Bernardo Sartier
Aborto ¿es sagrado?
"Tendría ahora treinta y tres o treinta y cuatro años. Me hablaba y yo lo veía, protector, atento ¡hasta guapo, coño!". Era el sueño que tenía mi amigo y que me contó. No disimulaba su tono una especie de reconcomio, una leve pena que se traslucía. Años atrás había decidido, de mutuo acuerdo con su pareja y en circunstancias difíciles, que ella interrumpiese su embarazo. Cuando entró en detalles comprendí que la decisión de tener o no tener el niño eran, una u otra, admisibles y argumentadas. A mi juicio resulta más duro privar de la vida que permitirla (en mi casa se ríen cuando, ante un insecto, abro ventanas para facilitar su salida e impedir que alguien lo mate. Es, acaso, una sensibilidad enfermiza). Pero estaba en que desde el punto de vista de los sentimientos deviene más fácil el mantenimiento de la vida que su interrupción (Excluyo, por descontado, los supuestos de violación o peligro para la salud de la embarazada).
Cuestión distinta es que se enfoque el asunto desde la racionalidad, es decir, el coste económico o de sacrificio personal que comporta una criatura, porque entonces es posible anteponer el interés al corazón. La dificultad y la discrepancia en torno a la regulación del aborto residen en que estamos ante una decisión que afecta al plano de la moral. Y la moral es, siempre, una realidad de perfiles difusos y subjetivos. Dicho lo cual, partidario en todo caso de la libertad personal en su más amplio sentido, creo que la ley en vigor no debería haberse tocado -ni retocado- porque no había conflicto ni anomia que lo motivase (se legisla cuando hay controversia o laguna legal, y no eran esos los casos), y la excusa del programa no cuela porque el programa ha sido utilizado en muchas ocasiones para asearse el trasero con él el concreto partido que gobierna y lo redactó. Tema controvertido y en el que creo que los grandes olvidados (cuando no relegados -con nuestra complacencia, me atrevería a decir-) somos los hombres (no pediré disculpas por esto). Se habla del derecho exclusivo a decidir de las mujeres, pero, pregunto: ¿es el "nasciturus" solo de la mujer?. Cuando un hombre y una mujer han decidido, de mutuo acuerdo y suscribiendo un simbólico contrato de procreación en circunstancias normales, tener un hijo ¿es la decisión sobrevenida de la mujer de interrumpir su embarazo de su exclusiva incumbencia si el hombre es partidario de que continúe la gestación?
¿Tiene el hombre una alícuota parte de responsabilidad en la decisión? ¿Sí o no? ¿No es, acaso, la mitad de la responsabilidad de ese concebido suya?. Sin embargo, el debate se plantea en términos de exclusiva -y excluyente- decisión femenina. Se me dirá que las molestias derivadas del embarazo, incluso a veces el riesgo de la propia vida, es de ellas. Vale.
Pero, esa mayor carga ¿excluye la opinión del hombre en la decisión final? Y caso de que se acepte el derecho a ser oído del hombre ¿debería esa opinión ser vinculante para la mujer? ¿Debería decidir un tercero, árbitro o juez, cuando fecundante y fecundada discrepan respecto al futuro del "nasciturus"?. Nadie escucha a los futuros papás, a los hombres, quiero decir. A mí, en cambio, me gustaría oír respuestas a estos interrogantes. Y huir de la verdad absoluta. El proverbio dice "el sabio duda, el necio afirma". Y como dudo, ahí va una duda más: ¿el embarazo que no se desea y no obstante se produce, de una persona mayor de edad y en plenas facultades mentales -considerando los medios que existen para evitarlo-, es o no un acto de una enorme irresponsabilidad?. Espero contestación a vuelta de correo.