Beatriz Suárez-Vence Castro
Matar a un ruiseñor
Si hay un personaje que consiga remover conciencias únicamente con la palabra, ese es Atticus Finch, abogado y padre, defensor de los derechos humanos, honesto y valiente. Nacido de la pluma de una joven escritora estadounidense, Harper Lee. Autora tan poco pretenciosa como el protagonista de su primera y única novela: Matar a un ruiseñor, consiguió gracias a esta el premio Pulitzer en el año 1961.
Difícil era encontrar un actor que encarnase los profundos valores que representa Finch, héroe a su pesar en una América muy diferente a la que ahora conocemos en la que la libertad era patrimonio de unos cuantos, y los prejuicios raciales formaban parte de una sociedad que, lejos de rechazarlos, los incorporaba a su realidad cotidiana con pasmosa normalidad.
Y entonces apareció Gregory Peck, para ganar con su interpretación el Oscar de la Academia y dejar una huella imborrable en todos los que amamos el cine. Actor, antes que estrella, trabajó su personaje desde el alma, ayudándose de su rotunda presencia, de su gestualidad siempre justa y de una manera artesana de trabajar, capaz de pulir cada rasgo de su personaje y recordarnos que el cine es, ante todo, arte.
Un guión absolutamente fiel a la novela original, adaptado por Horton Foot, hizo merecedora a Matar un ruiseñor de una segunda estatuilla. Especial atención merece también la actriz que encarna a Scout, la hija de Atticus, capaz de desarmar con su inocencia a toda una banda de hombres con palos y escopetas, dispuestos a linchar a un hombre negro. Scout, con la misma serenidad y el mismo don de palabra que su padre, les hace retroceder y avergonzarse de su actitud en una de las escenas con más carga poética de la película y, en mi opinión, de la historia del cine.
Hija y padre, actor y actriz, rompen la barrera de la edad para componer una estampa perfecta que llega directamente a la retina del espectador y le convence del gran poder de un corazón puro, frente a aquellos que ya han sido corrompidos.
La gran sorpresa aguarda al espectador en la escena final cuando, entre sombras, descubrimos a un prácticamente debutante Robert Duvall en el que ya se adivina el gran actor que llegaría a ser, a través de un imponente cruce de miradas con la niña Scout.
El es quien menos aparece y quién más importa: el ruiseñor al que hace referencia el título, otra alma pura encerrada, castigada por la incomprensión y la ignorancia de quienes creen conocer las leyes del mundo.
Atticus enseña a sus hijos que matar a un ruiseñor es pecado porque los ruiseñores derraman su corazón cantando para los hombres.
Esa enseñanzas son las que llevan a la criada Calpurnia en otra escena maravillosa a pronunciar la siguiente frase en los asientos destinados a los negros del tribunal donde se celebra el juicio dirigiéndose a Scout: "Señorita Jean Louise, póngase en pie, su padre va a pasar".
Esa misma admiración y respeto por el personaje al que da vida magistralmente Gregory Peck prenderán en todos aquellos que vean este clásico del cine por primera vez y nos hará revivir grandes momentos a los que consideramos este film una joya, tan poco ostentosa que hay que ver, al menos dos veces, para darse cuenta de todo su esplendor.