Hace un siglo "Aguas Lérez" era una prestigiosa marca que atraía a Pontevedra a grandes figuras de la política, cultura y aristocracia española. Ahora, el balneario del que brotan estas ricas aguas está inmerso en un deterioro imparable a la espera de un proyecto que lo saque del ostracismo en el que cayó tras el estallido de la Primer Guerra Mundial.
A pesar de haber perdido el esplendor de principios del siglo XX, el entorno del balneario, con su puente metálico, aguas turquesas y con la banda sonora de los pájaros, el río y el viento que agita las ramas de los árboles; sigue siendo uno de los lugares preferidos para hacer deporte y el postureo en redes sociales.
Sin embargo, su aspecto deja mucho que desear. Un simple paseo por sus alrededores basta para comprobar como las paredes, pintadas hace unos años, lucen llenas de graffitis de dudoso gusto. La zona de descanso que rodea la edificación tampoco atraviesa su mejor momento, la maleza hace meses que no se corta, las barandillas, bancos y mesas están rotas y el muro de piedra que debe proteger de posibles caídas al río presenta algún que otro desprendimiento.
El manantial que se esconde en el interior de la construcción tampoco se ha librado de los efectos del paso del tiempo y de los vándalos. El suelo se encuentra parcialmente inundado y lleno de basura, mientras que en las paredes fueron empleadas como lienzo para más pintadas.
En el Concello son conscientes de que la "joya" del Lérez lleva tiempo sin lucir como tal. Es por ello que desde la concellería de Desenvolvemento Sostíbel e Medio Natural, que dirige el socialista Iván Puentes, han tratado de captar fondos europeos para la rehabilitación de este espacio. Sin embargo, existen dudas sobre la titularidad de la parcela que el departamento de Patrimonio de la Xunta lleva tiempo tratando de dilucidar. Y mientras este extremo no se resuelva, el balneario seguirá abandonado.
No obstante, el gobierno local reconoce que "estamos totalmente interesados nel e se podemos, actuaremos", asegura el concelleiro. De hecho, ya existe un proyecto que opta a fondos de la línea comunitaria Next Generation para actuar en el entorno de la senda del Lérez para conectarla de algún modo con el monasterio de San Benito. Un proyecto al que se podría unir la restauración del balneario si el enigma que todavía pesa sobre su titularidad se resuelve a tiempo.
La historia de este complejo minero medicinal se remonta al año 1900, cuando el empresario Casimiro Gómez, natural de Viascón, regresó de Argentina para invertir parte de su riqueza en la capital de la provincia. Como relata el escritor, investigador y divulgador de la historia local pontevedresa José Benito García Iglesias en un artículo de opinión publicado en PontevedraViva en el 2016, el emprendedor adquirió una enorme finca, que comprendía la práctica totalidad del actual barrio de Monte Porreiro, por 100.000 pesetas.
En ella, aprovechando la riqueza de las aguas que emanan de las fuentes de Monte Porreiro y Aceñas, construyó un complejo minero medicial que incluía un balneario y un hotel. Además, comercializó bajo la marca "Aguas Lérez" botellas para el consumo doméstico que llegaron a venderse en países como Estados Unidos, Inglaterra, Egipto, India o Australia.
Sin olvidar, que en el 1907 la marca recibió diversos galardones y el propio rey Alfonso XIII felicitó a Casimiro Gómez por su altísima calidad. Ese mismo año obtiene el título de Proveedor de la Casa Real Española. Hasta se especula con que el Titanic llevaba en su bodega un cargamento de botellas de Aguas Lérez.
El esplendor de este balneario, en el que se reunían grandes figuras políticas de la época como Montero Ríos, González Besada, Bugallal, Vincenti, Cobián Roffignac o el marqués de Riestra, así como ilustres visitantes como Canalejas, la infanta Isabel de Borbón, el exsultán de Marruecos Muley Haffid y numerosos médicos, periodistas y escritores ingleses, duró hasta el año 1914.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, Casimiro Gómez, que había bautizado a su finca con el nombre de Villa Buenos Aires, volió a Argentina para convertirse en proveedor de los países que participaban en la gran guerra. Regresó al terminar el conflicto bélico, pero para entonces la moda de los balnearios había pasado, Villa Buenos Aires se convirtió en una granja y el balneario entró en una espiral de decadencia que parece no tener final.