Tomás Abeigón revela que la Bella Otero fue una entusiasta del 'fitness'
Por Oskar Viéitez
El Museo de la Historia de Valga acogió la presentación de un artículo de investigación de la autoría del exconcejal del PP en Pontevedra, Tomás Abeigón, centrado en una novedosa y, hasta ahora, poco conocida faceta de la Bella Otero como una entusiasta del 'fitness' .
Abeigón, vinculado profesionalmente al fisicoculturismo y al deporte, desvela en este trabajo "el gran secreto de la belleza corporal" de la diva de la Belle Époque y estrella del Folies Bergère: "los aparatos de cultura física que fueron su verdadero Santo Grial" y que le permitieron modelar su cuerpo hasta ser admirado por algunos de los hombres más influyentes del mundo y conseguir llenar los más afamados teatros.
Según revela Tomás Abeigón, la relación de la Bella Otero con el culto al cuerpo se inició en el año 1893. Durante una estancia en Nueva York la artista valguesa se inscribió en un centro gimnástico regentado por el famoso forzudo alemán Ludwig Durlacher y especializado en el adiestramiento femenino con pesas.
Aun así, la clave de la investigación está en la relación que unió a la Bella Otero con el legendario deportista Eugen Sandow, considerado el padre del culturismo moderno e inventor de algunos de los aparatos gimnásticos y más éxito de la época.
"La idea de que las mujeres se dedicasen a la gimnasia con pesas era algo que no concordaba con la mentalidad de la época", explica Abeigón "había personas que decían que esto provocaría que la mujer tuviese un cuerpo demasiado masculinizado" por lo que el pontevedrés entiende que "en este sentido, la Bella Otero ayudó a la igualdad entre hombres y mujeres en el fitness".
El artículo ahonda también en la relación personal que unió a la Bella Otero con Eugen Sandow, una historia de amor no correspondida por parte del deportista, y se centra en algunos episodios de la vida profesional y personal de la afamada bailarina.
Por ejemplo, que su bautismo artístico pudo tener lugar en la ciudad de Pontevedra a los 14 años de edad, en una tasca-hostal emplazada en la actual calle Princesa, entonces llamada Picheleira, y propiedad de Eusebio Álvarez.