Antón Cruces
Temporal permanente
Si hace unos meses alguien me dijese que iba a pasarme una mañana atrapado entre Ruth y Qumaira... seguro que mi mente lasciva me imaginaría en algún lugar paradisíaco, rodeado de esas dos voluptuosas mujeres, perdido entre sus neumáticos encantos, bebiendo caipiriñas como un político en celo.
... pero nada de eso.
Aquí estoy, en el puente de Rande, flanqueado por estos dos engendros climatológicos. No sé cual de las dos es peor, no me han dado ni tiempo a conocerlas. Así como llegan se van y cuando uno les pilla algo de cariño, desaparecen... como lágrimas en la lluvia que decía Rutger.
Ya me imaginaba yo que entre Ruth y Qumaira iba a haber algo de humedad, pero esto es pasarse. Mi saxo penetra en el temporal como el virgen en un prostíbulo: tímido y decididamente acojonado. ¿Cuántas embestidas podrá aguantar mi tartana de tercera mano?
Hemos recorrido la mitad del puente y noto que la máquina no quiere seguir avanzando. Le acarició el salpicadero y ronronea con fuerza, me informa de que hará lo que pueda, pero se sincera y admite que no me puede prometer nada. No son los años nena, son los kilómetros. Aprieto a fondo el acelerador, el motor ruge y Saxito alcanza sin despeinarse los 80 km/hora en línea recta, todo un reto dadas las condiciones adversas.
Otra racha de viento nos golpea de costado mientras un camión (bastante abusón, por cierto) nos adelanta con desprecio. Parece tan grande como Optimus Prime y, aunque ya hemos recorrido dos terceras partes del puente, empiezo a temer por mi vida. Subo el volumen de la radio. Desde su confortable estudio, el locutor me pide que tenga cuidado en la carretera, al parecer hemos pasado a alerta naranja. ¿Qué demonios es eso de alerta naranja? ¿Debería ser roja ya? ¿O no? ¿Cuántas alertas hay? ¿De qué colores? ¿Son como los cinturones de taekwondo? Es decir, ¿puede existir la alerta amarilla-naranja o naranja-roja? Mientras reflexiono sobre estos temas Saxito se queja y me doy cuenta de que ya hemos superado el puente de Rande y que, milagro, seguimos vivos.
Según el periodista olas de más de diez metros azotan algunos puntos de España y decenas de curiosos barra temerarios barra inconscientes se paran a escasos metros del furibundo mar para verlas de cerca. ¡Son olas hombre! ¡Olas! ¡Habéis visto dos mil en vuestra vida! ¡No se jueguen la vida por algo tan tonto!
Después pasa lo que pasa.
Me recuerdan a los bobos que animan en las curvas cerradas de los rallies. Estos burros también traen a mi memoria a aquel domador, el gran Ruffino, que solía introducir su pene entre las fauces de su tigre de Bengala: "Cafú".
Nunca pasó nada... hasta que pasó. Ruffino nunca más intento domar nada, no tenía pelotas (literalmente).
La lluvia arrecia y me amedrento de verdad. Parece que estoy en un túnel de lavado y reduzco la velocidad de mi bala de 80 a 75. Al menos eso creo, ya que las agujas que marcan el combustible, las revoluciones y la velocidad hace días que no funcionan. Pienso en que tengo que grabar a una familia esta mañana y no creo que tanta humedad sea buena para A Parrocha, así se llama el lugar. Me entero de que ha muerto el actor Philip Seymour Hoffman, dicen que esnifaba heroína. ¿Y quién no?
La lluvia azota sin clemencia mi parabrisas, que ya no sabe cuánta brisa más va a poder parar...
Ruth y Qumaira son dos jacas peleonas. Ciclogénesis que la llaman, buen nombre para este prostíbulo meteorológico. Yo le llamo temporal de mierda, que es menos científico, pero más español.
Se acaba la canción y de la nada, como Maceda en aquel partido contra Alemania aparece un nuevo locutor que confiesa que un nuevo temporal, Stephanie, está a la vuelta de la esquina.
Con ese nombre no podía estar en otro sitio.
Intento otear el horizonte entre millones de gotas, grandes como testículos de mono, y me doy cuenta de una cosa:
Esto no es temporal... es permanente.
¡Salud hermanos!
* Podes ler outros artigos de Antón Cruces en: Cartas a 1985