David Darriba Pérez
Kaligan
—Desenfunda ese revolver, Kaligan.
—Tú primero, vaquero. Esa mano tuya es tan lenta, que para cuando lo hayas hecho ten por seguro que ya tendrás una bala entre ceja y ceja.
El silencio se paseó por allí durante unos largos segundos. Una barrilla, como no podía ser de otra forma, rodaba por la calle llevada por el viento. Entre tanto, los dos hombres se miraban fijamente entornando sus ojos para no perder detalle de cualquier movimiento en falso. Unas señoritas en enaguas eran espectadoras al otro lado de una ventana. Como el banquero que permanecía agachado en la edificación colindante haciendo asomar sus tiesos bigotes con precaución. Los dedos ya casi acariciaban las empuñaduras de las armas. Silbaron las balas por todo el pueblo y Kaligan se desplomó en la tierra; quedó teñida de rojo.
—¡Cooooorten! ¡Joder, Jose! ¿Qué forma de morirse es ésta? Mira que estuvo a punto de hacer el papel el Clint Eastwood ése, pero, claro, con la mierda de presupuesto que tenemos… Éste sí que se muere bien, creo, ya que pensándolo bien, era él el que mataba, como por cierto ha de ser, pues para algo hacía de protagonista…
¡Pero eso da lo mismo! ¡Con actores de segunda categoría como tú, me vais a chafar la película! De haber nacido en Italia, otro gallo me cantaría. Ah, destino cruel que me hundes en el abismo; cómo te ríes de mí; cómo aprietas tu mano en mi garganta para privarme de mi merecida fama. Repetimos, repetimos escena… una vez más.
¡Prevenidos! ¡Sonido! ¡Cámara! ¡Acción!
Kaligan recibió un disparo certero. Después tres o cuatro más por lo que pudiera pasar. Mordió el polvo. Los ojos, ya quietos aunque abiertos, habían dejado de ver. Una mosca se posó en el revolver que brillaba tirado a su lado. Bien captado el zumbido; buen primer plano del impertinente insecto (aunque todo esto ya estaba filmando con anterioridad). Pero Jose volvió a morir mal. No era creíble.
—¡Cooooorten! ¡Mañana volvemos a grabar la escena! Llevamos con ella más de una hora y no sale nada a derechas. Estoy cansando y hambriento. Y tú, Jose, ya puedes ir ensayando unas cuantas veces esta noche para mañana morirte como Dios manda o yo mismo acabaré contigo.
—Qué frustrante es en ocasiones este oficio nuestro—Dijo Jose acodándose en la barra del bar, al que era su verdugo en la ficción—. Un whisky doble sin hielo, camarero.
—Si me tuviese que tomar ahora yo eso…
—Si no me gusta… Pero si hay que meterse en el papel, me meto con todas las consecuencias. ¿Quiere un vaquero de verdad? Pues lo va a tener. Mañana, en cuanto la claqueta dé la señal, pondré toda la carne en el asador.
—Lo que ocurre es que este tío es gilipollas, un creído que nunca ha hecho nada que merezca la pena. Yo tampoco diría que has actuado mal. Tal vez hayas caído algo raro varias veces, pero, qué coño, seguramente en la vida real muchos mueran con posturas y gestos más ridículos que los tuyos.
Jose se marchó más deprimido si cabe. Ni siquiera se comió el bocadillo que entraba en su contrato, aunque, eso sí, pidió que se lo envolvieran por si a la noche le entraba la canina. Estuvo ensayando durante horas, tal como le pidió el director, entre bocado y bocado. En una de ésas, en la que se dejaba caer en el colchón para no hacerse daño, quedó dormido como un lirón del cansancio que tenía.
Sonó el despertador. Unos angustiosos retortijones le hicieron ir de inmediato al retrete del que no fue capaz de levantarse durante al menos media hora.
—Aún llegaré tarde, hay que joderse. Con seguridad que la culpa es del bocata de calamares. Si ya le notaba un tufillo sospechoso…
El sol cegó a Kaligan solapándose el graznido de un cuervo. Fue justo el instante en el cual sonó el disparo que lo derribó. La muerte planeaba sobre su cara retorciéndola en una agonía sin precedentes. Tres o cuatro disparos más y murió, eso sí, con el sombrero todavía cubriéndole la cabeza. Un disimulado chorretón surgió en la parte trasera de los tejanos de Kaligan.
—¡Cooooorten! ¡Magnifico! ¡Sublime! ¡Ni al Clint Eastwood ése le habría salido mejor! ¡Menuda interpretación, Jose! Ya veo las críticas en los titulares de los periódicos más prestigiosos. ¡De aquí a los Goya! ¡Y con un poquito de suerte, a los Óscar!