Bernardo Sartier
"La Voz Kiddys" (Dejad jugar a los niños)
A mí que a estos que van de padres pero son otra cosa porque no saben ejercer habría que declararlos incapaces y nombrarles un tutor, alguien que los gobernase, porque ejercitan (es un decir) la patria potestad como se pasearía un beodo cojo por un alambre sin red una noche de circo.
Sí, me refiero a esos que comercian con la vida de sus hijos por unos días de hotel en Madrid, la manutención y cuatro duros. Esos que llevan a sus hijos a competir por ser reconocidos como la mejor voz, esos que parecen disfrutar con la ansiedad de sus vástagos, con la interrupción -y la disrupción- de la vida infantil y con la decepción postrera de la ilusión ficticia e interesadamente alimentada; esos que gestionan la frustración; esos, sí, que exponen a los peques y los arriesgan al vértigo de la popularidad, a emociones extemporáneas mientras les devoran un trozo de su vida; esos que no resistirían la prueba del algodón del buen padre de familia, del nivel medio de responsabilidad de los progenitores.
Porque miren, de corazón, si yo fuese uno de esos chiquillos a los que calcetan un micro y ponen a berrear como a monos enfermos a pretexto de una gloria con la que solo deberían soñar los adultos, juro que "en llegando" a la mayor edad me encararía con esos padres simplones e idiotizados para reprocharles tanta irresponsabilidad, tanto egoísmo y, sobre todo, tanta estupidez. Y les diría que en ese tiempo precioso que me hicieron perder sobreexponiéndome a los focos y a una popularidad tan artificial como momentánea y patológica yo tendría que haber estado jugando, que era lo que me tocaba, o dándolo todo con la play, o forrándome a hostias con Manolito, mi mejor amigo, que me afanó mis muñecos articulados y con el que luego me reconcilié porque tocaba ir al cine a ver una peli y a ver si no con quién iba a ir.
Y les diría que, para obligarme a hacer el ridículo y utilizarme mientras a mi costa el Bisbal (/abre María/la pastelería/) y la Rosarillo (mi gato hace uy uy uy) y el Maroto y el de la moto se agencian una pastuqui, pues para eso, mami, papi, lo dicho, que vaya su puta madre, que no cuenten conmigo. Y que me dejen en paz. O sea, que me dejen ser niño, que yo no puedo ni quiero ni debo ser otra cosa.
Y si queréis gloria y popularidad y fardar delante de las amistades, pues dejad vuestros trabajos e id vosotros a la maldita tele cisterna, al Semáforo aquel, por ejemplo, el del Chicho Ibáñez, como fue el Cañita Brava de los cojones. Que parece que os olvidasteis de la Mari Sol y del Joselito o de otros niños prodigio a los que sus papás jodieron la vida privándoles de lo más valioso que tenían, que era su infancia. Que ya sabemos cómo terminaron el Macaulay y el Bieber, que dicen que uno enganchado y el otro idiotizado, pillado borracho y los dos vampirizados por sus representantes, perdidos en un éxito del que otros viven cojonudamente mientras ellos se buscan a sí mismos como buscaba Marco a la madre que lo parió.
Sí mami, papi, ellos a forrarse y a hacer caja y vosotros a babear vuestro orgullo prostituido, que putas -y putos- hay de muchos tipos y no todas comercian con sus cuerpos, papis. ¡Ah! y dadle recuerdos al el Defensor del Menor. Que está de vacaciones, claro. Como está mandado.
Coda: Concluso el artículo me entero de que ha muerto de cáncer una de estas niñas, una que en una actuación se quedó en blanco por los nervios. Y ahora su "entrenadora" dice que está con los ángeles. Qué asco. Ya que no la dejasteis vivir, ya que hicisteis caja con ella, dejadla, al menos, descansar en paz.