Beatriz Suárez-Vence Castro
El equilibrio
Vamos flojos de ánimo con la que está cayendo. Tanta lluvia y tanto recorte nos tienen machacados. Y encima si queremos informarnos, nos asustan. Sé que es tirar piedras contra el tejado propio pero no me extraña que haya gente que opte por no ver la televisión, leer la prensa o escuchar la radio.
Mil maneras hay de enfocar una noticia por muy grave que sea pero parece que el sensacionalismo es la favorita de los medios que, salvo honrosas excepciones, muestran más interés por causar impacto que por informar.
Información es contar, por ejemplo, que unos padres han matado supuestamente a su hija, noticia ya lo suficientemente impactante de por sí.
Sensacionalismo es contar además todos y cada uno de los pasos que se sucedieron hasta matarla, el grado de resistencia que la niña opuso para intentar salvarse de los padres-verdugos y los detalles de la autopsia especificando las heridas que su cadáver tenía.
Información es mostrar en imágenes los destrozos que causa una ciclogénesis y contar que ha provocado muertes. Sensacionalismo es mostrar como una familia entera es arrastrada por una ola sin que sea posible hacer nada para salvarla.
Es cierto que los humanos tenemos desde niños una curiosidad morbosa por lo que nos da miedo. Esa que nos impulsa a taparnos los ojos con las manos para no ver algo terrible y luego separar los dedos para poder verlo un poco a través de ellos.
El marido de Isabel Allende, también escritor y buen conocedor de la naturaleza humana le dio este consejo a su mujer para escribir novela negra: "Si quieres que te lean hasta el final, coloca un muerto en la primera página". Y no van mal las ventas de su primera novela de género "El juego de Ripper".
Allende satisface nuestra vena morbosa en la ficción, recurso que no hace daño a nadie. Pero cuando se hace lo mismo con un suceso real y actual, la cosa cambia.
No son las noticias más importantes desde el punto de vista económico, social o político las que abren los noticiarios, especialmente en televisión. Las abren, como en el "Juego de Ripper ", los muertos. Pero con una diferencia importante. Son muertos que han dejado detrás a sus familias y amigos destrozados y que puede que en ese momento tengan delante, a lo mejor sin quererlo, un televisor.
Además si este tipo de imágenes se muestran de manera repetitiva, como viene siendo habitual pueden causarnos varios efectos: recrearnos en ellas y que cada vez queramos ver más para alimentar esa tendencia morbosa (efecto que probablemente persiga quien nos las envía); que nos acostumbremos a ellas de tal modo que lo único que lleguemos a sentir es indiferencia; que hieran nuestra sensibilidad y no queramos verlas más. Un miedo que nos llevaría a perder interés por la actualidad. O en el peor de los casos lo que los psicólogos llaman "efecto repetición" que puede producirse en personas que estén viviendo un conflicto y al verse identificadas con lo que observen, quieran repetirlo. Se "animen" por así decirlo a realizar algo negativo que de no haber visto, no consumarían.
Arrastramos, creo, muchos complejos de una época en que estaba vetada cualquier información, en la que no se podía enseñar nada. Y ahora parece que tengamos el estallido de aquella represión informativa. Por supuesto que tenemos que saber. Tener acceso a la información es fundamental. Es un derecho importantísimo y un deber igual de importante que el que tiene la obligación de dárnosla debe ejercer. Pero también que el fondo necesita una forma precisa para que la noticia en sí y la repercusión que esta puede tener sea lo importante y no dañe con excesos innecesarios. Saber la verdad casi siempre duele y este día a día nuestro tiene una parte dolorosa que debemos conocer pero quien nos la muestra de manera cruel está dando más importancia a la crueldad que a la veracidad.
Ayudaría también que nos contasen la cara amable de la actualidad que también existe y también sucede. Incluso en medio de temporales y crisis ocurren cosas buenas y es entonces cuando más necesarias resultan.
Por cada padre o madre que mata a sus hijos hay muchos más que ayudan a salvarles la vida. Contémoslo también cuando suceda aunque no parezca que tenga nada de extraordinario o noticiable, porque ayuda a amortiguar el efecto de tanto horror y nos reconcilia con el entorno, con los demás.
Ocultar lo bueno no sirve para que seamos más conscientes de lo malo. Sólo asusta. Y no podemos vivir asustados.
No se trata de vivir en un limbo en el que nadie nos cuente nada que no queramos oír o ver pero sí que se busque entre la noticia y la manera de contarla un justo equilibrio que se echa en falta.