Paco Valero
Grandes periodistas de ayer
Ahora que el periodismo tradicional fenece y que desconocemos la vida que tiene por delante es quizá momento para descubrir a los grandes periodistas que fueron. Y no hay que buscarlos muy lejos, porque los hemos tenido aquí cerca, aunque en las facultades de periodismo donde antes, ahora no sé, sesteaban profesores de limitado currículo profesional, escasa curiosidad intelectual y profusas telarañas ideológicas, se les haya ignorado. Cuando yo estudiaba, en Barcelona, no existían Josep Pla, ni Gaziel, ni Chaves Nogales, ni Irene Polo, ni El periodismo empezaba y acababa, en el mejor de los casos, con el Watergate. En aquel entonces todo era sospechoso y relativo, y profesores y alumnos parecían imbuidos del peor de los adanismos: creían que eran los primeros y que todo les tenía que ser dado... Así creció mi promoción de periodistas, sin referentes y descreída de la esencia de esta profesión, la trabajosa búsqueda de los hechos, y así ha seguido siendo, porque creo que el mensaje de fondo continúa siendo el mismo. En fin.
A lo que voy. Gracias a algunos editores que están haciendo el trabajo que no hicieron los vagos profesores de entonces, estamos accediendo a la obra de algunos grandes periodistas de la República y de antes. De Pla ya he hablado aquí. De Irene Polo se han ocupado sobre todo por ser pionera como mujer en una profesión de hombres y por ser amante (o no) de la actriz Margarida Xirgu. Pero merece más, porque sus crónicas (la mayoría en catalán: La fascinació del periodisme. Cròniques 1930-1936, Quaderns Crema) son un ejemplo de periodismo valiente, que se sigue leyendo con frescura y sorpresa. Irene Polo, autodidacta de origen humilde que se dedicó al periodismo después de negarse a que le bajaran el sueldo en otro trabajo, inventó lo que hoy es casi un clásico: la entrevista frustrada, en su caso, persiguiendo a Francesc Cambó; se "empotró" en milicias derechistas para seguir desde dentro un acto de las Juventudes de Acción Popular en El Escorial ("¿Dónde están los fascistas en España?", se titulaba); tanto entrevistaba a Pío Baroja como a un modisto francés que hablaba del fin de las faldas; cuando ocupó la sección de Trabajo, investigó y fue todo lo lejos que pudo, dejando a un lado sus afinidades. Denunció las penosas condiciones de vida de los trabajadores en las minas de Sallent, propiedad de señalados señorones, y denunció el nefasto y violento papel de la organización anarquista FAI, poniendo su vida en riesgo por ello. Solidaridad Obrera, el diario de la CNT, publicó: "Doña Irene ha visto los colmillos de la FAI. Doña Irene ¿no se (sic) la tiraron a usted por la ventana?". Murió en el exilio, en Argentina, joven y desesperada.
El andaluz Manuel Chaves Nogales, director del gran diario republicano Ahora, es el que está obteniendo un mayor éxito, bien merecido, porque pocos periodistas europeos y menos intelectuales alcanzaron su altura en aquellos años demenciados entre la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial. Era un burgués liberal, azañista, desconfiado de las masas, atrapado en uno de los peores momentos de la historia continental y nacido en uno de los países más crueles con la inteligencia, España. En La agonía de Francia (Libros del Asteroide) cuenta la caída de Francia en el año 1940, a la que él asistió con estupor, siendo ya un periodista exiliado: "Así ha sucumbido Francia, cuyos muertos por bombardeos aéreos han sido muchos menos de los que en el mismo periodo han ocasionado los accidentes de circulación". Estuvo allí, lo vio y lo contó en un libro de ¡1941! Pasarían décadas hasta que el mito de la resistencia de los franceses se viniese abajo, pero solo había que leerlo a él. El suyo es un gran libro, además, sobre la traición de las élites y el sopor de las clases populares. Escribe, por ejemplo: "Las masas modernas lo soportan todo menos la incomodidad material, física. La independencia de la patria, los derechos del hombre, los destinos de la civilización, son hoy para la gran masa ciudadana puras abstracciones que no tienen ningún sentido frente al hecho cierto, tangible, irritante, de que al salir del trabajo no se pueda tomar el aperitivo o de que el tráfico rodado no esté cuidadosamente regulado por los agentes de la autoridad El automovilista que se ve obligado a permanecer quince minutos inmovilizado entre cuatro filas de autos por un embotellamiento adquiere inmediatamente la convicción de que el Estado que le gobierna ha fracasado en su función esencial...". Murió joven en el exilio, en Londres, de peritonitis.
Agustí Calvet, que firmaba como Gaziel, era también de origen burgués, y de mentalidad liberal y conservadora. En La Vanguardia fue primero corresponsal y luego director. De él acaba de publicarse De París a Monastir (Libros del Asteroide), que recoge sus crónicas desde Serbia y Grecia durante la Primera Guerra Mundial, de un estilo narrativo novedoso para la época, casi novelesco, pero siempre riguroso. A la vuelta del exilio, en 1940, y tras pasar por un consejo de guerra, se convirtió en un exiliado interior en Madrid, donde se le prohibió ejercer de periodista y trabajó como editor. La amargura de lo vivido nunca lo abandonó. Destino publicó en 2005 Meditaciones en el desierto. Pero a mí me interesa especialmente la trilogía que recoge sus viajes por España en la década de 1950, publicada en catalán en 1961 por la editorial Selecta (que yo sepa no hay traducción al castellano). El tercer tomo se titula La Península inacabada y recoge su paso por Galicia. De Pontevedra, a donde llega en autobús desde Santiago, escribe (traducción mía): "Es una antigua capital provincial que no llega a los 50.000 habitantes, llena de casas nobiliarias y calles porticadas. Es la ciudad más señorial de Galicia. Paramos unos minutos en una plaza o cruce de calles muy popular. La presencia del autobús de Santiago, de paso hacia Vigo, desata una algarabía de llegadas y despedidas, con besos, abrazos, griterío diverso y un guirigay de gallego hablado en cascada que yo, después de bajar a estirar las piernas, escucho embobado, todo y perderme no pocas de las cosas sabrosas que dicen los que suben y bajan". Gaziel admiraría la Pontevedra de hoy (le gustaban la ciudades civilizadas) y le sorprendería no oír ya en las calles la "cridòria diversa i un guirigay de gallec parlat a doll".
No sé cómo será el periodismo de mañana. Si me atengo a lo que los grandes editores parecen soñar, puede ser más barato, empobrecido incluso, sometido a la dictadura de lo más visto, lo más leído, lo más aplaudido. Un periodismo anárquico, incapaz de cumplir una de las grandes misiones de esta profesión: seleccionar con criterio y contar poniendo orden a lo que pasa. En los escritos de Pla, Gaziel, Polo, Chaves, hay un estilo y un criterio. Solo así se vence a la intrascendencia y fugacidad que amenaza siempre a esta profesión.