Paco Valero
Gamonal, ¿hablamos por fin de cosas serias?
Son muchos los que se preguntan por qué ha estallado ahora el barrio burgalés de Gamonal. Desde el PP, asustados por el posible efecto contagioso, han sacado la artillería verbal para explicarlo: kale borroka, soviet, atentados, profesionales del vandalismo son algunas de las cosas que han dicho los representantes políticos e informativos de este partido. No creo sin embargo que se pueda atribuir a una sola causa o a una mano de izquierdas que mueve los hilos. Es posible, como dice Xavier Vidal-Folch en El País, que sea la respuesta de un barrio en el que falta lo básico: guarderías, servicios sociales, empleo y que considera innecesaria una obra de 8 millones de euros y un parking con plazas a 20.000 euros.
Estoy convencido también de que llueve sobre mojado, como explicó muy bien el periodista de origen burgalés Ignacio Escolar: Burgos arrastra una larga historia de corrupción económica y política, con personajes que se repiten una y otra vez en todas las iniciativas sospechosas y que han sido sospechosamente indultados cuando fueron condenados. Un contubernio (palabra que tanto gustaba a los franquistas) que ha minado nuestra democracia y está en el origen de gran parte de los males que nos han golpeado tan duramente en los últimos años. Hemos gastado decenas de miles de millones de euros en obras superfluas y sobrecostes difícilmente justificables, y el grueso de la población lo ha pagado dos veces: primero con sus impuestos y luego perdiendo poder adquisitivo y derechos sociales básicos, en sanidad, educación, dependencia Y es posible que la relación entre una cosa y otra se haya hecho evidente para una mayoría social. ¿Quiere decir esto que lo que ayer era tolerado, votado e incluso aplaudido hoy no se acepta y se repudia? Ojalá, porque elegir en qué y cómo se gasta el dinero público es el acto más político de todos y el más decisivo. Pero no lo aseguraría. El levantamiento de Gamonal se ha producido contra una iniciativa en principio razonable, como es humanizar la calle principal que une al barrio con el centro de la ciudad. No hablo de su urgencia ni del coste final, quizá hinchado para repartir sobres, pero es difícil negar que ha habido iniciativas más reprobables que no han tenido contestación social. Por eso, caben otras explicaciones diferentes a las anteriores, como las plazas de aparcamiento perdidas: ¿qué hubiera pasado si en vez de un caro parking privado se hubiera proyectado otro con alquileres bajos para los vecinos y construido con dinero público? Los constructores serían los mismos, el dinero de todos no se habría utilizado para guarderías u otras necesidades sociales prioritarias, sino para poner bajo cemento a los coches. ¿Hubiera habido, entonces, la misma contestación? No lo sé. Los motivos de la gente para protestar pueden ser muy variados e incluso cambiantes o contradictorios, aunque sumados puedan aparentar o tener una coherencia. En todo caso, el tiempo dirá. Un tiempo que corre en contra de todos, porque cada vez es más urgente que decidamos qué queremos ser cuando seamos mayores: ciudadanos con los derechos básicos cubiertos y con acceso a los bienes materiales y culturales que no aseguran, pero sí son imprescindibles para alcanzar una vida digna y provechosa, o ciudadanos que dimiten como tales y miran a otro lado ante la degradación de las instituciones, la ineficacia pública y la corrupción.
La España del capitalismo castizo, de amiguetes y negocio asegurado por el Estado, que cubre las pérdidas y ve esfumarse los beneficios a Suiza y otros paraísos fiscales y luego los amnistía, sigue ahí, preparada para la "recuperación" económica. Confiada en que nada cambiará. Solo que, volver al pasado, no es una opción. Estamos en una encrucijada histórica, y como tal deberíamos verla. Una España de camareros y mano de obra devaluada no puede mantener el estado de bienestar ni encontrará un lugar bajo el sol en el nuevo orden globalizado en el que estamos.