El campo no entiende de cuarentenas
Por Manu Otero & Cristina Saiz & Diego Torrado
No se le pueden poner puertas al campo. El confinamiento decretado por el Gobierno para frenar el avance del coronavirus se encontró con una excepción en el rural. No por desobediencia, por obligación y necesidad. "Os animais teñen que comer todos os días, neniño". Contundente argumento que justifica la presencia de vecinos en los campos y huertas de los asentamientos rurales del área de Pontevedra.
El del campo es un trabajo duro y no siempre bien valorado, pero estos días desde el encierro absoluto de las ciudades se observa con cierta envidia la libertad de salir a tomar el aire o a dar una breve caminata por el monte que rodea estos asentamientos rurales. "¡Quién me diera tener un jardín!", habrán oído de forma reiterada de muchos amigos, familiares y conocidos urbanitas que antes rehusaban coger una hazada o salían despavoridos al ver un insecto.
En las fincas, los propietarios se afanan estos días en preparar los campos para la siembra, en retirar malas hierbas y en recoger el fruto de semanas anteriores. Sin embargo, también ellos se están viendo afectados por las restricciones de movimiento. Muchos dueños tienen fincas a varios kilómetros de sus casas y al no tratarse de grandes productores, sino que producen para consumo doméstico, temen que las autoridades los multen y por eso muchos optan por dejar sus huertos abandonados.
A los que no pueden dejar de lado son a sus animales. En el corral a gallinas y cerdos hay que visitarlos todos los días, pero hay otros animales de granja que necesitan salir a pastar. Es el caso de cabras, ovejas y vacas que pueden verse en las parcelas disfrutando del pasto fresco que brota en estos primeros y cálidos días de primavera.
Aun así y a pesar de que en espacios abiertos las posibilidades de contagio se reducen, el miedo a contraer el coronavirus sigue muy presente. "Eu non sei se é bo sair ou non, pero teño que vir a botarlle de comer ás galiñas", explica una octogenaria de Poio que baja a diario a su finca para atender a sus aves de corral y comprobar el crecimiento de sus repollos, lechugas y verzas.
La duración del confinamiento sigue siendo todavía una incógnita. La prohibición de reunirse con amigos, tomarse un café en una terraza o dar un paseo por la playa es algo que afecta a la sociedad, pero con la compañía de los animales, con una huerta en la que matar las horas muertas o un jardín en el que tomar el sol., la cuarentena se lleva mejor.
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