas, cuatro años es lo que tardan muchos grupos entre disco y disco. A los grupos se le cobra la sala para actuar (al menos la de las instalaciones de Santiago de Compostela) porque "es un negocio". Eso sí, para prostitutas, copas y cenas siempre hay dinero, y si no lo hay lo robo que maloserá.
Ojalá Pedro Farre acabé en el trullo y espero que detrás caigan muchos más. Una simple visita a la página web de la SGAE sirve para ver que ofrecen un montón de historias: cursos, becas, noticias... pero lo primero que tiene que hacer es gestionar, y parece que esa parte no se les da nada bien. Mucha parafernalia parece que hay; Pedro Farre, el putero, es una muestra de ello. Pagó con su VISA ORO los servicios de las prostitutas. Para empezar ¿Por qué tiene que tener este tío en el bolsillo una VISA ORO a nombre de la entidad? Parece ser que Farre fue contratado por la SGAE con una misión clara: crear y poner en marcha un plan especial contra la piratería, lo cual explicaría todo este desaguisado ya que todos sabemos que las meretrices, entre cliente y cliente, tiran de top manta e intentan colarte el último de Maná.
Así todo encaja.
Si tuviesen los mismos implacables mecanismos de control con sus altos cargos que con las peluquerías, cadenas de televisión, bares, cafeterías, discotecas... seguro que esto no pasaba.
Según el Diario El Mundo, cuatro días después del último pago, Farre dejó la entidad y cobró 50.000 euros de indemnización.
Y fueron felices con diez meretrices.
Colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
¡Salud hermanos!
* Puedes leer otros artículos de Antón Cruces en: Cartas a 1985