Bernardo Sartier
Fronteras al carallo
Con el tema de Melilla se pueden hacer dos políticas. Una cortoplacista y demagógica y, por ello mismo, abocada al abismo, y otra seria y responsable, o sea, la única posible. La primera consiste en compungirse por los inmigrantes (yo el primero) y en poner a parir al ministro del Interior -por meapilas y racista- y a caer de un burro a la Guardia Civil por represora, golpista e insensible. Para esta política que me borren.
La otra política va aguantar el tirón, mantener el rumbo y tratar de convencer a la UE de que el avispero de ahí abajo no es solo un problema de cojones sino la delgada línea roja que delimita un enorme marrón de su complacencia tancreda e insolidaria. Si se milita en la primera de esas políticas a que he hecho referencia, se piden grabaciones, comparecencias, ceses y se alienta, de modo consciente o irresponsable un ánimo de culpabilizar a quien tiene el deber de vigilar las fronteras, lo que constituye un error de colosales proporciones porque el día que se le hinchen las pelotas a la benemérita no va a haber dios que nos proteja del empuje subsahariano, que acabará por echarnos de Punta do Morro a la ría.
En consecuencia, si lo que pretenden los militantes del postureo político es que abramos nuestras fronteras sin límite alguno, díganlo. Pero al mismo tiempo tendrán que señalar que parientes quieren que se queden sin chollo o sin la oportunidad de conseguirlo. Porque si hay algo claro a día de hoy en España es que sin trabajo para los nacionales difícilmente podremos hacerles un hueco a los inmigrantes. En suma, que no estamos para compartir riqueza sino para redistribuir equitativamente lo que hay, o sea, poco. A mí la gomina de Fernández de Mesa no me resulta especialmente simpática. Tan simpática me resulta, tanto, como los años luz de distancia que me separan de las creencias y prácticas religiosas de Jorge Fernández Díaz, que creo que reza el Ángelus todos los días. Pero en cuestión de inmigración no puedo más que compartir sus políticas y discrepar de quienes practican el victimismo y defienden lo ajeno sin pararse a pensar en las consecuencias. Jugar al buenismo y hacer populismo es gratis.
Lo caro es proteger las fronteras del Estado, nuestra casa colectiva, haciendo políticas impopulares pero que son, lamentablemente, las únicas posibles. Quienes jalean la apertura a caño libre de las fronteras deben aclarar si lo que pretenden es que la masa de subsaharianos entre y trabaje ilegalmente en España esclavizada por mafias. Seamos serios. La inmigración debe ser circunstancialmente posible, y si no lo es, pues no podrá haberla. Y harina de otro costal es que los países desarrollados se pongan las pilas de una puta vez y comiencen a invertir todo lo posible en ayuda al desarrollo. Pero lo que no es defendible es que compartamos con los demás lo que no tenemos para nosotros. Y ahora ya puede salir la ONG "Fronteras al carallo" a ejercitar su libertad de expresión y ponerme a parir. Que yo ya ejercité la mía.