Paco Valero
Oído sin querer
En español se diferencia "oír" de "escuchar" en la primera acepción de estas dos palabras: lo primero es un acto involuntario y lo segundo requiere voluntad. Podemos decir que oímos sin querer, pero no que escuchamos sin querer porque esto último exige "poner el oído". Soy del género distraído y he sido más o menos bien educado, por lo que evito oír y prefiero escuchar. Pero a veces me asaltan frases en la calle o en algún espacio público que capturan mi atención sin pretenderlo. Son cosas oídas al pasar que suelo apuntar como si fueran un indicativo de algo. Un día, por ejemplo, de lluvia sin fin como estas últimas semanas, oí que una muchacha le decía a otra bajo unos soportales:
Estás como una sífilis
¿Sabía lo que estaba diciendo? Si no lo sabía, la frase es un hallazgo, y si lo sabía, también.
Otro día, sentado en una terraza, oí que un hombre le decía a otro: " fue pionero de la novela gay afroamericana". ¿De quién hablaban? Entendí que de algún escritor. Llamó mi atención porque es un ejemplo de lo raras que están las cosas de la literatura. Un día de estos se hablará de Shakespeare como el maestro de la dramaturgia caucásico-hetero-andro-eurocéntrica.
La primera y la segunda son frases más o menos inocentes, seguramente intrascendente. Otras no tanto. Hace unas semanas, por ejemplo, sentado a la mesa de una cafetería de la ciudad, oí como dos hombres maduros hablaban de la cuestión catalana. Yo no prestaba atención y era más bien una molestia que me impedía concentrarme en la lectura. Hasta que oí cómo el que permanecía sentado le decía al otro, que se marchaba:
¡Yo enviaría a la Legión!
Y el otro asintió con la cabeza antes de salir por la puerta.
Podía haber dicho: "Yo enviaría el Ejército". Pero no, escogió la Legión, sabedor del papel de esta unidad durante la Guerra Civil y de su relación con la figura de Franco. Por decirlo en breve, no solo quería que el Ejército entrase en Cataluña y pusiera fin a lo que allí está pasando, sino que además lo hiciera sin miramientos, sembrando el terror. En otro contexto histórico, la frase me hubiera producido sudores fríos. Pero en el actual esa frase solo traslucía la impotencia de esa persona: se le llenó la boca de odio porque representa bien poco. Ni el Ejército es suyo ni suyo es en exclusiva el destino de España. La sorpresa vino luego. Pregunté curioso a quien me acompañaba si conocía a esas dos personas. Una, la que se fue asintiendo, resultó ser un conocido periodista de la ciudad, de los importantes.
Otro día, mientras tomaba un café, oí una discusión entre varios hombres. Uno de ellos se despidió de la parroquia gritando su argumento definitivo:
Si das de comer a un perro con collar, comerá hasta hartarse y después se apartará a un lado, pero si das de comer a un perro sin collar, se lo comerá todo y después te morderá.
¿De qué hablaban? Recordé alguna que otra frase que había oído de soslayo y me hice una composición: hablaban de política. Es un decir claro, porque ni había política ni había tal discusión, solo exabruptos que dejaban la condición humana en su nivel más bajo. Pregunté quién era: un conocido comerciante de la ciudad. Envidié la suerte de Albert Camus. Un domingo de luz radiante en los Jardines de Luxemburgo, oyó que dos jóvenes discutían, y uno le decía a otro: "Tú, que crees en la dignidad humana" Debe ser cuestión del tiempo.