Convertir el plato en un reloj. El recurso resulta desconocido para la mayoría de la población, pero es muy socorrido entre personas con ceguera o discapacidad visual grave. Consiste en distribuir los alimentos por el plato de tal forma que cada uno esté en el lugar que ocuparían los números que marcan las horas. Para explicarlo de forma gráfica: a las 12 está situada una tosta; a las 4 colocamos la filloa; y a las ocho, la empanadilla.
Es un ejemplo real que se vivió este viernes en el comedor del CIFP Carlos Oroza de Pontevedra y, con esta distribución, y haciéndosela saber a los comensales, el personal de mesa logró que pudiesen degustar el menú con mayor facilidad.
La situación se vivió con motivo de una cita que ya empieza a ser obligada en el centro, la jornada final de una actividad formativa realizada entre el Centro de Recursos Educativos de la ONCE en Pontevedra y el Carlos Oroza. Ambas instituciones educativas colaboran para que personal de la ONCE forme a alumnado del Carlos Oroza en cómo prestar atención en un restaurante a una persona con discapacidad visual y, como colofón, se hace una jornada práctica, el 'Menú de los Sentidos'.
Para probar los conocimientos adquiridos por el alumnado se realizó una comida para 56 personas, de las que 21 eran afiliados de la ONCE con ceguera o discapacidad visual grave y el resto, comensales videntes que, para compartir la experiencia con sus compañeros, cubrieron la visión con antifaces. No todos los comensales videntes aguantaron toda la comida con los ojos tapados, sino que algunos se rindieron y los destaparon al poco tiempo de empezar, pero los que sí siguieron la idea aseguraron que la experiencia resultó enriquecedora.
Aunque haya personas que se dejan llevar tanto por los impulsos visuales que hacen lo que coloquialmente se conoce como comer con los ojos, en la jornada de este viernes los comensales descubrieron que se puede disfrutar una comida de forma satisfactoria con el resto de sentidos. "Todo se siente diferente", se escuchaba entre las mesas de los videntes.
Antía, Susana y Tamara sí se pusieron el antifaz, aunque reconocieron que se sentían "un poco inseguras" al no saber qué tenían delante o quién se les podía acercar por los lados o detrás de la mesa. Eligieron asistir a la comida por la experiencia y sabían que habría momentos complicados, como el de tomar sopa, pero otros les sorprendieron, como el gesto de querer beber y no encontrar el vaso o el hecho de que el resto de sentidos se perciben distintos cuando no tienes vista. Por ejemplo, "cuesta más escuchar con los ojos cerrados".
La experiencia se vivió desde el principio. Los alumnos se encargaron de la recepción y atención de los asistentes y los acompañaron hasta sus meses. Una vez allí, tocó demostrar los conocimientos. Bajo la supervisión de la profesora Tina Vázquez, del departamento de Servicios, les fueron presentando el menú con pequeños gestos que suponen una diferencia para las personas con dificultades visuales. Por ejemplo, tocarles el hombre en cuanto llegan a su lado para presentarle el menú o ayudarles a llevar la mano hasta la copa de vino o el vaso de agua.
El momento de comer era la prueba de fuego. El menú elaborado previamente para resultar fácil para el consumo de personas ciegas estaba escrito en braille gracias al asesoramiento del CRE e incluyó un aperitivo a base de tostas de escalivada, filloas rellenas de mejillón de Galicia y empanadillas de carne de cerdo celta. Como entrada, hubo una crema fina de guisantes con virutas triscantes de jamón, el plato principal fue Suprema de salmón con salsa de albariño y, de postre, semifrío de chocolate blanco. Café de comercio justo e infusiones de hierbas aromáticas frescas recogidas en la huerta Oroza completaron la carta, elaborada bajo la coordinación del profesor Ricardo Fernández.
Según explicó Tina Vázquez, los 15 alumnos adaptaron todo el entorno a los comensales. Así, por ejemplo, se retiraron todos los elementos de decoración de la mesa, se optó por platos redondos para que resultase más sencillo manejarlos, se eligieron los colores blanco y negro (para el salvamanteles) para facilitar la experiencia de las personas con discapacidad visual grave, para las que resulta más sencillo, de esta forma, adivinar dónde está el plato.
También la forma en la que se sirve la comida está adaptada. Así, además de la disposición de los aperitivos como un reloj, se eligieron preparaciones de pequeño tamaño para que no fuese necesario usar el cuchillo y se sirvió el salmón sin espinas ni piel.
Esta circunstancia es una de las aplaudidas por el director del CRE de Pontevedra, José Ángel Abraldes, presente entre los comensales y que aplaude esta iniciativa que llevan años realizando porque prepara a los futuros trabajadores de la hostelería para atender en un restaurante a personas con dificultades visuales.
"A una persona con discapacidad visual se le atiende igual, con dos dos o tres adaptaciones", explica Abraldes, que aplaude que el sistema del reloj en el plato "es un recurso muy fácil y sencillo que a las personas ciegas nos orienta bien" y que el menú siempre está muy rico y adaptado para que les resulte sencillo.