Milosz Labinski, el pianista silenciado por el confinamiento y reconvertido a dibujante y profesor para llegar a fin de mes
Por Natalia Puga & Mónica Patxot
Milosz Labinski. Por este nombre, serán muy pocos los pontevedreses que le reconozcan, pero será raro el vecino o visitante que haya pasado por Pontevedra en los últimos cinco años que no haya escuchado y disfrutado su música. Sus interpretaciones de las bandas sonoras de Amelie o The Piano y las composiciones de Johann Sebastian Bach o Erik Satie que salen de su piano se habían convertido ya en parte del 'hilo musical' de la ciudad cuando llegó el confinamiento y le silenció. Le recluyó en su casa y, además de privar a los ciudadanos de su música, le privó a él de su única fuente de ingresos: las aportaciones que recibe de tocar en la calle.
A sus 40 años, este joven de origen polaco que a lo largo de su vida se ha reinventado varias veces, se vio obligado por las circunstancias a redefinirse una vez más. Desde su llegada a Pontevedra en 2015 solía situarse en varias esquinas y plazas de la ciudad, piano en mano, y deleitar con la maestría que aprendió en conservatorios de Polonia y París. A cambio de poner la banda sonora a las tardes de muchos ciudadanos, recibía aportaciones económicas que le permitían pagar el piso en el que reside en el centro de la ciudad y sufragar sus gastos diarios.
El confinamiento derivado de la pandemia del coronavirus le recluyó, como a todos, y se quedó, como muchos pontevedreses, sin ninguna fuente alternativa de ingresos, pero con los gastos intactos. En los primeros días de la cuarentena pasó momentos complicados en los que llegó a pensar que no podría ni pagar el alquiler, pero se cruzaron en su camino dos personas solidarias y una fuente de inspiración que hacen que la que podía ser una historia muy triste se convierta en un relato de optimismo y solidaridad.
Las personas altruistas que le salvaron fueron el casero que le perdonó el primer mes de alquiler y el vecino de Pontevedra José Biempica, hacia quién no tiene más que elogios porque organizó un grupo de amigos que le ayudaron a difundir que, mientras no tocase en la calle, lo haría en su casa y mandaría vídeos para aquellos que lo quisieran. Gracias a las donaciones voluntarias de varios vecinos y a los ingresos que recibió felicitando cumpleaños o fechas especiales a través de estos vídeos, ha logrado tapar los agujeros.
Además, en plena pandemia, le llegó la inspiración y no solo se redefinió con esos vídeos de felicitación que alegraron el confinamiento a más de un pontevedrés, sino que empezó a dar clases de francés e inglés a distancia (habla ambos idiomas, polaco y español) y utilizó sus dotes artísticas para una disciplina que no solía explotar en los últimos tiempos: el dibujo. Ha empezado a vender sus dibujos a quiénes estén interesados en comprarlos, demostrando que las musas no solo le visitan para tocar el piano, sino también para coger lápiz y papel y crear una obra de arte.
Milosz se niega a dar una visión negativa de su situación actual. El confinamiento le truncó un viaje a su país natal, Polonia, que ya tenía organizado desde tiempo atrás, y le impidió dar rienda suelta a la que era desde su llegada a Pontevedra su pasión, tocar en la calle, pero no le privó de vivir del arte y disfrutar de cada instante y experiencia, una filosofía vital que le ha acompañado desde la juventud.
"Es la situación de mucha gente. Me encontré sin ahorros y estuve sin poder hacer nada con el piso por pagar y cosas así", reconoce, pero ahí se queda su pesimismo. "Como todo el mundo", añade, en alusión a la situación de falta de ingresos y dificultades económicas de muchos pontevedreses. A partir de ese punto, todo son agradecimientos, pues "la gente de Pontevedra me ha ayudado bastante".
Muy agradecido por la "pequeña cadena de solidaridad muy amable" que puso en marcha José Biempica, también tiene un gracias en la boca para todas las personas que hasta la irrupción del coronavirus le daba "lo que podía y quería" y que, durante el encierro, siguieron apoyándole. Las personas que le ayudaron fueron "básicamente, gente que me conocía de la calle y estaban acostumbrados a verme tocar".
"No sé cuando podrá coger el avión para ir a ver a mi familia", tiene ya asumido, y también desconoce cuándo podrá volver a tocar en la calle, pero confía en que "cuando cambiemos de nuevo de fase podré volver", en alusión a las distintas fases de la desescalada. Actividades como la suya no están recogidas en ninguno de los decretos de las fases de la desescalada aprobados por el Gobierno, pero ahora que "hay ya mucha gente en la calle", no ve motivos por los que no pueda ya volver a sacar su piano a las calles y plazas.
De momento, seguirá con sus clases y sus dibujos y no se plantea dejar Pontevedra, la ciudad a la que llegó tras enamorarse de una joven de Marín en París y en la que se quedó tras la ruptura. La historia de amor empezó en el barrio bohemio de Montmartre y, cuando se consolidó, acompañó a su pareja a Galicia de vacaciones y ya no quiso marcharse. Primero, por amor a la chica. Después, enamorado de la ciudad que, durante este confinamiento, le ha devuelto todo ese cariño.