Bernardo Sartier
El hombre que no susurraba a los caballos (pero hostiaba a las vacas)
En lo del secuestro de Xar hay caspa, un algo de thriller y un mucho de bosta. Y hambre, que aunque en sentido impropio, es lo que mueve el afán de lucro. La tropa esta abusaba del Mentes criminales, pero les saltaba el "sin señal" y entonces el plan se les fue al carallo. El rapto semejaba el de Anabel en la Sagra, pero se desinfló al percibirse la traza casquera y sanguinolenta de los hermanos Izquierdo, los de Puerto Hurraco.
Observen las fotos y verán un parecido entre los Izquierdo y los Mejuto, incluso recordarán, tras la mujer del secuestrador y la madre de esta, a Ángela y Luciana, las hermanas que indujeron la psicosis criminal en aquellos destripaterrones rudos e ignaros que dijeron "vamos a cazar tórtolas" y vaciaron sus escopetas sobre los Cabanillas mientras estos tomaban la fresca en la Extremadura ruda y agostada. En la banda de los Mejuto faltaba el Chioleiro, con sus gafas de sol fashion y su calva seductora para dar el punto de glamur. La benemérita vendió bien la resolución del caso, como en lo del Códice. En el Códice entregó el libro al arzobispo la guardia civil, en presencia de Taín, que hacía de notario mayor de la autonomía. Aquello fue como la rendición de Breda en versión de la aconfesionalidad del Estado. Los curas mandan y hasta Feijóo les da guita para el santuario da Barca. Los secuestradores estos son discretos. Solo cuentan el rapto en la taberna, a la hora de la partida, mientras beben una copa de hierbas. Gente peculiar, sí. De hecho, al que se supone cabecilla -y por determinar si cabezón- lo citan en un medio escrito porque en el año 1.991 se le relacionó con un homicidio. Entonces era boxeador aficionado y en esas crónicas periodísticas reza que se entrenaba con las vacas. No, no es que corriese con ellas como Rocky Manhattan adelante, no; el entrenamiento consistía en darles de hostias.
De un hombre que no susurra a los caballos pero maltrata a las vacas cabe esperar la trama de un secuestro cutre, un Pascual Duarte con ajada, una especie de atraco a las tres que coincidió con el cambio horario de marzo y que frustró el aseo de las cajas fuertes. Lo de andar secuestrando por ahí es muy poco cívico, pero lo de pegar a las vacas es inadmisible. La vaca, de suyo mansurrona y noble, aquí en la tierra hasta calefactaba las viviendas.
Por eso, más que el secuestro, siempre reprobable, me molesta el andar a hostias con ellas. Se puede entender que alguien con sus ahorros birlados o su puesto de trabajo perdido quiera entrenarse con Blesa, incluso con Díaz Ferrán como sparrings. Hasta con el multa móvil de Lores tendría un pase. Pero con una vaca ¡por dios del cielo! animalito. Todo encaja en este asunto. Porque aunque no sabemos si Mejuto llegó a matar una vaca a puñetazos, el destino ha querido que el nombre del pueblo donde vio la luz se llame Boimorto. Y de alguien que boxea con las vacas solo puede esperarse que su natalicio lo haya sido en un pueblo llamado así, Boimorto. Y muerto a leches, claro. El buey.