Bernardo Sartier
El abuelo Adolfo
Queridos chavales, dos puntos. Os escribo para deciros que el abuelo Adolfo está muy malito. Y que si tal, esta noche, cuando lo del botellón, os toméis una -de las dos que os toméis, más no ¿eh?- a su salud, quiero decir en recuerdo suyo. No sé si el abuelo Adolfo pasará de esta noche, acaso de la de mañana, pero mala cosa sería -ya sabéis, de mal nacido es no ser agradecido-, no brindar por él.
Porque chavales, el abuelo Adolfo era un tío como dios manda, un tío que tuvo los huevos de dinamitar una dictadura desde dentro, y por eso los fachas le llamaban traidor y no le perdonaron nunca, cosa que a él le traía al pairo porque era un tío con dos cojones. Que hasta se atrevió a legalizar el partido comunista, y para que os hagáis una idea, que sería como conceder hoy la independencia a Cataluña. Y que cuando lo del 23-F, con dignidad y valentía se pasó por los cojones los disparos del payaso trasnochado del Tejero, que quería jodernos la democracia. Y que gracias a él, al abuelo Adolfo, vuestras abuelas pudieron abrir una cuenta corriente, que hasta allí no podían porque para Franco las mujeres eran cosas sobre las que decidía un representante al que llamaban marido. Y también pudieron, vuestras abuelas y abuelos, divorciarse, porque hasta que él llegó no existía una ley que permitiese disolver el matrimonio.
E hizo una Constitución que garantizaba los derechos fundamentales, una Constitución que impedía, por ejemplo, que os pudiesen forrar a leches en una comisaría de policía. Y aunque el rey, que lo nombró presidente del gobierno, lo puso luego a los pies de los caballos con muy feo estilo, que el borbón es muy influenciable y se dejó camelar por cuatro politiquillos envidiosos que se celaban de la obra del abuelo Adolfo, el abuelo Adolfo, que se vio obligado a dimitir, nunca le pasó factura, ni le afeó su comportamiento porque no era un tío rencoroso (el rey, chavales, no debe tener en estos momentos -me pega a mí- muy buena conciencia).
Y quiero deciros, también, que me siento orgulloso de haber visto al abuelo Adolfo en el Cine Malvar, en un mitin, a unos centímetros de mí, con un polo verde y una americana azul marino que le caía de puta madre, que esa es otra, porque el abuelo Adolfo era un gentleman atractivo y elegante; y tampoco olvidaré que ese día me dio la mano esbozando una sonrisa descomunal. Y creo, chavales, que el abuelo Adolfo fue el último político con sentido de Estado, el último estadista, quizá, y por eso sostengo que merece un funeral a la altura de los grandes, porque lo que tenemos hoy -que sí, que ya sé que no es perfecto pero que es mejor que la Guinea de Obiang- es gracias a él, que supo escuchar a todos, que supo ponerse los zapatos de los adversarios políticos para saber qué número calzaban, que supo echarse un pitillo con Carrillo y que vio, habiendo sido secretario general del Movimiento, que era el partido único con Franco, el Movimiento Nacional, que supo, decía, ver que ese régimen tenía que morir como muere todo.
Y sí, claro que cometió errores, como el tema de los millones de Conde, pero es que sabéis qué, que nadie es perfecto, chavales. Pero el abuelo Adolfo, os lo digo de corazón, era un tío íntegro, un tío que se acercó mucho a la máxima de Kant, esa que os enseñan en Filosofía, en el bachillerato, esa que dice actúa de modo que, a ojos de los demás, no merezcas morir.
Os voy dejando, chavales. Pero acordaos del abuelo Adolfo, y pensad en que aquí, en vuestro país, aunque os resulte difícil de creer, no hace mucho el Estado aun mataba institucionalmente, quiero decir que existía sí, ya sé que os parecerá increíble- la pena de muerte, y que el abuelo Adolfo, con su Constitución del setenta y ocho, la mandó a tomar por culo. La pena de muerte. Por eso hoy, cuando os echen el güisqui y la Coca-Cola bebeos la vida a tope (con moderación ¿eh?) pero acordaos del abuelo Adolfo, porque en gran parte gracias a él podéis disfrutar sin cortapisas de la libertad de la que gozáis. Gracias a él, sí. Al abuelo Adolfo. Que se ha ganado, y cómo, el sueño eterno. El sueño eterno, chavales.