Javier Vilas Eguileta
Una visión cinematográfica de la vida
Aunque es otra compañera de Pontevedraviva la que escribe sobre temas cinematográficos, aprovechando que acaban de ser los Oscar, me gustaría en esta columna destacar la importancia que el cine tiene en nuestra percepción de las cosas.
Esta semana circula por internet un vídeo en el que aparece ya como un invento real el monopatín volador de la película Regreso al futuro. Muchos de mi generación hemos imaginado el futuro, en gran medida, por lo que dicha película nos mostró; aunque uno echa en falta, que no se haya cumplido, la premonición de que los coches serían voladores o de que utilizarían una monda de plátano como hidrocarburo. Pero no sólo nos ha influido en nuestra visión futurista, o acaso soy yo el único que cuando ve a un señor mayor, de pelo blanco alocado, piensa: "hostia, Doc" (o Gandalf si eres más seguidor de El Señor de los Anillos).
También la visión que Steven Spielberg dio de los tiburones en su famosa película, ha provocado que, sin duda alguna, el escualo sea uno de los animales más temidos por los seres humanos.
Si por suerte o por desgracia nos encontramos con alguno, seguramente nuestro cerebro reproduzca esa musiquilla de "acojone máximo": chan-chanchan-chanchanchan-chanchan-chanchan.
En cambio, y aunque se hable de la especie como orca asesina, la imagen tierna que de las mismas plasmó Liberad a Willy, hace que pensemos que son animales dóciles o incluso que podamos hacerles saltar el malecón de un puerto naval, sin temor a ser simples aperitivos de su dieta carnívora. Cría fama y échate a dormir.
Otras películas, con sus pequeñas secuencias de treinta segundos en las que pasan meses o años y alguien consigue adelgazar o ponerse "cachas", han hecho a más de uno motivarse escuchando la música de Rocky, con resultados, en la mayoría de los casos, funestos.
Pero yo hay una cosa que siempre he tenido clara: si algún día voy en un crucero que golpea un iceberg y el barco se va a pique (o a puyol), por muy fría que esté el agua, en ese tablón de madera cabemos dos; porque una cosa es ser caballero y otra, terminar como postre de un mero.