Bernardo Sartier
Enterrar el sufragio universal
Si hay un instituto trasnochado e inservible ese es el sufragio universal, ya saben, un hombre un voto. El constituyente lo adjetivó: libre, igual, directo y secreto y entonces miel sobre hojuelas democráticas y a descansar, tranquilidad de conciencia que da el pensar que una obra es perfecta. Nosotros, entonces, contentísimos y a balar nuestra conformidad, borregos agradecidos de que nos dejen meter la papeleta en la urna. Y a fardar de demócratas, que para eso estuvimos cuarenta años enchiquerados. Y si hay hambre, injusticia social o paro, qué le vayan dando, que para eso está el Estado Providencia.
Un amigo mío, guerrero curtido en mil batallas, alto funcionario y poeta a ratos a quien escuché una de las cosas más inteligentes que he oído en mi vida ("si sé que tengo cáncer, ni tratamiento ni hostias, cojo diez cajas de albariño y me voy a la casa de Paxariñas a beber hasta que la diñe") decía no sin cierta sorna "¡cómo coño va a valer mi voto lo mismo que el de él!" y entonces mencionaba a un pontevedrés ilustre y muy apreciado pero que concitaba una extraña unanimidad respecto a sus facultades intelectuales, y es que era medio lelo aunque no estuviese incapacitado para el voto.
Supongo que llegados aquí algunos se rasgarán las vestiduras y me acusarán de fascista y anti demócrata, e incluso solicitarán mi confinamiento en un Gulaj para detractores de los sistemas parlamentarios al uso. Tranquilidad, que esto va de otra cosa. Va, por ejemplo, de que el número no puede estar por encima de la justicia social, ni la aritmética sobre el empleo o laminando colectivos desfavorecidos. Se trata de entregar el gobierno de los Estados a quienes mayor interés tiene en ello, y en que lo cedan aquellos que, desde un punto de vista ético, incluso estético, deben hacerlo porque tienen su vida resuelta.
La tiranía del número no siempre va de la mano con lo más justo. Por eso me sorprende la adoración con que se venera al sufragio universal, el dogmatismo con el que nos referimos a él considerándolo una obra perfecta, la unanimidad respecto a su inmodificabilidad. Ningún instituto jurídico, político o social ha sido abrogado o suprimido sin que antes hubieran pasado por él muchas décadas -incluso algunos siglos- siendo considerado, incluso utilizado, como algo normal, se me ocurren la esclavitud, la segregación racial, la prohibición del voto a las mujeres o el trabajo infantil en el siglo XIX: hoy nos parecen reliquias.
Entonces ¿por qué es sagradamente intocable el sufragio universal? ¿Qué impide sustituir la máxima "un hombre un voto" por "una necesidad, varios votos"?. Añadámosle "ninguna necesidad, ningún voto" y todo resuelto. Reconozcan conmigo: un instituto jurídico-político del siglo XIX, que no ha evolucionado, nos tiene que resultar tan útil hoy en día como una calesa o un landó, que iban tirados por caballos, circulando por la AP-9.
Tomen nota: discapacitados, grandes inválidos, jóvenes sin empleo o mayores de cincuenta sin él: tres votos por cada uno de ellos. Un anciano, dos votos. Clase media, un voto. Oligarcas, rentistas, accionistas de grandes sociedades anónimas, especuladores y fortunas por encima de un determinado nivel económico, ni un puto voto. Yo -lo digo de corazón- estaría dispuesto, por mi edad y mis circunstancias, a renunciar a mi derecho al voto para que un parado o un joven sin empleo tuvieran dos sufragios. A él interesa cambiar las cosas que constitucional más que a mí. Necesita, más que yo, de un mayor poder de decisión. A ver qué partido político tiene huevos para proponer una reforma así. Seríamos pioneros. Porque no lo duden, si queremos acabar con la injusticia, tendrá que ser como yo digo. Todo lo demás, parches para una balsa con demasiados pinchazos, parches para una balsa que hace agua.
Otrosí digo: Amigo Kabalcanty, "plas" de mis entretelas que me soportas y que te aprendo: no cambies, crack. Y a ver cuándo te veo, como dice mi hija, por "Pontevedra" (es que no tengo twiter).